JESÚS SE ENCUENTRA CON VENDEDORES EN EL TEMPLO.
Isaías 56:1-7; Jeremías 7;8-15;
Marcos 11:15-19.
Predicado por primera vez por el
Pbro. Diego Teh Reyes, en la iglesia
“El Divino Salvador” de Mérida,
Yucatán; el día lunes 10 de Abril del
2017, a las 19:00 horas.
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INTRODUCCIÓN: El mensaje de hoy sigue siendo parte de la serie: JESÚS SE ENCUENTRA CON PECADORES, y el título específico para el mensaje de este momento es: JESÚS SE ENCUENTRA CON VENDEDORES EN EL TEMPLO. Aclaro de una vez que no tengo el objetivo de usar el texto bíblico para explicar si es correcto vender en el templo o no con el fin de recaudar fondos para beneficio de la iglesia, porque considero que sería tergiversar el propósito original para el cual fue escrito el acontecimiento de la purificación del templo de Jerusalén. Por cierto no es la primera ocasión que Jesús purificaba este templo sino la segunda ocasión, pues como dos años antes también por causa de la misma mercadería que hacían las mismas autoridades del templo, la había también purificado, retirándoles de su interior y exhortándoles a que no lo siguieran haciendo sino que contribuyan para que el templo cumpla la función para la cual estaba existiendo (cf. Juan 2:13-22). Sin embargo, desde aquella primera ocasión, a estos profanos comerciantes interesados solo en su beneficio económico personal no les importó las exhortaciones y recordatorios que Jesús les indicó acerca de la función correcta del templo. Ahora es la segunda vez que Jesús los encuentra de nuevo profanando el templo con sus negocios motivados más por interés personal que por servicio al prójimo o a Dios mismo. Eran los mismos ministros del santuario que habían caído en menospreciar su propio ministerio cambiándolo por el comercio. Jesús tenía que recordarles entre otros muchos detalles, cuáles deben ser las motivaciones correctas por las que ellos mismos debían acudir a la casa de Dios.
Basado en esta histórica purificación del templo les predicaré que cuando una persona acude a la casa de Dios debe hacerlo con los motivos correctos. / ¿Cuáles son los motivos correctos con los que una persona debe acudir a la casa de Dios? / En este segundo encuentro de Jesús con vendedores en el templo de Jerusalén, especialmente por las acciones y palabras de Jesús durante todo el acto de purificación que él realizó, y por la consecuente presencia de ciegos y cojos (Mateo 21:14), y de unos muchachos (Mateo 21:15), les voy a compartir algunos motivos correctos con los que uno debe acudir a la casa de Dios.
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El primer motivo correcto para acudir a la casa de Dios, es:
I.- PARA ACERCARSE A DIOS.
Es bueno saber que el templo originalmente siempre tuvo tres atrios que en su conjunto conformaban el Lugar Santo. El primer atrio era el área de la entrada que se le conocía como el Atrio de las Mujeres en el que podían entrar tanto hombres israelitas como mujeres israelitas, pero las mujeres israelitas tenían que quedarse en ese atrio, pero los hombres israelitas podían avanzar al siguiente atrio que era conocido como el Atrio de los israelitas. Luego seguía un atrio más pequeño que era conocido como el Atrio de los Sacerdotes en el cual como su nombre lo indica, solamente podían estar los sacerdotes. Después de esta serie de atrios, inmediata y finalmente estaba el Lugar Santísimo en el que solamente podía estar el sumo sacerdote en turno una vez al año. Desde la época del tabernáculo, este lugar siempre fue considerado como el lugar de la presencia de Dios porque Dios manifestaba su presencia específica y exclusivamente sobre este lugar por medio de una nube que fue conocida como Shekiná (del hebreo: Nube de la gloria de Dios). El pueblo de Dios sabía que, al acudir a la casa de Dios, era para encontrarse allí con Dios. La razón por la que los ministros llegaban a las partes más cercanas a la presencia de Dios, obviamente es por la naturaleza de su función sacerdotal; y la razón por la que los hombres israelitas podían acercarse más que las mujeres, no era por discriminación a las mujeres, sino es porque era una representación de que los hombres deberían ser los primeros responsables de acudir a Dios y ser los líderes espirituales de su familia. Sin embargo, sin importar si uno estaba atrás o lo más adelante posible, lo más valioso es que desde que uno esté dentro de cualquier atrio, uno ya estaba delante de la presencia manifestada de Dios.
Un detalle relevante. Cuando el rey Herodes el Grande reconstruyó el mismo templo del cual estoy hablando, hizo algo que me llama mucho la atención, pues al templo le aumentó un área más que la gente llegó a conocer como el Atrio de los Gentiles. La ley de Dios no permitía que ningún gentil entrara al original primer atrio el de las mujeres, por lo que al añadir Herodes este nuevo atrio, se puso en las partes con muro que dividían estos atrios, una leyenda que decía que los gentiles no debían pasar al siguiente atrio porque ellos serían los únicos culpables de su propia muerte. Bueno, pero hablando de este Atrio de los Gentiles, que fue un añadido posterior, es el lugar donde estaban instalados los vendedores que Jesús encontró. Propiamente no era parte del templo, pero san Marcos y los demás escritores del evangelio nos dan a entender que desde el momento que uno entraba en este añadido Atrio de los Gentiles, era lo mismo que estar en el templo. Popularmente era considerado como el templo mismo. E incluso Jesús mismo no rechazó dicho atrio, sino que a pesar de que el lugar donde estaban los vendedores no era ninguno de los atrios originales, les dijo a los vendedores que allí donde estaban era “casa de oración”, no refiriéndose solamente a las partes originales sino hasta el Atrio de los Gentiles, porque lo que se hacía en este atrio añadido, de alguna manera afectaba también lo que debería hacerse en las partes más internas del templo.
En otras palabras, desde que uno ponga un pie desde el primer atrio añadido por Herodes, uno debería estar consciente de que está en el templo no para otra cosa como vender ovejas y palomas, ni para cambiar dinero, sino para acercarse a Dios no tanto para ofrecer algún sacrificio sino para oír la bendita palabra de Dios que también se exponía en el templo. Ya los israelitas deberían saber esto que estaba en sus libros poéticos, en el Eclesiastés escrito por Salomón, en el cual se lee: “Cuando fueres a la casa de Dios, guarda tu pie; y acércate más para oír que para ofrecer el sacrificio de los necios; porque no saben que hacen mal” (Eclesiastés 5:1). Esto fue lo que Jesús les recordó a los influyentes dirigentes del templo. Que el templo era más para acercarse a Dios y escuchar su palabra antes que para ofrecer un sacrificio, por lo que los vendedores se habían olvidado que lo primero que ellos debían hacer era ofrecer al público la gratuita palabra de Dios para acercarlos a Dios, antes que la venta de los caros animales para ofrecer un sacrificio que pudiera ser solamente un acto externo de un pecador nunca arrepentido.
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El segundo motivo correcto para acudir a la casa de Dios, es:
II.- PARA ORARLE A DIOS.
Durante la confrontación que Jesús hizo a los vendedores, les dijo lo siguiente: “¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones?” (Marcos 11:17a). Primero analicemos ¿cómo puede considerarse el templo como “casa de oración”, si lo único que se encontraba en ese lugar era un auténtico mercado, si lo único que se escuchaba en ese lugar eran gritos de los vendedores ofreciendo sus ganados, palomas, y valor de sus cambios de moneda? Además de todo el ruido, sin duda que también se podía percibir la pestilencia que producían los animales, y lo que no haría falta era la correspondiente suciedad que los animales van acumulando durante el tiempo que están allí mientras llegan los clientes que los comprarían.
Jesús al recordarles que tal lugar es “casa de oración”, nuevamente les estaba dejando bien claro que además de los sacrificios sangrientos de animales que allí se ofrecía, uno de los objetivos esenciales del templo era la oración que ellos mismos estaban menospreciando e impidiendo que la gente pueda hacer con libertad en ese espacio. Obviamente el día en que Jesús encontró a estos vendedores en el templo, eran días en que mucha gente que venía a la ciudad de Jerusalén que no eran de las colonias de la misma ciudad, sino de otras provincias o estados de Palestina, y otros países verdaderamente lejanos. Venían para celebrar la pascua, así como para ofrecer sacrificios a Dios en el templo, pero el lugar que estaba destinado para estar en oración, no estaba en la quietud, silencio, santidad, limpieza, y con espacio apropiado para orar. Los mismos líderes estaban impidiendo a los fieles dedicar tiempo a la oración.
Amado hermano, aunque tras el rasgamiento del velo del templo que ocurrió como efecto aprobatorio de la muerte de Jesús, ya no fueron más necesarios los sacrificios, lo que no perdió vigencia es la utilidad del templo para hacer oraciones. No había dado ni tres meses después la muerte y resurrección de Jesús, ni más de un mes de su regreso al cielo, que los mismos apóstoles, además de que dedicaban tiempo para orar en el aposento donde determinaron reunirse (cf. Hechos 1:13,14), leemos en los Hechos de los apóstoles que “Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración” (Hechos 3:1). Aunque no había más necesidad del templo para sacrificios, el templo no perdió la función para orarle a Dios. Pedro y Juan y mucha gente piadosa aprovechaba los momentos destinados a la oración en el templo para ir a orar. Amado hermano, las veces que usted acuda a la casa de Dios no se pierda la oportunidad de pasar un tiempo en oración a Dios. También para eso sirve el templo.
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El tercer motivo correcto para acudir a la casa de Dios, es:
III.- PARA HALLAR SANTIFICACIÓN.
Cuando Jesús confronta a los vendedores en el templo, les dice unas palabras que son verdaderamente fuertes, al decirles: “Mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones” (Marcos 11:17b). ¿Qué significan estas palabras, con relación al motivo que uno tiene cuando acude a la casa de Dios? Jesús no vacila en decirles que ellos estaban siendo ladrones, seguramente porque estaban vendiendo los ganados ovinos a un precio mayor al precio máximo al público, y porque estaban cambiando dineros pagando menos de lo que el tipo de cambio tenía establecido. Pero además les dice que habían convertido el templo en una “cueva de ladrones” más bien en una cueva, pero para ellos mismos mas no para la gente piadosa. Con esta palabra “cueva”, lo que Jesús les estaba indicando a estos vendedores es que solamente estaban usando el templo como un falso refugio para esconder tras una investidura o una religiosidad, su pecado de anteponer sus propios intereses personales de solamente obtener ganancias ilícitamente, antes de cumplir su ministerio de guiar a la gente a un encuentro con Dios.
Seiscientos años atrás, en la época del profeta Jeremías se había dado una situación similar a la de los tiempos de Jesús, y Dios mandó decir a los líderes espirituales del pueblo: “He aquí, vosotros confiáis en palabras de mentira, que no aprovechan. / Hurtando, matando, adulterando, jurando en falso, e incensando a Baal, y andando tras dioses extraños que no conocisteis, / ¿vendréis y os pondréis delante de mí en esta casa sobre la cual es invocado mi nombre, y diréis: Librados somos; para seguir haciendo todas estas abominaciones? /¿Es cueva de ladrones delante de vuestros ojos esta casa sobre la cual es invocado mi nombre? He aquí que también yo lo veo, dice Jehová” (Jeremías 7:8-11). Es claro desde la amonestación de Dios que el templo no es para ser usado como una cueva en la cual uno se puede refugiar para auto engañarse pensando que así Dios favorece aun al que no está verdaderamente arrepentido; mucho menos deberían pensar así quienes han sido constituidos como ministros del santuario.
Los ministros del templo de la época de Jesús, deberían ser las personas más consagradas y dedicadas fielmente a las cosas de Dios, pero no lo eran; y de paso estaban causando que la gente se distraiga y pierda el sentido de acercarse a Dios para que sus vidas sean transformadas. El templo es el lugar donde tras verdaderamente acercarse a Dios, debe resultar en santificación de la vida. Uno no sigue igual cada vez que se acerca a Dios, pero el que aparenta acercarse a Dios cuando sus motivos son otros usando el templo igual que como se usa una cueva, no ocurre nada santificador en tal persona sino solamente permanece en pecado y aumenta el peso de su pecado sobre sí mismo.
Amados hermanos, por más que una persona tenga algún privilegio de servicio, no debe usar la casa de Dios como un lugar para encubrir sus faltas, y aparentar lo que realmente uno no es. El motivo por el cual uno acude a la casa de Dios no es para aumentar el peso del pecado que uno de por sí trae cargado, sino para deshacernos del pecado que nos llega a asediar y que llega a pesar sobre nuestra vida (cf. Hebreos 12:2). Los israelitas que se presentaban en el templo, era para oír la palabra de Dios, para orar, para ofrecer sus sacrificios a Dios, y esperar a cambio que fueran rociados con la sangre del sacrificio, y ser declarados perdonados sus pecados; no se presentaban en el templo para disfrazar sus intereses y retirarse igual o peor que cuando llegaron. Ahora, es obvio que ya no necesitamos del templo para sacrificar animales a Dios, pues Jesús se dio en sacrificio suficiente para que por su sangre seamos limpiados de pecado (cf. Juan 1:7); pero el templo sigue siendo un lugar apropiado para encontrarnos con Dios y salir beneficiados con la santificación que Dios opera en la vida de los pecadores que se acercan a él con un corazón contrito y humillado que vale más que uno o miles de sacrificios sangrientos de animales que cualquiera podría ofrecer (cf. Salmo 51:16,17).
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El cuarto motivo correcto para acudir a la casa de Dios, es:
IV.- PARA RECIBIR MISERICORDIA.
Desde la época de Moisés, como 1500 años atrás, Dios mandó a Moisés que le dijera a su hermano Aarón: “Ninguno de tus descendientes por sus generaciones, que tenga algún defecto, se acercará para ofrecer el pan de su Dios. / Porque ningún varón en el cual haya defecto se acercará; varón ciego, o cojo, o mutilado, o sobrado, / o varón que tenga quebradura de pie o rotura de mano, / o jorobado, o enano, o que tenga nube en el ojo, o que tenga sarna, o empeine, o testículo magullado. / Ningún varón de la descendencia del sacerdote Aarón, en el cual haya defecto, se acercará para ofrecer las ofrendas encendidas para Jehová. Hay defecto en él; no se acercará a ofrecer el pan de su Dios. / Del pan de su Dios, de lo muy santo y de las cosas santificadas, podrá comer. / Pero no se acercará tras el velo, ni se acercará al altar, por cuanto hay defecto en él; para que no profane mi santuario, porque yo Jehová soy el que los santifico” (Levítico 21:17-23). El que ministra tenía que ser una persona impecable. Lo mismo aplicaba para la presentación y ofrecimiento de ofrendas, las cuales no debían ser defectuosas, sino que tenían que ser perfectas (Levítico 22:18-25).
En la época de Jesús había la costumbre de que personas ciegas, cojas, o de cualquier otra discapacidad no podían entrar al templo. Sin embargo, aunque el Atrio de los Gentiles, no era parte oficial y original del templo, y por ello no había impedimento legal para que los discapacitados accedieran a esta parte, sin embargo tampoco les era permitido por las autoridades religiosas solamente porque había llegado a considerarse popularmente como parte del templo. Sin embargo, San Mateo nos relata que tras la purificación que Jesús hizo del templo, más bien de este atrio herodiano, ocurrió lo siguiente: “Y vinieron a él en el templo ciegos y cojos, y los sanó” (Mateo 21:14). Ellos estaban conscientes de sus discapacidades y de sus limitaciones de acceso al templo, por lo que siempre fueron reverentes a Dios y respetuosos a las autoridades, pero también se daban cuenta que había una equivocación humana en este impedimento de acceder al no sagrado Atrio de los Gentiles; por lo que tan pronto se enteraron de la intervención de Jesús para confrontar y expulsar de aquel atrio a los vendedores, todos los ciegos y cojos que pudieron “vinieron” a Jesús quien “los sanó” a todos ellos. Es interesante observar que ninguno de los autores del santo evangelio escribió si estos discapacitados estuvieron rogando, suplicando, o implorando sanidad tal como lo hicieron otros discapacitados y necesitados en diversas poblaciones (p. ej. cf. Mateo 9:27; 15:22; 20:30,31); pues es evidente que la sanidad que recibieron estos que llegaron al templo fue una manifestación de la gracia misericordiosa de Jesús. Para esto fueron al templo, aunque sea en el Atrio de los Gentiles. No como los vendedores que no iban por misericordia sino por hacer negocio con la gente en nombre de Dios.
Amados hermanos, la gracia misericordiosa de Jesús no deja de estar disponible hasta el día de hoy, aunque es verdad que se puede recibir en cualquier lugar donde uno se encuentre, no se descarta de que un templo dedicado al servicio de Dios es un lugar también apropiado para recibir la gracia que hace falta en la vida de toda persona que procura verdaderamente acercarse a Dios. Venimos a la casa de Dios primeramente para alcanzar misericordia para nuestra alma, pero también para nuestras enfermedades y discapacidades (cf. Hebreos 4:14-16). Nadie acuda a la casa de Dios si no es para recibir la misericordia de Dios.
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El quinto motivo correcto para acudir a la casa de Dios, es:
V.- PARA ALABANZA AL HIJO DE DIOS.
Mientras Jesús interactuaba con los discapacitados a quienes sanó en el templo, nos dice Mateo que había: “muchachos aclamando en el templo y diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David!”, pero dice también que “los principales sacerdotes y los escribas, viendo las maravillas que hacía (Jesús) […] se indignaron” (Mateo 21:15). Para determinar la edad de los muchachos y de la manera cómo aclamaban, es bueno recurrir a la Nueva Traducción Viviente que dice: “hasta los niños en el templo gritaban: «Alaben a Dios por el Hijo de David»” (NTV). Los niños eran otro grupo a quienes no les era permitido entrar en el templo, sino hasta que ya tenían doce años de edad, así que estos llamados “muchachos”, en realidad eran niños mayorcitos quizá ya a punto de cumplir los doce años, o quizá algunos de ellos ya lo habían cumplido. Cuando ellos se enteran de la revolucionaria decisión y acción de Jesús hacia los vendedores para purificar el templo, estos realmente niños acuden no propiamente a gritar sino a cantar a viva voz alabanzas a Dios. Para eso sirve el templo, para acudir a adorar a Dios, a Jesús, y al Espíritu Santo.
Pero, las autoridades religiosas caprichosamente se sentían indignados porque aquellos niños habían entrado a cantar en este atrio añadido. Estaban indignados a pesar de que los niños ni siquiera entraron a los atrios sagrados, sino solamente en el Atrio de los Gentiles en el que cualquier persona podía entrar sin importar si era israelita o gentil, sin importar su edad, y sin importar si uno tenía el cuerpo sano o con alguna discapacidad. Imagínese usted que hubiesen hecho las autoridades del templo si aquellos niños hubiesen avanzado al Atrio de la Mujeres, y si se dirigían al Atrio de los Israelitas; quizá hasta los hubiesen condenado a la muerte. Estos líderes religiosos estaban equivocados, pues tras reclamarle a Jesús: “¿Oyes lo que éstos dicen?” […] “Jesús les dijo: Sí; ¿nunca leísteis: De la boca de los niños y de los que maman perfeccionaste la alabanza?” (Mateo 21:16). Jesús les hace saber que como especialistas de la religión deberían haber leído y entendido el significado de las Escrituras como la del Salmo 8:2.
Amado hermano, cuando usted acuda a la casa de Dios, no se pierda la oportunidad de alabar a Dios. Jesús merece recibir nuestra alabanza porque solo él y nadie más dio su vida para darnos salvación y vida eterna sino solamente él.
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CONCLUSIÓN: Amados hermanos, acudir a la casa de Dios no debe ser solamente una práctica social para dar una buena imagen ante la gente que nos conoce, ni solamente para quedar bien ante nuestros familiares, pero mucho menos para ocultar nuestras faltas de la cuales no demostramos arrepentimiento. Acudamos a la casa de Dios de nuestros tiempos con los motivos de 1) acercarnos a Dios; 2) orar a Dios; 3) hallar santificación; 4) recibir misericordia; y 5) dar alabanza a Dios.
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