DECIR “¡AMÉN!” CONLLEVA RESPONSABILIDADES
Nehemías 8:1-6; Apocalipsis 4 y 5.
Elaborado por el Presbítero: Diego Teh Reyes, para predicar el domingo 10 de noviembre 2019, a las 11:00 horas, en la iglesia “El Divino Salvador” de Mérida, Yucatán.
Este sermón corresponde al número 2, de la serie: VERDADEROS ADORADORES.
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INTRODUCCIÓN: Si usted lee Apocalipsis capítulos 4 y 5, donde se describe La Adoración Celestial, leemos acerca de tres grupos de participantes; un grupo de 4 seres vivientes, y un grupo de 24 ancianos, y millones de ángeles (cf. Apocalipsis 5:11). Pareciera que los 4 seres vivientes son como los directores del Gran Culto Celestial, pues ellos son los que inician el culto y también son los que lo concluyen. Durante el Gran culto “… siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos, / los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo: / Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Apocalipsis 4:9-11). Pero, lo que quiero enfatizar en este momento, es que según Apocalipsis 5, el Gran culto es concluido por los mismos cuatro seres vivientes, con un glorioso: “Amén; y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros y adoraron al que vive por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 5:14). El Dr. Juan Stam, un comentarista cristiano del Apocalipsis dice, y con mucha razón, que: Los cuatro vivientes nos enseñan que todo culto verdadero termina con un Amén que consiste en nuestra vida entera dedicada al Señor. Y en forma paralela, los 24 ancianos nos enseñan que los verdaderos adoradores terminan de rodillas delante del Ocupante del Trono y del Cordero (que es Jesucristo). Tiene mucha razón el Dr. Stam, porque la adoración a Dios no consiste solamente en la pronunciación de palabras, sino en transformar las palabras en conductas que glorifiquen a Dios. Un Amén, un Aleluya, un Gloria a Dios, deben convertirse en adoración práctica con la vida.
En los capítulos 8 al 10 del libro de Nehemías, se relata acerca de un culto no llevado a cabo en el cielo sino aquí en la tierra, alrededor del año 450 a.C., en la ciudad de Jerusalén de Judá, en el que después de la lectura de la ley de Dios, “todo el pueblo respondió: ¡Amén! ¡Amén! alzando sus manos; y se humillaron y adoraron a Jehová inclinados a tierra” (Nehemías 8:6b,c). La pronunciación unánime de la palabra Amén, no fue un simple formulismo litúrgico o religioso para la ocasión, sino una expresión cargada de aceptación de compromisos que seguirán cumpliendo con responsabilidad para cumplir la voluntad de Dios. Basado en un sencillo, ni siquiera un profundo análisis de estos 3 capítulos del libro de Nehemías, lo que ahora les voy a predicar es que: Al decir ¡Amén! durante la celebración del culto (al final de la lectura o predicación de la palabra de Dios, de las oraciones y bendiciones, y de los himnos o estribillos), implica comprometerse a diversas RESPONSABILIDADES para con Dios. / ¿Cuáles son las RESPONSABILIDADES a las que uno se compromete para con Dios al decir ¡Amén! durante la celebración del culto? / A través de los capítulos 8, 9, y 10 del libro de Nehemías, en versículos específicos que les iré indicando, descubriremos juntos acerca de estas diversas RESPONSABILIDADES.
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La primera RESPONSABILIDAD a la que uno se compromete para con Dios al decir ¡Amén! durante la celebración del culto, es:
I.- LA RESPONSABILIDAD DE ADORAR A DIOS.
Las personas del contexto de nuestra lectura de Nehemías 8, por lo menos desde dos o tres generaciones atrás nunca en su vida habían escuchado la lectura de la ley de Dios, porque sus bisabuelos, abuelos, y padres fueron llevados cautivos en Babilonia desde hace más de 70 años. Ellos, por decreto del nuevo imperio Medo-Persa, acaban de regresar de Babilonia, después de la caída de este imperio. Allá en Babilonia nunca tuvieron un solo ejemplar de las Escrituras de la ley de Dios, porque los babilonios no se las dejaron llevar, sino que muchas copias de las Sagradas Escrituras, se las quemaron cuando destruyeron la ciudad de Jerusalén, excepto algunos rollos que fueron escondidos en Jerusalén, y descubiertos casi un siglo más tarde.
Según nuestra lectura de Nehemías 8:6, cuando la gente escuchó la lectura de la ley de Dios, todos respondieron con un: “¡Amén! ¡Amén!, alzando sus manos; y se humillaron y adoraron a Jehová inclinados a tierra” (Nehemías 8:6b). Las manos alzadas significaron tanto un querer entregarse en obediencia a Dios, como un deseo de recibir misericordia para sus vidas. Voluntariamente quisieron humillarse ante Dios, y por eso “adoraron a Jehová inclinados a tierra”. El resultado natural de haber dicho un par de amenes, fue el compromiso tanto colectivo como personal de adorar a Dios. Adorar a Dios es una responsabilidad a la que nos comprometemos cada vez que usamos la palabra AMÉN; pero no por haber compromiso de por medio, huyamos a la pronunciación oportuna y apropiada de esta bendita palabra que todavía se usa en el cielo y se seguirá usando por toda la eternidad.
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La segunda RESPONSABILIDAD a la que uno se compromete para con Dios al decir ¡Amén! durante la celebración del culto, es:
II.- LAS RESPONSABILIDAD DE NO SEGUIR PECANDO CONTRA DIOS.
En Nehemías 9, se relata que la ocasión en la que se leyó por primera vez la recién descubierta palabra de Dios: “Y puestos de pie en su lugar, leyeron el libro de la ley de Jehová su Dios la cuarta parte del día, y la cuarta parte confesaron sus pecados y adoraron a Jehová su Dios” (Nehemías 9:3). Como respuesta a esta palabra de Dios acerca de la cual dijeron Amén, Amén, todo el pueblo confesó sus pecados a Dios. En casi todo el capítulo 9, Nehemías relata todo el contenido de aquella oración de confesión de pecados que el pueblo hizo representado por el sacerdote Esdras. Luego, además de adorar inmediatamente “a Jehová su Dios”, dice Nehemías que el pueblo también hizo un documento con una promesa y la firma de todos sus representantes, documento que en su encabezado decía: “?A causa, pues, de todo esto, nosotros hacemos fiel promesa, y la escribimos, firmada por nuestros príncipes, por nuestros levitas y por nuestros sacerdotes” (Nehemías 9:38). Después de decir Amén y Amén en señal de aceptación de la ley de Dios, todo el pueblo no quería seguir pecando contra Dios, por lo que hicieron un documento en el que en representación de todo el pueblo firmaron cada uno de los príncipes, levitas, y sacerdotes del pueblo.
Los detalles relevantes de la narración de este acontecimiento son, primero que tras escuchar la ley de Dios respondieron con arrepentimiento por haber vivido desobedeciendo a Dios de muchas maneras no conociendo la ley de Dios que condenaba como pecado lo que precisamente ellos habían estado practicando. Segundo, que luego de su arrepentimiento respondieron con la confesión de sus pecados; tercero, que luego respondieron adorando a Dios quien merece ser adorado; cuarto, que ahora decidieron hacer lo que Nehemías describe como “fiel promesa”; y quinto, que todos los representantes tanto políticos como religiosos del pueblo escribieron y firmaron con su puño y letra el compromiso de no seguir pecando contra Dios. Esta “fiel promesa”, porque verdaderamente estaban arrepentidos de ofender a Dios con sus vidas, fue el resultado de haber dicho con un claro entendimiento, dos aparentemente simples amenes a la palabra de Dios leída y predicada ante la multitud, pero hasta con un solo amén dicho con el entendimiento, es una palabra de aceptación de un compromiso para con Dios que hace la conciencia personal e incluso colectiva.
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La tercera RESPONSABILIDAD a la que uno se compromete para con Dios al decir ¡Amén! durante la celebración del culto, es:
III.- LA RESPONSABILIDAD DE SOMETERSE A LA PALABRA DE DIOS.
En los primeros 27 versículos del capítulo 10 tenemos una lista de 84 personas representantes del pueblo que firmaron la “fiel promesa” de no seguir pecando deliberadamente contra Dios, sino que corregirán sus vidas para agrado de Dios. Pero, los versículos 28 y 29, nos dice que: “Y el resto del pueblo, los sacerdotes, levitas, porteros y cantores, los sirvientes del templo, y todos los que se habían apartado de los pueblos de las tierras a la ley de Dios, con sus mujeres, sus hijos e hijas, todo el que tenía comprensión y discernimiento, / se reunieron con sus hermanos y sus principales, para protestar y jurar que andarían en la ley de Dios, que fue dada por Moisés siervo de Dios, y que guardarían y cumplirían todos los mandamientos, decretos y estatutos de Jehová nuestro Señor” (Nehemías 10:28-29). En otras palabras, estaban jurando que se someten a la palabra de Dios revelada y comunicada a través de su ley que esta generación de judíos apenas estaba conociendo. Estoy seguro que después de este juramento, aunque no se menciona en estos versículos también hubo pronunciaciones de nuevos amenes como solemnes sellos verbales con la tinta de un verdadero compromiso.
Este sometimiento a la palabra de Dios que ellos juramentaron tenía que ver con la vida práctica y cotidiana en áreas de la vida familiar, comercial, religiosa, de santidad, y social, etc… Relata Nehemías que el pueblo en su juramento ante Dios, dijo que: “… no daríamos nuestras hijas a los pueblos de la tierra, ni tomaríamos sus hijas para nuestros hijos. / Asimismo, que si los pueblos de la tierra trajesen a vender mercaderías y comestibles en día de reposo, nada tomaríamos de ellos en ese día ni en otro día santificado; y que el año séptimo dejaríamos descansar la tierra, y remitiríamos toda deuda” (Nehemías 10:30-31). Este compromiso juramentado del pueblo de Dios fue el resultado de aceptar la palabra de Dios, pronunciando inicialmente dos gloriosos y benditos amenes, que nos enseñan a nosotros la importancia y trascendencia de no decir amén a la ligera sino un amén bien pensado.
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La cuarta RESPONSABILIDAD a la que uno se compromete para con Dios al decir ¡Amén! durante la celebración del culto, es:
IV.- LA RESPONSABILIDAD DE APOYAR LA OBRA DE LA CASA DE DIOS.
Nehemías, relatando una responsabilidad más a la que se comprometieron todos los judíos que regresaron libres del triste exilio que vivieron en Babilonia, al final del capítulo 10, comenzando en el versículo 32, nos describe que: “Nos impusimos además por ley, el cargo de contribuir cada año con la tercera parte de un siclo para la obra de la casa de nuestro Dios” (Nehemías 10:32). Observen ustedes que el primer énfasis de este versículo 32 es la voluntariedad con el que ellos mismos, conscientes de haber aceptado la ley de Dios, se impusieron por ley contribuir con una cantidad anual. Pero, en otro énfasis al final de este versículo dice que este compromiso que ellos se impusieron por ley fue “para la obra de la casa de Dios”. Se interesaron por la obra, seguramente tanto de reconstrucción, pero también de la obra ministerial que allí se llevaría a cabo para acercar a la gente para encontrarse con la manifestación de la presencia de Dios.
Una persona, o toda una comunidad que acepta la palabra de Dios, también se compromete a contribuir al ministerio de la casa de Dios. Es por eso que al final de los cultos siempre se recogen diezmos, ofrendas, y primicias, cosas que según se relata con más amplitud en los versículos 33 al 39, también ellos se comprometieron a entregar “para la obra de la casa de Dios”. En la tercera y última frase del versículo 39, con palabras que no pueden resumir mejor el compromiso de personas que aceptan para su vida la palabra de Dios, leemos que el pueblo de Dios dijo: “y no abandonaremos la casa de nuestro Dios” (Nehemías 10:39c). Este compromiso lo manifestaron como resultado de haber inicialmente aceptado con un mínimo de dos fuertes amenes la ley de Dios que les fue leída y predicada después de vivir tantos años sin conocimiento de la ley de Dios.
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CONCLUSIÓN: Amados hermanos, Según lo que he observado, no somos una iglesia acostumbrada a decir Amén después de una lectura bíblica, después de una declaración de seguridad de perdón, después de una predicación, después de la afirmación de una verdad relevante durante la predicación, ni después de las oraciones; sin embargo, la palabra Amén, es una palabra que debiéramos usar correctamente durante nuestros cultos en cada uno de estos momentos que les he mencionado. Es una palabra que forma parte de una correcta adoración. Por lo menos, debiéramos usarla, aunque sea al mero final del culto al terminarse la bendición pastoral, pero puede usarse en otros muchos momentos. Quienes esperan el Amén de la bendición pastoral solamente como palabra clave para salir lo antes posible del santuario sin siquiera responder con un Amén, están evadiendo comprometerse con Dios con respecto a la palabra de Dios leída y predicada durante el culto que concluye.
Como un dato final, pero lo más relevante en este final de mi predicación, es que en Apocalipsis 3, en la orden de escribir un mensaje para la iglesia de Laodicea, una de las siete iglesias mencionadas en el Apocalipsis, Jesús se describe como “el Amén”, diciendo de sí mismo: “He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios” (Apocalipsis 3:14). Jesús sustituye su nombre con la palabra Amén, dando a entender que él es una persona veraz que cumple su palabra, sus compromisos. Por eso se describe como “el testigo fiel y verdadero”. De la misma manera, los creyentes en Jesucristo podemos llamarnos: “los amenes”, por usar esta palabra en nuestros cultos, pero más porque en nuestra vida nos hacemos responsables de cumplir nuestros deberes para con Dios.