CUANDO LA SANTIDAD DE DIOS TE IMPACTA
Isaías 6:1-8; Hechos 7:51-57.
Predicado por primera vez por el Pbro. Diego Teh Reyes, en la iglesia “El Divino Salvador” de Mérida, Yucatán; el día domingo 15 de Enero del 2017, a las 11:00 horas.
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INTRODUCCIÓN: Por el atributo de la santidad de Dios es que nuestros sentidos no están en condición de tener ningún contacto ni siquiera visual, ni auditivo, ni táctil con nada sustancialmente represente a Dios, porque ello representaría sin nada menos que la muerte segura del pecador aunque estuviese arrepentido de sus pecados. Es por eso que no creo que literalmente la sustancia divino-humana de Jesucristo se transubstancie en el pan y en la copa del sacramento de la santa cena. Amados hermanos, si eso sucediera, la verdad que seríamos exterminados por la santidad gloriosa de la manifestación sustancial divina porque en verdad no tenemos la naturaleza capaz de percibirla con nuestro sentido del gusto, ni del tacto al tomar con nuestras manos el pan y la copa sacramental. Es por eso, que el sacramento de la santa cena solamente son “signos sensibles, que representan a Cristo y a los beneficios de la nueva alianza, y los confirma y aplica a los creyentes”[1]. Sin embargo, Dios en su infinita gracia ha permitido que hombres pecadores puedan ver la manifestación de su presencia sin que sean ejecutados por su gloriosa santidad. Moisés por lo menos tuvo que quitarse las sandalias ante la santidad de la sola manifestación de la presencia de Dios en el fuego que envolvía aquella zarza desde donde escuchó que Dios le llamaba. Y en el nuevo testamento, el apóstol Juan, en su versión del Santo Evangelio, testifica acerca de Jesucristo de que juntamente con los demás apóstoles “vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre” (Juan 1:14). ¡Jesucristo es la manifestación presente de la gloriosa santidad de Dios!
En nuestro texto bíblico podemos aprender que en una persona que es impactada por la santidad de Dios, se producen en su experiencia reacciones edificantes. / ¿Qué reacciones edificantes se debe producir en una persona que es impactada por la santidad de Dios? / Basado en la visión personal que nos narra el profeta Isaías, les compartiré algunas de estas reacciones.
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La primera reacción edificante que debería tener una persona que es impactada por la santidad de Dios, es:
I.- EL ENTENDIMIENTO DE QUE NUESTRA VIDA DEPENDE DE DIOS.
En el testimonio del mismo profeta Isaías acerca de su experiencia con la santidad de Dios, leemos sus propias palabras que dicen: “Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto;…”. Desde luego que Isaías tenía conocimiento de la historia acerca de la gloria y de la santidad de la gloria de Dios, por lo que en este momento no le quedó de otra que entender de manera personal que nuestra vida depende de Dios.
En la ocasión cuando Dios habló con Moisés en el monte Sinaí para darle los Diez Mandamientos, los israelitas que observaban no de cerca sino de lejos, los estruendos y relámpagos, el sonido de bocina, y el monte que humeaba mientras Dios hablaba con Moisés (Éxodo 20:17), tuvieron que decirle a Moisés cuando bajó del monte, que le dijera a Dios que por favor le hablara solo a Moisés quien se responsabilizaría de comunicarle a los israelitas lo que Dios le había dicho. La razón que los israelitas le dieron a Moisés acerca de esta petición, fue: “para que no muramos” (Éxodo 20:19).
Cuando Dios, ordenó a Moisés la construcción del tabernáculo, entre sus muebles ordenó que se construyera un arca que fue conocida como el arca del pacto. Aquella arca era señal de una manifestación de la presencia de Dios con su pueblo. Era tan real la manifestación que aquel mueble no debería ser tocado, ni visto, pues se limitó un pequeño espacio que se llamó Lugar Santísimo, en el cual no cualquier persona podía entrar, porque por tocarlo o mirarlo podría ser causa de una muerte segura. En aquel Lugar Santísimo solamente podía entrar un solo sacerdote llamado sumo sacerdote, y no todo el tiempo sino una sola vez al año, en el que podrá permanecer junto al arca por un poco de tiempo nada más mientras ofrece una ofrenda a Dios. Se dice, no en la biblia sino en tradiciones, que a veces a los sumos sacerdotes se les ponía una cuerda en los pies por si acaso caía muerto, sería rescatado hacia afuera por medio de la cuerda. Aquella arca cuando se tenía que transportar se hacía por medio de unas varas que se atravesaban en las argollas que el arca tenía en sus costados (Éxodo 25:12-15), y aquellas varas serían apoyadas en los hombros de los hombres designados ceremonialmente para la transportación (Números 7:9), porque por la santidad de la presencia de Dios que aquel mueble representaba no debería ser tocado por nadie, aunque fuese por el más fiel de los ministrantes.
En una ocasión que unos filisteos lograron secuestrar el arca y lo llevaron a varias de sus ciudades fuera de los límites del territorio israelita, hasta sus propios dioses falsos caían destrozados por la presencia de la santidad de Dios. Cuando los habitantes de las ciudades miraban el interior de aquella arca, inmediatamente les brotaba tumores en el cuerpo, o comenzaban a padecer enfermedades mortales con la que finalmente perecían (1 Samuel 5:1-12). Todo esto por el efecto de la manifestación de la santidad de Dios. Ellos se dieron cuenta y de la causa que sabían de oídas, y cuanto antes tuvieron que devolver el arca a los israelitas. En la época de David cuando se trasladaba a Jerusalén el arca del pacto de que había estado en casa de una familia en una población lejana, Uza uno de los hijos de aquella familia consideró que debió meter la mano para sostener aquella arca que en cierto momento tambaleó y estuvo a punto de caerse, pero al momento de tocar aquel mueble que representaba la manifestación de la presencia de Dios, el hombre cayó instantáneamente muerto (2 Samuel 6:6).
Amados hermanos, si esto sucedía solo como un efecto natural de mirar o tocar una manifestación de la santidad de la presencia de Dios, ¿se imagina usted lo potencialmente mortal que debería ser mirar a Dios? Pero si en Jesucristo, espiritualmente somos abrazados por la gloria de Dios, y no morimos, es suficiente para darnos cuenta que nuestra vida depende de la misericordia de Dios, y debe despertar en nosotros una profunda gratitud a Él.
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La segunda reacción edificante que debería tener una persona que es impactada por la santidad de Dios, es:
II.- EL RECONOCIMIENTO DE NUESTRA PECAMINOSIDAD.
Después de decir: “¡Ay de mí! que soy muerto”; añade una triste y lamentable razón del por qué el pecador merecer la muerte, diciendo: “porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:5). Esta conciencia pecaminosa de Isaías la siente y expresa justo en el momento de mirar la gloriosa santidad de Dios. Isaías no solamente miró hacia arriba en el trono alto y sublime, donde miró la santidad de la gloria de Dios, sino que instantáneamente también tuvo que mirar hacia el interior de su vida personal, no quedándole de otra que darse cuenta y reconocer que no es más que un pecador entre pecadores a quienes él llama “inmundos”, y él también es un “inmundo”. Inmundo, es la palabra que describe cualquier cosa que ha quedado extremadamente sucio y que no es útil para nada más que para ser desechado. El pecador no es nada más que un ser sucio por el pecado, que se ha convertido en un “inmundo” que necesita ser desechado, a menos que sea posible su limpieza. Afortunadamente, el pecador puede ser limpiado, e Isaías recibió la limpieza correspondiente, pero primero tuvo que observarse o analizarse a sí mismo y darse cuenta de su sucia realidad pecaminosa.
El apóstol Pedro durante el tiempo de su formación para su apostolado, tuvo entre sus muchas experiencias, una experiencia en particular junto con sus compañeros apóstoles, que le ocurrió después de un día en el que no les fue nada bien en la pesca. Jesús le prestó por una rato su pequeña barquita que utilizó como plataforma para predicar a los que estaban reunidos en la playa. Luego, Jesús le dijo a Simón que es Pedro: “Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar. / Respondiendo Simón, le dijo: Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red. /Y habiéndolo hecho, encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía. / Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que viniesen a ayudarles; y vinieron, y llenaron ambas barcas, de tal manera que se hundían” (Lucas 5:5-7). Pero lo que les quiero enfatizar ahora es lo que dice el v. 8, que: “Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Lucas 5:8).
Amados hermanos, así como Pedro se auto examinó y llegó a la conclusión de que es un “hombre pecador”, y así como Isaías se auto examinó y llegó a la conclusión de que es un “hombre inmundo”; también nosotros debemos auto examinarnos delante de Dios según se revela en su Palabra, y sin duda que si somos honestos con nosotros mismos, descubriremos que la realidad de nuestra condición espiritual es que somos nada más que pecadores. Pero esto solamente puede ser descubierto por una persona que acepta contemplar la santidad de Dios.
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La tercera reacción edificante que debería tener una persona que es impactada por la santidad de Dios, es:
III.- EL RECONOCIMIENTO DE LA SOBERANÍA DE DIOS.
Después de reconocer su pecaminosidad, Isaías hace otro reconocimiento diciendo: “han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:5 al final). En su visión de Dios, específicamente le vio como “Rey” que a pesar de ser una visión que tiene lugar en un lugar descrito como “el templo”, no le ve en el altar como si fuera el sacerdote, ni en el lugar santísimo como si fuera el sumo sacerdote, sino dice que: “En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo” (v. 1). Qué buena noticia que Dios es soberano. Eso garantiza que no importa qué desorden estaba sucediendo en el reino desde que el rey Uzías estaba vivo, e incluso ahora que había muerto. Dios el Rey gobierna desde su trono, el presente y futuro de su pueblo amado. Eso sí que son noticias consoladoras.
Pero la soberanía de Dios no se limita solamente a cuestiones de gobierno sobre las naciones, sino también la soberanía de Dios tiene su aplicación en la salvación y hasta en la santificación de los pecadores. Como una consecuencia de la soberanía de Dios, en aquella visión dice Isaías que ocurrió lo siguiente: “Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; / y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado” (Isaías 6:6,7). Llama la atención que Isaías no tuvo que hacer mucho más que encontrarse con Dios aunque en visión, y Dios utilizó a uno de sus siervos celestiales, un serafín, para hacer todo lo que Isaías necesitaba para ser santificado. Le fue dicho “es quitada tu culpa, y limpio tu pecado”. Amados hermanos, esta acción y declaración angelical es una obra de la libre gracia de Dios que en el contexto de nuestro tiempo también se efectúa en nosotros, por medio del efecto de la muerte de Jesucristo, de quien dice el apóstol Juan que: “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7d). Ninguna ceremonia externa puede limpiar al pecador de su culpa y pecado, sino solamente Jesucristo, de quien Juan el Bautista dijo: “He aquí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Así que cuando uno acude a Jesús, él y solo él tiene la soberana potestad de perdonar tus pecados.
La palabra “limpio” que el serafín usó al comunicarle a Isaías que era “limpio” de su pecado, tiene relación con una experiencia grave que había tenido el recién fallecido rey Uzías. Este rey murió de una lepra que Dios le envió como castigo de una abierta desobediencia que él hizo al usurpar una función sacerdotal que no le correspondía como rey. Entró “en el templo de Jehová para quemar incienso en el altar del incienso” (2 Crónicas 26.16). Pero el final de su triste caso dice así: “ Y le miró el sumo sacerdote Azarías, y todos los sacerdotes, y he aquí la lepra estaba en su frente; y le hicieron salir apresuradamente de aquel lugar; y él también se dio prisa a salir, porque Jehová lo había herido. / Así el rey Uzías fue leproso hasta el día de su muerte, y habitó leproso en una casa apartada, por lo cual fue excluido de la casa de Jehová; y Jotam su hijo tuvo cargo de la casa real, gobernando al pueblo de la tierra” (2 Crónicas 26:20-21; cf. vv. 16-19). Isaías entendía la gravedad de ser pecador, que es peor que ser leproso, y valoraba que sin merecerlo, el Dios santo envió hacia él a un serafín para limpiarle. Lo mismo hizo Dios por nosotros, pero no envió a un serafín sino a su propio Hijo Jesucristo, para pagar nuestros pecados, y obtener el perdón de nuestros pecados que ahora podemos obtener siempre y solamente por medio de Jesucristo.
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La cuarta reacción edificante que debería tener una persona que es impactada por la santidad de Dios, es:
IV.- LA ACEPTACIÓN DE UNA COMISIÓN DIVINA.
Finalmente, el mismo Isaías, luego de su limpieza con el carbón encendido que tocó sus labios inmundos, y después de que la santidad de Dios le impactó santificándole, nos narra que: “Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí” (Isaías 6:8). Evidentemente hubo un propósito claro en Dios para la santificación de este hombre, pues inmediatamente a la santificación, siguió la pregunta de Dios: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?”. La pregunta de Dios no fue antes de la santificación sino después. Pero lo que ahora observaremos es que tras la pregunta de Dios, Isaías responde con un: “Heme aquí, envíame a mí”, respuesta que demuestra su decisión determinante como una consecuencia natural de haber sido tocado e impactado por la santidad de Dios. No se puso a analizar ni los pros ni los contras de tomar una decisión tan determinada. Dios le había concedido el privilegio de conocer aunque en visión, la santidad de su gloria, y le había santificado para que fuese capacitado para ir en nombre de Dios para anunciar a su pueblo las buenas noticias prontas y futuras para el pueblo escogido de Dios de todos los tiempos.
En la epístola que el apóstol Pablo le envió a los romanos, argumentando que verdaderamente el evangelio de Jesucristo sin duda que era primeramente para los israelitas, sin embargo también lo es para los gentiles, y específicamente les argumenta: “Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; / porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Romanos 10:12,13). Pero luego el apóstol les hace una pregunta acerca de cómo serán salvos estos que no son israelitas, y la pregunta es esencialmente la misma que Dios le hizo a Isaías: “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? / ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?” (Romanos 10:14,15a). Lo que el apóstol Pablo quería conseguir de los romanos con estas preguntas, es que siendo ellos discípulos del evangelio de Jesucristo, aceptaran ser comunicadores del evangelio no solo a israelitas sino también a los gentiles que estuviesen en Roma o a cualquier lugar donde ellos viajaran. Siendo cristianos, deberían responder como Isaías: “Heme aquí, envíame a mí”.
Amados hermanos, quien se ha encontrado con la misma gloriosa santidad de Dios por medio de Cristo la imagen de su gloria (cf. Hebreos 1:3), y quien ha sido impactado e incluso santificado por Dios mismo, no puede ni debe quedarse sin comprometerse con un proyecto de Dios que solamente puede ser hecho por los seres humanos santificados. Cuando una persona es tocada e impactada por la santidad de Dios, a uno no le queda más que corresponder a Dios con obediencia inmediata, decidida, y voluntaria. Estimado hermano, usted ha sido alcanzado para salvación por Jesucristo la gloria de Dios. Usted ha sido y está siendo santificado por el Espíritu Santo y glorioso de Dios. Usted como creyente en Jesucristo, no lo puede negar, ha sido usted como Isaías, impactado por la gloriosa santidad de Dios. Usted debe aceptar la comisión divina de ir y predicar el evangelio, y hacer discípulos para Jesucristo; pero debe decirle a Dios de manera decidida: “Heme aquí, envíame a mí”, acepto tu gran comisión.
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CONCLUSIÓN: Amados hermanos, la santidad de Dios no es nada extraño para nosotros, es la realidad de Jesucristo manifestada en nuestras vidas para salvación y santificación. Gracias al impacto de su santidad en nosotros es que sabemos que somos merecedores de muerte tanto física como espiritual para la eternidad, pero como de Él depende toda nuestra vida, Él ha querido conservarnos con vida física, e incluso dándonos también vida eterna. Gracias al impacto de su santidad en nosotros que descubrimos que somos realmente pecadores delante suyo y que no merecemos por ningún mérito estar delante de su presencia, pero que por su gracia que es infinita recibimos el perdón de nuestros pecados. Gracias al impacto de su santidad en nosotros es que nos damos cuenta que Él es soberano, que tiene el control de todo lo que ocurre en el universo, en el cielo, en la tierra, en los reinos de las naciones, en la vida personal y aún privada y espiritual de las personas, y no importa que tan grave se encuentre la condición de tales entidades, Él es soberano para tomar el control y corregirlo como lo hizo con Isaías y como lo ha hecho con nosotros. Y gracias al impacto de su santidad en nosotros es que aceptamos la gran comisión de hacer discípulos para salvación y santificación.
La santidad de Dios produce en nosotros los pecadores, un cambio radical en nuestra manera de ver las cosas, y en nuestra manera de ser obedientes a Dios. Que Dios siga impactando nuestras vidas con su gloriosa santidad para tener una mayor respuesta de obediencia a Él.
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[1] Respuesta a la pregunta 92 del Catecismo Menor de Westminster, que define la naturaleza de los sacramentos.
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