JESÚS SE ENCUENTRA CON UNA MUJER CON SED.
Salmo 42:1-11; Juan 4:7-26.
Predicado por primera vez por el Pbro. Diego Teh Reyes, en la iglesia “El Divino Salvador” de Mérida, Yucatán; el día martes 11 de abril del 2017, a las 18:00 horas.
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INTRODUCCIÓN: Durante sus años de ministerio, Jesús fue el mejor pastor que ha tenido la humanidad. Es el auténtico Buen Pastor que no dudó en dar su vida por sus ovejas. Nunca dudó salir de su comunidad para trasladarse a otros lugares, sin importar si se trataba de una aldea o de una ciudad, sin importar si tenía que caminar poca o larga distancia. En una ocasión durante los primeros meses de su ministerio, estando en Capernaum de Galilea, recién amanecía después de que el día y la noche anterior estuvo muy ocupado, les dijo a sus apóstoles: “vamos a los lugares vecinos, para que predique allí también; porque para esto he venido” (Marcos 1:38). Acerca de ese mismo tiempo, nos dice el apóstol Mateo que “Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (Mateo 9:35). Pues en uno de esos recorridos en el que viajó de la provincia de Judea a la provincia de Galilea, al atravesar la provincia intermedia de Samaría, y al pasar quizá por el libramiento de una ciudad llamada Sicar de Samaría, encontró a una mujer la cual se le conoce ampliamente como la mujer samaritana, quien había ido a las afueras de la ciudad a sacar agua en un pozo con casi dos mil años de historia, pues era nada menos que el pozo de Jacob. Pero para su sorpresa ella encontró no en el pozo de Jacob sino en Jesús un agua especial del cual Jesús dijo a ella: “mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:14). Sedienta ella de aquella agua especial, le dijo a Jesús: “Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla” (Juan 4:15).
En el mensaje de este momento les voy a predicar que hay condiciones humanas que hacen que una persona tenga necesidad del agua de vida que solo Jesucristo ofrece. / ¿Cuáles son esas condiciones humanas? / Basado en esta historia de la mujer samaritana quien manifiesta necesitar el agua de vida que Jesús le ofrece, les voy a compartir algunas de las condiciones humanas que hacen que una persona tenga necesidad del agua de vida.
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La primera condición humana que hace que una persona tenga necesidad del agua de vida que solo Jesucristo ofrece, es:
I.- EL PECADO.
Es del todo claro para nosotros que toda persona es portadora de una naturaleza pecaminosa que adquirimos desde el momento que comenzamos a existir como embrión, pues heredamos esta naturaleza de nuestros padres consanguíneos desde que nuestros primeros padres Adán y Eva se convirtieron en pecadores ante Dios. Es por eso que sin haber sido enseñados a hacer lo que es malo, muy pronto no hay persona que desde la infancia no haya cometido un pecado, lo cual no es justificable para Dios solamente porque uno es todavía un infante. Sin embargo, añadido a la naturaleza que adquirimos solo por ser descendientes de padres pecadores, aparecen también en nuestros propios pensamientos, en nuestras palabras, y acciones, pecados que si bien ni siquiera planeamos cometerlos tampoco pudimos evitarlos. Y todavía aún más nuestra lista de pecados personales crece cuando de manera intencional y deliberada decidimos practicar determinados pecados.
En el caso de esta samaritana, no tengo nada contra ella, pero creo que debería tener un problema espiritual muy personal y profundo que no había resuelto en su vida, lo cual era la causa de que nadie la pueda soportar como esposa; y no podía echar la culpa a los hombres. Cuando durante la conversación de Jesús con ella, le dice: “Ve llama a tu marido, y ven acá” (Juan 4:16), ella tiene que decir la verdad: “No tengo marido” (Juan 4:17a). Jesús Bien has dicho: “No tengo marido; / porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad” (Juan 4:17b, 18). No creo que sus cinco primeros maridos la hayan abandonado porque en todos los cinco casos coincidentemente todos hayan sido arbitrariamente culpables. Me imagino que era una señora muy guapa, atractiva, etc… que rápidamente había conquistado tener a cinco hombres que habían aceptado y procurado ser marido de ella, y ahora siendo joven tenía un sexto hombre en su vida a quien no lo tenía como su legítimo marido porque incluso quizá era marido de otra señora. Esto, en parte era en ella el resultado de la influencia y efecto del pecado que es grandemente destructivo que no distingue si una persona es guapa, estudiada, rica, influyente, o profesional. Estoy seguro que una mujer bajo esta condición humana no podía ser feliz, pues más que a un hombre en su vida, lo que le hacía falta y era su necesidad esencial era precisamente lo que Jesús sí le podía ofrecer: el agua especial que hace que un pecador no vuelva a tener sed jamás. No lo dice el texto evangélico pero debido a que ella le dijo a Jesús: “Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla” (Juan 4:15), estoy seguro que su carácter controlado por el pecado, y sus relaciones sentimentales que influidas por el pecado habían sido siempre un fracaso, debieron corregirse y ser estables.
Amados hermanos, el agua de vida de Jesús tenía y todavía tiene efecto no solo para la vida presente sino para la eternidad, pues al ofrecerla a esta desdichada mujer le dice que “…el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:14). Si esta agua produce vida eterna, entonces debe solucionar el pecado, pues por el pecado solo hay muerte eterna (cf. Romanos 6:23), pero si hay vida eterna en Jesús el agua especial que quita la sed espiritual es porque funciona de manera efectiva en el corazón del pecador para transformar su vida tanto en el presente como para la eternidad. Reciba usted a Jesús el agua de vida que dice: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba” (Juan 7:37). El caso de esta mujer es muy distinto a la manera cómo el pecado a afectado la vida de usted, pero cualquiera que sea la historia de usted e incluso la mía, necesitamos de Jesús el agua especial de la vida eterna. Usted y yo necesitamos a Jesús quien salva de los efectos presentes y eternos del pecado (cf. Mateo 1:21).
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La segunda condición humana que hace que una persona tenga necesidad del agua de vida que solo Jesucristo ofrece, es:
II.- LA INCREDULIDAD.
Mientras Jesús le ofrecía a esta samaritana el agua de vida, la pobrecita estaba tan afectada por la naturaleza pecaminosa de tal manera que no tenía la capacidad de entender lo que Jesús le estaba diciendo de una manera muy sencilla. Como le dijera poco antes a Nicodemo: “Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales?” (Juan 3:12). Esta señora samaritana afectada por su incapacidad de creer le dice a Jesús: “Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva? / ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?” (Juan 4:11,12). Fue necesaria la insistencia, la explicación, la argumentación de Jesús, y sin duda que hubo un toque divino en su corazón para que por fin diga a Jesús: “Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla” (Juan 4:15). Es probable que todavía no entendía muy bien el ofrecimiento, pues aun aceptándola o pidiéndola argumenta ella que lo acepta para que “ni venga aquí a sacarla”; sin embargo, había dado el paso clave e importantísimo de aceptar el ofrecimiento gratuito y efectivo del agua vida de Jesús.
A menudo las personas damos el paso correcto para con Dios, con reservas de incredulidad en el corazón. Cuando un padre de familia le llevó a Jesús a su hijo que era atormentado por un demonio, Jesús le dijo a este padre: “Si puedes creer, al que cree todo le es posible. / E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad” (Marcos 9:23,24). Cuando creyendo, todavía quedan reservas de incredulidad, podemos seguir aferrados en Jesús para que nos siga rehabilitando para aceptarle completamente. Estoy seguro que la samaritana luchó con su incredulidad, pero mientras seguía dialogando y entendiendo a Jesús, su incredulidad fue desplazada por una mayor fe y seguridad, al grado que muy pronto estuvo dispuesta a compartir su nueva fe.
Amados oyentes, si alguno de los presentes se ha reservado incredulidades en su corazón, y ha dejado que tal condición le impida aceptar el agua viva de Jesús que quita la sed espiritual y que da vida eterna, tome ahora mismo la decisión de aceptar la gracia de este ofrecimiento. Si aun habiéndolo recibido, las incredulidades le siguen sorprendiendo, siga usted aprendiendo de Jesús, porque mientras más se conoce a Jesús la fe aumenta y la incredulidad desaparece, pues Jesús mismo desde el principio de la conversación se lo había dicho a la samaritana, diciéndole: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva” (Juan 4:10).
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La tercera condición humana que hace que una persona tenga necesidad del agua de vida que solo Jesucristo ofrece, es:
III.- LA INCAPACIDAD.
La incapacidad espiritual de esta mujer samaritana ya la hemos observado antes en su dificultad de comprender cómo es que Jesús era el agua viva; pero ahora, su incapacidad espiritual sigue siendo evidente al no poder distinguir la identidad ministerial de Jesús. Más adelante también se hace evidente su incapacidad espiritual en su afán de intentar cambiarle a Jesús el tema de la conversación, comenzando ella a hablar acerca de una antigua controversia entre judíos y samaritanos con respecto a que si la adoración debe hacerse en Jerusalén o en un monte samaritano. Pero esta cuestión de la adoración lo pospondré para tratar más adelante. Por el momento me enfocaré en su dificultad de comprender quién es realmente Jesús. Luego que Jesús le pone al descubierto la miserable vida moral, sentimental, y espiritual que ella estaba viviendo, ella le dice a Jesús: “Señor, me parece que tú eres profeta” (Juan 4:19). Por lo menos hay un avance en ella, aunque era solamente un “me parece que”, porque los samaritanos creían que después de Moisés no ha habido otro verdadero profeta sino hasta que el Mesías apareciera, pues todos los profetas que nosotros nombramos como mayores y menores, literarios y no literarios, o como primeros y posteriores, para ellos no fueron auténticos profetas. Cuando más delante de la conversación, siempre con su evidente incapacidad de comprender la identidad de Jesús, ella le dice: “Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas” (Juan 4:25). Jesús le tiene que revelar: “Yo soy, el que habla contigo” (Juan 4:26).
Mucho tiempo después de este encuentro de Jesús con la samaritana, en una conversación que Jesús tuvo con sus apóstoles en el que les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mateo 16:15); Pedro respondió correctamente diciendo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:16); a lo que Jesús le hizo una aclaración importante y relevante que consistió en que: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:17). Descubrir quién es Jesús no es producto de la inteligencia ni del conocimiento, pues nuestra naturaleza es incapaz de saberlo por sí misma. Toda comprensión que llegamos a tener acerca de Jesús y de toda verdad de Dios es gracias a la revelación de Dios mismo mediante la cual capacita a nuestra incapacidad espiritual. En el caso de la Samaritana, Jesús tuvo que revelarle quién era realmente Jesús. Con lo poco que había entendido al principio, le dijo a Jesús: “Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla” (Juan 4:15). Y ahora que supo que Jesús era el Mesías (cf. Juan 4:25,26), con más razón confirmó su fe, y estuvo dispuesta a testificar de Jesús (Juan 4:28ss).
Amados oyentes, la incapacidad espiritual de cada persona se hace evidente cuando manifestamos incredulidad, cuando presentamos excusas para no aceptar y creer algo que Dios dice que así es o que así debe hacerse, y cuando mostramos indiferencia, y/o aversión a lo que pertenece a relacionarse con Dios. De esta manera, usted no puede negar que nunca ha tenido este problema. Esta condición humana hace necesario que usted y yo recurramos a Jesucristo para beber de su agua de vida, que consiste en aceptar las verdades de su mensaje salvador que exige que creamos en que él es el único y suficiente que nos puede conducir hacia una relación actual y eterna con Dios.
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La cuarta condición humana que hace que una persona tenga necesidad del agua de vida que solo Jesucristo ofrece, es:
IV.- LA RELIGIOSIDAD.
Durante la conversación de Jesús con esta mujer, a pesar de ios esfuerzos de Jesús de orientarla para que ella tomara la mejor decisión de su vida, ella no dejaba de intentar cambiar el tema de la conversación. Muy pronto ella después de decirle a Jesús: “Señor, me parece que tú eres profeta” (Juan 4:19), en vez de seguir interesada en aceptar ser confrontada por Jesús con respecto a la gravedad de su vida desordenada de vivir con un hombre que no era legalmente su marido, hábilmente centró la conversación en un tema controversial que había entre judíos y samaritanos. Su distrayente conversación fue: “Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar” (Juan 4:20). Jesús atento a las evasivas de esta mujer samaritana aprovecha darle una novedosa pero evangélica respuesta, explicándole: “…Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. / Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. / Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. / Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:20-24). Ella había centrado su atención en un tema no edificante sino solamente religioso; sin embargo, Jesús aprovechó orientarla también sobre este asunto. La aclaración fue que lo importante no era el lugar sino la manera como uno se acerca a Dios.
Amados oyentes, cuando una persona cree acercarse a Dios, pero lo hace lleno de sus propias ideas que no van de acuerdo con lo que la palabra de Dios enseña, (menos mal si uno está confundido, pero peor cuando uno intencionalmente impone sus propias conclusiones), tal persona solamente está experimentando una religiosidad sin provecho. Tal persona, como aquella samaritana, necesita recurrir a Jesús el agua viva, para que su religiosidad sea reemplazada por una fe que sea auténtica y centrada en Dios. Si usted al examinarse a sí mismo se da cuenta que ha sido solamente un religioso interesado en debatir las opiniones de otros, y lo que quiere es imponer a capa y espada sus propias opiniones, es la evidencia de que usted necesita con sentido de urgencia el agua de vida que transforma al religioso en una persona salva con seguridad de vida eterna.
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CONCLUSIÓN: Amados oyentes: Todos estamos sujetos a la condición humana de pecado, de incredulidad, de incapacidad espiritual, y hasta de religiosidad, y de otras condiciones que solamente hacen evidente que cada uno de nosotros necesitamos que Jesús sea el verdadero y auténtico agua de vida que nuestra alma beba para transformar nuestra vida que por causa del pecado ha sido espiritualmente miserable, pero que Jesús la convierte en una vida feliz, útil, y de bendición para nuestra propia familia y para otras personas.
Si usted no ha tenido la experiencia de probar esta agua de vida, solamente invoque usted el nombre de Jesús, diciéndole: Señor Jesús quiero que tú seas el agua celestial de vida para mi vida que necesita paz, amor, salvación, y vida eterna. Recibo con fe tu ofrecimiento. Perdóname porque no te lo había pedido antes, lo quiero ahora para que contigo mi vida sea para darte solo a ti la gloria, y para anunciar a otros tu salvación. Te lo pido en el poder de tu Espíritu Santo. Amén.
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