EL GRITO: ¿POR QUÉ ME HAS DESAMPARADO?
Salmo 22; Mateo 27:37-46.
Predicado por primera vez por el Pbro. Diego Teh Reyes, en la congregación “Ebenezer” de la col. San José Tecoh, de Mérida Yuc; el día domingo 28 de Febrero del 2016, a las 18:30 horas, como parte de la serie: 7 MENSAJES DE LA CRUZ.
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INTRODUCCIÓN: Todo lo que ocurrió a Jesús las horas antes de ir a la cruz, y durante el tiempo que estuvo colgado en la cruz es profundamente conmovedor. Lo vemos juzgado ante el concilio presidido por Caifás el sumo sacerdote, en el que nos dice su historia que “Entonces le escupieron en el rostro, y le dieron de puñetazos, y otros le abofeteaban,..:” (Mateo 26:67). Luego lo vemos ante el gobernador Pilato quien luego de juzgarle con injusticia lo entrega a los soldados que lo llevaron al pretorio donde “desnudándole, le echaron encima un manto de escarlata, / y pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas, y una caña en su mano derecha; e hincando la rodilla delante de él, le escarnecían, diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos! / Y escupiéndole, tomaban la caña y le golpeaban en la cabeza. / Después de haberle escarnecido, le quitaron el manto, le pusieron sus vestidos, y le llevaron para crucificarle” (Mateo 27:28-31). Y luego lo vemos en el acto mismo de la crucifixión, pero todo transcurre sin el relato de grito alguno. Siempre se había estado cumpliendo en él la profecía del profeta Isaías que dice: “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (Isaías 53:7).
Sin embargo, ya estando en la cruz, después de sus primeras tres frases, oraciones, o palabras como comúnmente se le llama, en la cuarta palabra le escuchamos por primera vez[1] pegando un grito, que San Mateo nos lo narra de la siguiente manera: “Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46). / ¿Por qué el grito, o clamor a gran voz? / En esta predicación me propongo compartirles algunas razones de este grito inusual en el carácter de Jesús.
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La primera razón por la que Jesús gritó asegurando que Dios le había abandonado, es:
I.- PORQUE DIOS ESTABA CASTIGANDO EN ÉL LA NATURALEZA HUMANA.
Jesús no estaba confundido. No estaba pensando que talvez su Padre le había desamparado. Estaba tan seguro, que lo estaba afirmando al decir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Siendo Jesús Dios y hombre al mismo tiempo, el que estaba siendo castigado en la cruz no es la naturaleza divina de Jesús, sino su naturaleza humana. Es su condición de humano que siente tanto lo mínimo como lo máximo de dolor, que en esos momentos y bajo la dolorosa y lenta muerte por crucifixión, no solamente sufre el dolor propio de la crucifixión sino que siente al mismo tiempo el abandono del Padre hacia su persona. Debió ser para él el peor momento que jamás un ser humano haya conocido, y que no va a ser experimentado por nadie más aquí en esta tierra. Solamente podría ser ligeramente comparado con el abandono que Dios hará a las personas cuyo destino será el infierno, pues el abandono en la cruz debió ser más intenso que el abandono que ocurrirá a los que estarán para siempre en el infierno ardiente.
Nunca una naturaleza humana será capaz de soportar el suplicio y el martirio sin sentir dolor alguno, mucho menos puede una naturaleza humana soportar el abandono o desamparo de Dios. Con aquella pregunta expresada a gran voz, no estaba claudicando su misión, ni estaba renunciando su compromiso, sino que estaba demostrando en ese momento que él no es solamente Dios cuya naturaleza perfectísima no sufre como un humano, pues era en realidad un hombre que siente, sufre, y que una acción divina se estaba ejecutando en su contra. Es el hombre santo que Dios siempre requirió para que representativamente pague la culpa de la humanidad elegida para salvación. El grito de Jesús nos confirma que él es uno que no tenía que ser como nosotros pero se hizo uno de nosotros, es su grito que nos demuestra que es el Dios que se humilló para ser igual que nosotros pero sin pecado para que él llevara en su humanidad nuestros pecados.
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La segunda razón por la que Jesús gritó asegurando que Dios le había abandonado, es:
II.- PORQUE DIOS ESTABA CASTIGANDO EN ÉL NUESTROS PECADOS.
Un escritor puritano llamado John Flavel escribió una vez un diálogo ilustrativo entre el Padre y el Hijo en cuanto a la humanidad caída y el gran precio que se requería para obtener nuestra redención. El diálogo ilustra maravillosamente la verdadera agonía de la cruz y el amor del Padre y del Hijo. El Padre comienza el diálogo diciendo: “Mi Hijo, he aquí una compañía de almas miserables, pobres, que se han deshecho por completo a sí mismos, ¡y ahora se encuentran abiertos a la justicia! La justicia exige satisfacción por ellos, o se satisfacerá de la ruina eterna de ellos: ¿Qué se hará para estas almas?” Y Jesús contesta decididamente: “Padre mío, tal es mi amor y compasión por ellos, que en vez de que perezcan eternamente, yo seré responsable de ellos como su fiador, llevare todas su deudas de ley, para poder ver lo que te deben Ti; Señor, trae a todos, es posible que no demandas posteriores con ellos, de mi mano las requerirás. En vez de esto elijo sufrir la ira de los que deberían sufrirla: sobre mí, Padre mío, sobre mí sea toda su deuda”. El Padre le aclara la decisión: “Pero, hijo mío, si tú te comprometes por ellos, tú tendrás que considerar pagar el último centavo, no esperes reducciones, si prescindo de ellos, no prescindiré de Ti”. La decisión de Jesús ya estaba bien pensada, pues concluye la conversación de esta manera: “El contenido, Padre, que así sea; cárgalo todo sobre mí, estoy en condiciones de cumplirlo, aunque resulte en una especie de ruina sobre mí, a pesar de que empobrezca todas mis riquezas, vacíe todos mis tesoros, sin embargo, estoy contento de llevarlo a cabo”[2].
Las palabras del Mesías cuando a gritos le preguntó a su Padre “¿por qué me has desamparado?”, son difíciles de comprender, sin embargo, ponen al descubierto el significado y la razón por la que murió. Dios estaba castigando en él los pecados de la humanidad con el fin de salvar a aquellos a quienes eligió para salvación. ¿Cómo no sentir el abandono ante tan grande responsabilidad? Jesús padeció el abandono y desamparo de Dios para que nosotros no suframos eternamente su justo y merecido abandono, sino al contrario el padecimiento de abandono de Dios hacia su Hijo Jesús, resulta en un privilegiado acercamiento de Dios hacia nosotros, y un privilegiado estar con él para toda la eternidad. El desamparo que experimentó Jesús, fue para que nosotros estemos bajo su eterno amparo.
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La tercera razón por la que Jesús gritó asegurando que Dios le había abandonado, es:
III.- PORQUE DIOS ESTABA CASTIGANDO A ÉL CON TODA SU IRA.
Hay quienes piensan que las palabras de Jesús al decir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”, es porque Dios no soportaba ver el sufrimiento de su Hijo en manos de seres humanos despiadados, pero la realidad de lo que estaba sucediendo es todo lo contrario.
La realidad de la cruz no dependió esencialmente de la mala decisión de Pilato, ni de la filosidad destrozadora de los clavos, ni de la puntiagudez de las espinas de la corona que le pusieron en la cabeza, ni de lo hiriente de la lanza que fue usada contra su costado. La realidad de la muerte de Jesús en la cruz dependió de la ira de Dios ejecutándose con toda rudeza sobre su propio Hijo, de tal manera que Jesús como humano sintió el desamparo divino no por lo que le hacían los hombres como si su Padre no pudiese hacer algo al respecto, sino por lo que su propio Padre hacía contra él. El abandono al que Jesús se refería fue no solo una expresión retórica sino una realidad tan intensa como agonizante, que debería ser lo que deberíamos estar sintiendo tanto en esta vida como en la eternidad, pero habiendo sido previsto que Jesús padeciese tal castigo de manos de su Padre, eso nos libra a nosotros del peso de la ira presente y eterna de Dios.
Dios no le haría caso a su propio Hijo en aquellos momentos, hasta que su justicia sea satisfecha. No le importaba al Padre que tan fuerte fuese el clamor o grito de su Hijo. No le importaba al Padre que su propio Hijo le dijese “Dios mío, Dios mío”. No le importaba al Padre que su propio Hijo le hablase en uno de los dialectos más humildes del mundo como el arameo, al decirle “Elí, Elí, lama sabactani”. No había nada que aplacase la ira de Dios sino la muerte expiatoria con derramamiento de sangre de su propio Hijo. Al Padre solamente le importaba castigar a su Hijo, para que en él sea cobrada la culpa de los pecadores de todos los tiempos, incluyendo los de cada uno de nosotros.
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CONCLUSIÓN: Amados hermanos, es un glorioso privilegio para cada uno de nosotros que Jesús haya tomado nuestro lugar haciéndose ser humano como nosotros, y que al ser uno de nosotros pero sin pecado, aceptó pagar con su propia vida la pena de muerte que merecíamos para satisfacer la justicia de Dios. Gracias a Jesús que en la cruz nos demuestra que su amor por nosotros fue tan grande, pues siendo Dios no se aferró a ser Dios sino que se hizo hombre, y siendo hombre fue sin pecado delante de Dios, pudiendo ser aceptable solamente por su santidad el pago que hizo por nuestras culpas. Qué bueno que Dios no hizo caso al grito de Jesús en la cruz. Qué bueno que Dios no se hizo misericordioso con él, proveyéndole el amparo que necesitaba en ese momento, pues si hubiese amparado a Jesús (que sí lo pudo haber hecho), hubiésemos quedado condenados para siempre. Pero gracias a Jesús y al Padre que todo transcurrió como fue planeado desde la eternidad. Su amor nos salvó para toda la eternidad.
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[1] Hubo un segundo grito al pronunciar su séptima y última palabra: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu” (Mateo 27:50; Lucas 24:46).
[2] John Flavel, The Fountain of Life: A Display of Christ in His Essential and Mediatorial Glory , in The Works of John Flavel (London: Banner of Truth, 1968), 1:61.
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