Ene 19

HACIA DÓNDE GUIAR A LOS HIJOS, Por: Diego Teh.

HACIA DÓNDE GUIAR A LOS HIJOS

Deuteronomio 32:39-46; Juan 16:7-13.

Predicado por el Presbítero: Diego Teh Reyes, el domingo 19 de enero 2020, en el culto de las 11:00 horas, en la iglesia “El Divino Salvador” de la colonia Centro, de Mérida, Yucatán.

Sermón # 3, de la serie: PADRES RESPONSABLES.

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   INTRODUCCIÓN: Los versículos que hemos leído hoy en el evangelio según San Juan capítulo 16, junto otros versículos antes y versículos después, en nuestras biblias está subtitulada como LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO. Según observé, hay dos palabras claves que indican cuál es esa obra.  La primera es mencionada en el versículo 8 con mayor explicación desde el mismo versículo 8, hasta el versículo 11. Se trata de la palabra: “CONVENCERÁ”, teniendo como complemento la frase: “al mundo”, indicando que será con respecto de tres cosas bien definidas que son: “de pecado, de justicia, y de juicio”.   La segunda palabra clave está en el versículo 12, y se trata de la palabra: “GUIARÁ”, teniendo como complemento la frase “a toda la verdad”.  Sin embargo, analizando todo el texto, encontramos en realidad no dos obras diferentes sino solo una que es expresada en dos etapas: La primera, la de convencer; y la segunda la de guiar.  La primera, más bien se trata de sacar de lo pecaminoso y de conceptos equivocados a las personas con quienes hace su obra; y la segunda, se trata de complementar dicha obra renovando con el conocimiento de la verdad la vida de estas personas.  Pero, viendo todo el panorama general de la obra del Espíritu Santo como un todo, su obra esencial es GUIAR a las personas “a toda la verdad”.

   Pero, en el plano familiar, también somos responsables de guiar NO al mundo, sino a nuestros hijos.  Y estas palabras de Jesús que voy a predicarles en este momento, tienen que ver con la responsabilidad de guiar a nuestros hijos.  Esta guianza que nos corresponde, consiste en que toda esa obra que hace el Espíritu Santo, también compete a nuestra responsabilidad, obviamente, no somos el Espíritu Santo, sino padres de hijos que necesitan ser guiados con los mismos principios divinos que el Espíritu Santo guía.  No robamos cámara o crédito al Espíritu Santo, no hacemos a un lado a Él, sino simplemente la obra que Él ha hecho o está haciendo en nuestra vida, la vamos a comunicar, compartir, transmitir por medio de la verdad de la palabra de Dios a nuestros hijos.

   La pregunta que sugiere el título de este mensaje: ¿HACIA DONDE GUIAR A LOS HIJOS?, tiene su respuesta en estas benditas palabras de promesa hecha por nuestro Señor y Salvador Jesucristo.  En un sermón anterior les compartí que tal como Jesús se comparó con las cualidades de un buen pastor ovejas y que en relación con las personas y especialmente por sus discípulos, dijo: “Yo soy el Buen Pastor” (Juan 10:11a,14a), igualmente los que tenemos hijos debemos ser pastores de ellos, con las cualidades de un buen pastor, sino nuestras ovejas (nuestros hijos), se los va a llevar el ladrón, el salteador, el león rugiente, el diablo, la condenación, y el infierno.  Pero, el buen pastoreo de los padres los guiará al conocimiento salvador de Jesucristo quien los salvará de todo lo anterior.  En este sermón, expondré cómo deberíamos guiar a nuestros hijos con los mismos objetivos que el Espíritu Santo lo hace, sin pretender ayudar al Espíritu Santo, sino solamente usando la verdad del evangelio para con nuestros hijos.

   Basado en las palabras de nuestro Señor Jesucristo, lo que específicamente les voy a predicar en este momento, es que: Los padres cristianos deben guiar el corazón de sus hijos hacia ASUNTOS espirituales cruciales. / ¿Cuáles son los ASUNTOS espirituales cruciales hacia los que los padres cristianos deben guiar el corazón de sus hijos? / Sigan con atención los versículos, palabras y frases de Jesús que les iré indicando para identificar tales ASUNTOS espirituales cruciales.

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   El primer ASUNTO espiritual crucial hacia el que los padres cristianos deben guiar el corazón de sus hijos, es:

I.- HACIA LA VERDAD DE LA FE CONTRA EL PECADO.

   No hay duda de que todos somos pecadores. Si usted lo duda, entonces todavía no es cristiano. Somos pecadores por la transmisión de la culpa de pecado y naturaleza pecadora de Adán a todos sus descendientes por generación ordinaria.  Solamente Jesús, no perteneciente a la generación ordinaria de su ser, fue libre de tal culpa y naturaleza pecaminosa.  Desde que un hijo es concebido ya porta en su propia naturaleza la culpabilidad de pecado, y es contado como pecador. Cuando nace, de por sí ya era pecador.  Así nacimos, y así han nacido y nacen nuestros hijos.  Bajo esta condición de pecado, nadie es capaz ni desde su nacimiento, y niñez, ni en la adolescencia, juventud, edad adulta o en la tercera edad, de relacionarse con Dios.  Aunque muchos aprenden doctrinas acerca de Dios desde la niñez o en cualquier otra edad, no necesariamente por tal conocimiento ya son automáticamente salvos.  Se necesita una relación de fe en Dios, pero no de manera directa, sino por medio de Jesucristo.

   En palabras de Jesús, según el versículo 9, el Espíritu Santo que estaba prometiendo a sus discípulos y en realidad “al mundo” (v. 8) porque “convencerá al mundo”, el primer aspecto de la vida humana del cual convencerá “al mundo” es: “De pecado” (v. 9a), y la razón que Jesús da para que el Espíritu Santo lleve a cabo esta labor es: “por cuanto no creen en mí” (v. 9b).  Este es el problema principal del cual el Espíritu Santo está haciendo su labor ahora mismo aquí en la tierra.  Y, por otra parte, este es el problema que ocurre no solamente en el vasto mundo en el cual vivimos, sino justamente tal problema está en nuestro hogar, en nuestra propia casa.  Se trata de un hijo o de una hija que no ha creído en Jesús, o quizá de un esposo, o de una esposa que no ha creído en Jesús. Jesús espera como dice San Pablo a los Filipenses: que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; / y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:10-11).

   Amados hermanos, no somos el Espíritu Santo, pero a los que por ser creyentes somos parte de la iglesia de Jesucristo se nos ordena lo siguiente:  Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; / antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado” (Hebreos 3:12-13).  Esta exhortación “MIRAD”, es la que nos responsabiliza tanto en la iglesia como en nuestros hogares con nuestros hijos de guiar a nuestros hijos que todavía están en incredulidad, y que ninguno de ellos tenga “corazón malo de incredulidad”, y que ninguno ni de nosotros ni de ellos “se endurezca por el engaño del pecado”.  Si bien es una obra propia y eficaz del Espíritu Santo, también es una responsabilidad de cada cristiano en la iglesia, y de cada padre cristiano en su hogar.  Dios nos ayude a guiar a nuestros hijos con el evangelio, a la fe en Jesús, que es lo que Jesús espera cuando dice que el Espíritu Santo, “… convencerá al mundo […] de pecado, por cuanto no creen en mí”. La fe en Jesús es el resultado de una vida convencida de ser pecadora, cuyo beneficio es la vida eterna. Sin fe en Jesús solamente hay condenación eterna en las llamas del infierno ardiente, y esto no es lo que Dios quiere para nosotros, ni para otros, ni para nuestros hijos; e igualmente, creo que nadie desea este tormento para sus hijos.

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   El segundo ASUNTO espiritual crucial hacia el que los padres cristianos deben guiar el corazón de sus hijos, es:

II.- HACIA LA VERDAD DE LA JUSTICIA DE DIOS PARA NUESTRA JUSTICIA.

   En las palabras de promesa de Jesús, los segundo que dice acerca de la función de convencimiento del Espíritu Santo, es que: “convencerá al mundo […] de justicia, por cuanto voy al Padre” (Juan 16:8b, 10).  Lo que Jesús está diciendo primeramente es que él estaba pronto para irse al Padre celestial, esto no hubiese sido posible si él no era justo según Dios.  Esto lo dijo la noche del jueves cuando fue arrestado, y tan pronto al día siguiente cuando estaba crucificado, un centurión que sabía las irregularidades del juicio tanto religioso como civil que se le aplicó a Jesús, y dijo: “verdaderamente este hombre era justo” (Lucas23:47).  Tiempo más tarde, cuando el apóstol Pedro escribió su primera epístola, escribió de Cristo que: “… padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 Pedro 3:18).  La justicia de Jesús no es igual que la justicia de un simple hombre como en la Biblia se dice acerca de Job (Job 32:1), de José el Padre terrenal de Jesús (Mateo 1:19), del sacerdote Zacarías y Elisabet su esposa, padres de Juan el Bautista (Lucas 1:6), y de Abel quien fue asesinado por Caín (Hebreos 11:4).  La justicia de Jesús no consiste en no haber sido encontrado en él por Pilato algún delito censurado por las leyes romanas, o por Caifás con respecto a las leyes religiosas de Israel, sino que consiste en ser encontrado por Dios en completa obediencia a Él durante toda su vida, o sea, sin un solo pecado (cf. Hebreos 4:15; 1 Pedro 2:22).  En otras palabras, un hombre común y corriente, como nosotros, no puede ser justo por sí mismo, pero puede ser justo solamente si acepta que la justicia de Jesús le sea aplicado declaratoriamente a su vida. Es decir, basta con que Dios diga: Diego, tú eres justo, y entonces Diego es justo, aunque en realidad no nos hace justos, sino solamente nos declara justos, el único que sigue siendo justo siempre es Jesús.

   Una histórica oración del profeta Isaías, dice a Dios con certeza con respecto a la justicia humana: “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia” (Isaías 64:6a).  Es decir, por más que nos esforzamos a hacer lo que es justo que concuerde con la voluntad de Dios, por el solo hecho de que la acción sea hecha por una persona pecadora, la cual somos cada uno de nosotros, y esto incluye a nuestros hijos, NO puede calificarse por Dios como una justicia perfecta.  Nuestro mejor intento de ser justos, siempre será imperfecto, al grado que “todas nuestras justicias” en su conjunto, bien pueden ser comparadas “como trapo de inmundicia”.  Es decir, como un trapo sucio que tiene que ser echado a la basura, desechado por inservible.  Así es nuestra justicia, y así es de igual la de nuestros hijos, no le sirve a ninguno para recibir el favor de Dios para nuestra salvación.  Los que ya hemos sido salvados por Jesucristo, no pudimos acreditar a nuestra cuenta ninguna de nuestras humanas justicias, pero, gracias a Dios que proveyó la justicia necesaria a la cual podemos acceder nosotros y nuestros hijos.

   Amados hermanos, el apóstol Pablo cuando refiriéndose a Jesús, explicó a los Corintios que: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21), la buena noticia es que no solo nosotros, sino que en ese “nosotros”, nuestros hijos pueden gozar de esta necesaria bendición de la “justicia de Dios en él” (en Jesús), pero tienen que estar convencidos de ello.  Nosotros tenemos que guiarles explicándoles esta verdad, acerca de la cual el Espíritu Santo se encargará de darles el convencimiento necesario. Si ellos creen en esta verdad acerca de nuestras imperfectas justicias, y si creen que la justicia de Jesús es atribuida a nosotros, entonces tendremos hijos salvos, sino están al borde de la condenación eterna.  Hagamos nuestra parte en la guianza espiritual de sus vidas.

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   El tercer ASUNTO espiritual crucial hacia el que los padres cristianos deben guiar el corazón de sus hijos, es:

III.- HACIA LA VERDAD DEL JUICIO PERDIDO POR EL ACUSADOR.

   En la última de las tres funciones del Espíritu Santo con respecto al convencimiento que vendría a hacer, dijo Jesús que: “Convencerá al mundo […] de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” (Juan 16:11).  Llama la atención la expresión de Jesús cuando dice que: “el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado”, cuando físicamente todavía no había sido crucificado para vencer el poder que al diablo le había sido concedido de tener dominio sobre los que mueren sin permitir que llegasen a resucitar.  La muerte de Jesús le quitaría este privilegio que le fue concedido temporalmente. La verdad del asunto, quizá es más claro en el apocalipsis en el que el apóstol Juan se refiere a Jesús como: del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8).  Entonces, esto debe entenderse que aun antes del acto de crucifixión de Jesús, el diablo ya fue juzgado y vencido por Jesucristo, con el solo plan de Dios desde la eternidad que garantizó la obra redentora de su Hijo.  Nuestros hijos tienen que saber esta buena noticia, que es probable que haya alguno de nuestros hijos que no saben esta verdad.  El diablo, el llamado “príncipe de este mundo” por Jesús, ya ha sido juzgado, y perdió el juicio.  Pero, como complemento de la verdad, Jesús ganó el juicio.  Por eso, aunque fue muerto por nuestras culpas, fue resucitado por el Padre celestial.  El diablo ya no tuvo poder sobre Jesús.

   Desde el momento que el diablo no tuvo poder eterno sobre la vida de Jesús, también los que creen en Jesús quedan por su fe en él, protegidos de la muerte eterna. Ninguno escaparemos de la muerte física, pero aun para nuestra muerte física, Jesús ganó en el juicio eterno, nuestro privilegio de resucitar.  Y aun antes de resucitar y después de resucitar, dice el apóstol Pablo a los romanos: ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. / ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Romanos 8:33-34).  Ya no hay acusador, ya no hay condenador.  Lo que si hay es un Dios que justifica gratuitamente solo con nuestra fe en él, aplicando la justicia de Cristo a nuestra vida.

   Amados hermanos, cualquiera que sea la condición espiritual de nuestros hijos, tenemos que explicarles esta verdad que es la verdad que usa el Espíritu Santo para traer a la fe en Cristo a todo ser humano.  Si algún hijo nuestro no demuestra convicción ni interés por el favor que Dios le está ofreciendo, tenemos que insistirle en que la obra de salvación ya está ganada por Jesucristo, y que nadie tiene que esforzarse en ganarla, sino solamente recibirla.  Si nuestros hijos ya son creyentes, siempre es necesario recordarles que cuando Dios da su salvación, ni el diablo nos lo puede quitar, porque el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado”.  Hay que compartirles también que, si llegan a sentirse derrotados en la vida, que recuerden que el diablo, causante de todo ello, ya ha sido juzgado, y que perdió el juicio, y que solamente por Cristo se puede recibir la verdadera victoria presente y eterna.

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   CONCLUSIÓN: Amados hermanos, nunca olvidemos que los padres somos los responsables de guiar a nuestros hijos hacia las verdades de lo que Jesús y su Espíritu Santo esperan tanto de nosotros como de nuestros hijos.

   Que el Espíritu de Dios nos guíe primeramente a nosotros para poder llevar a cabo esta labor de ser guías del corazón de nuestros hijos.