JESÚS SE ENCUENTRA CON MUJERES QUE
VALORARON SU RESURRECCIÓN.
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Proverbios 31:23-31;
Mateo 28:1-10.
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Predicado por primera vez por el Pbro. Diego Teh Reyes, en el centro misionero “Getsemaní” del Fracc. Paseos de Itzincab, Umán, Yucatán; el día domingo de resurrección 16 de abril del 2017, a las 6:00 horas.
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INTRODUCCIÓN: Por fin toda la humillación de Jesús ya ha pasado. Fue humillación que él siendo Dios haya tenido que hacerse humano desde el momento que fue concebido. Fue humillación que él haya tenido que vivir encarnado bajo la ley del crecimiento físico, intelectual, y aun espiritual que corresponde a un hombre mortal. Fue humillación que haya tenido que padecer e incluso dar su vida en crucifixión por hombres y mujeres pecadores que no tenían otra opción más que la condenación eterna, y a cambió les consiguió la salvación y vida eterna. Fue humillación que por pagar nuestros pecados haya descendido a los infiernos, recibiendo él lo que a nosotros nos correspondía. Pero por fin, la humillación de Jesús llegó a su fin, pues ahora con su resurrección comenzó su exaltación mediante una serie de eventos que no terminarán jamás, sino que incluso trascenderán hasta la gloriosa eternidad. Es a esta exaltación que el apóstol Pablo se refiere cuando escribió a los Filipenses que a Jesús: “Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre” (Filipenses 2:9). El haber resucitado, es solamente el comienzo de la exaltación que Dios quiso darle a Jesús.
Pero hoy, siguiendo la temática que he desarrollado durante toda esta semana acerca de los encuentros de Jesús con diversos personajes, tenemos que recordar las diversas apariciones que Jesús hizo desde el mismo día de su resurrección hasta los siguientes cuarenta días. Sin embargo, en este mensaje me limitaré a compartirles el encuentro que Jesús tuvo la misma mañana de su resurrección con un grupo de mujeres: “María Magdalena, y la otra María” (cf. Mateo 28:1), según San Marcos sería “María la madre de Jacobo, y Salomé” (cf. Marcos 16:1). Según San Lucas, además de mencionar a las dos Marías, había entre ellas una que se llamaba “Juana”, y luego menciona a “las demás con ellas”, que obviamente no puede referirse solamente a Salomé, porque las demás significa incluso que podrían ser más de otras dos mujeres (cf. Lucas 24:10); así que podrían ser ellas como un mínimo de cinco mujeres, pero pudieron haber otras mujeres. Estas mujeres cuando llegaron al sepulcro y descubrieron que Jesús no estaba, aun cuando un ángel les había informado que Jesús había resucitado, ellas sentían al mismo tiempo “temor y gran gozo” (Mateo 28:8), pero a pesar de sus sentimientos encontrados hicieron lo que es apropiado cuando muy pronto esa misma mañana y en la misma área cerca a los sepulcros, tuvieron el privilegio de ser las primeras personas que vieron a Jesús resucitado. Es de este encuentro que he preparado este mensaje que he titulado como: JESÚS SE ENCUENTRA CON MUJERES QUE VALORARON SU RESURRECCIÓN.
San Mateo nos relata este acontecimiento de la siguiente manera: “he aquí, Jesús les salió al encuentro, diciendo: ¡Salve! Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y le adoraron” (Mateo 28:9). Es solamente una frase de unas cuantas palabras con las que Mateo nos describe aquel encuentro, sin embargo, es suficiente para aprender lecciones importantes para nuestra vida cristiana. Basado en esta breve descripción del encuentro de Jesús con aquellas mujeres, les voy a predicar que la resurrección de Jesús quien murió para pagar nuestros pecados, debe movernos a responder con acciones que manifiesten nuestra aceptación de su muerte por nosotros. / ¿Con qué acciones que manifiesten que aceptamos que Jesús murió por nosotros, debemos responder a Jesús resucitado? Las tres descripciones que Mateo da acerca de las acciones de aquellas mujeres que fueron testigos de que él había resucitado, deben ser las acciones con las que también nosotros debemos manifestarle a Jesús resucitado que aceptamos que él haya muerto por nosotros.
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La primera acción con la que debemos manifestar a Jesús resucitado que aceptamos que él murió por nosotros es:
I.- ACERCARNOS A ÉL INMEDIATAMENTE.
Lo primero que San Mateo nos dice que estas mujeres hicieron cuando vieron a Jesús resucitado, es que: “ellas, acercándose…” (Mateo 28:9). La versión Nueva Traducción Viviente, también en español es más enfática de lo que realmente hicieron, pues esta versión sin perder el sentido del idioma original, dice que “Ellas corrieron hasta él” (NTV). Debieron ellas tener algún motivo para acercarse corriendo hasta él. No debemos considerar que haya sido un encuentro casual como cuando en la calle nos encontramos a personas que vienen de frente a nosotros y espontáneamente nos decimos un hola y luego un adiós. Jesús debió haberse mostrado a ellas a cierta distancia, que cuando ellas le vieron se acercaron a él no con la calma natural de una tortuga sino corriendo, porque el gozo que tenían por haberse enterado que Jesús había resucitado era mayor que el temor que también les embargaba, pues no fueron cautelosas en decidir si acercarse a él o no por si acaso no era Jesús o si era un fantasma o cualquier otra entidad física que imitara a la persona de Jesús.
Esta actitud de llegar a Jesús lo más rápido posible tiene aplicación para nuestra manera de valorar la muerte y resurrección de Jesús, pues el pecador que se da cuenta de que necesita en su vida al Jesús que murió por él para pagar por sus pecados, no espera ni un minuto más tarde para acercarse a Jesús. Se acerca a él, lo más rápido posible, inmediatamente. El apóstol Pablo solía decir a la gente que le escuchaba: “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Corintios 6:2). La misma naturaleza del mensaje salvador fundamentado en la muerte y resurrección de Jesucristo, hace necesario que la persona que la escuche no ponga pretexto alguno para posponer para otro día, aun para más tarde del mismo día. Tiene que aceptarse inmediatamente. Eso es lo que hicieron aquellas mujeres cuando corrieron hasta Jesús al saber que quien había muerto por los pecados de la humanidad (pues ellos sí sabían esto) había resucitado.
Estimado oyente, si usted por mucho tiempo ha estado dejando para otro día el deber espiritual de acercarse a Jesús inmediatamente, está usted poniendo en riesgo su eternidad, pues ni Dios lo quiera que de repente usted caiga muerto sin haberse acercado a Jesús, usted estará perdido para siempre en la condenación; pero si usted decide acercarse lo más inmediato posible a Jesús, es decir, ahora mismo, usted tendrá como garantía que todos los beneficios de la muerte de Jesucristo serán una realidad en esta misma vida y también en la eternidad cuando llegue para usted ese momento.
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La segunda acción con la que debemos manifestar a Jesús resucitado que aceptamos que él murió por nosotros es:
II.- AFERRARNOS A ÉL PERMANENTEMENTE.
San Mateo, después de decir que ellas se acercaron o más bien que corrieron hacia Jesús, nos dice de estas mujeres que: “abrazaron sus pies” (Mateo 28:9). No sé si todas al mismo tiempo humilladas y tendidas en el suelo tenían abrazado los pies de Jesús, o si una por una en su turno pudo comunicar con este gesto cuánto apreciaba ver a Jesús de nuevo y siempre con vida. Además, abrazar los pies de una persona sin soltarle inmediatamente siempre ha significado una súplica para que tal persona no se vaya, sino que decida quedarse con uno. Esta súplica gestual es la misma que ese mismo día más tarde, pero con palabras, hicieron aquellos dos caminantes con los que Jesús se encontró camino a la aldea de Emaús. Después de haber platicado largamente, nos dice san Lucas que estos dos viajeros caminantes, “…le obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha declinado. Entró, pues, a quedarse con ellos” (Lucas 24:29). Solamente que estas mujeres hicieron lo mismo con un afecto y expresión muy noble propio de una mujer que con todo su sentimiento y costumbre de la época, se aferraron a Jesús abrazándole sus pies para que él no se fuera de ellas.
De manera particular, entre estas mujeres, como ya lo he mencionado antes, estaba una mujer llamada María Magdalena. Del encuentro de Jesús con aquellas mujeres, San Marcos resalta su encuentro con ella como la primera mujer que vio a Jesús. San Marcos la menciona como la mujer “de quien (Jesús) había echado siete demonios” (Marcos 16:9). Ella era una de tantas mujeres que en algún momento Jesús había realizado algún beneficio (cf. Lucas 8:2). ¿Se imaginan que terrible debió haber sido la vida de esta mujer con siete demonios en ella? Si en otro caso, un hombre conocido como el endemoniado gadareno solamente tenía un demonio, y su vida no era nada agradable. Además tomando en cuenta que un solo demonio es capaz de algo así como encapsular hasta mil demonios al mismo tiempo en una sola dosis, pues el demonio que estaba en el gadareno al decirle su nombre a Jesús, le dijo: “Legión me llamo; porque somos muchos” (Marcos 8:9), pero cuando estos demonios recibieron autorización de Jesús para que al salir del gadareno se metieran en toda una granja de cerdos, dice San Marcos que “aquellos espíritus inmundos, entraron en los cerdos, los cuales eran como dos mil” (Marcos 8:13); y eso es que era solo un demonio que agrupaba como a dos mil demonios en uno solo. Pero imagínese la gravedad en la que se encontraba María Magdalena en quien había no 1×2000, sino siete demonios probablemente empaquetados por miles. Luego de haber sido sanada por Jesús, debió sentir una profunda, sincera, y grande gratitud. María Magdalena al igual que otras muchas mujeres que habían sido sanadas por Jesús “le servían de sus bienes” (Lucas 8:2). Grande debe ser la gratitud de estas mujeres hacia Jesús.
En cuanto a María Magdalena, debió haber sufrido mucho el día que Jesús fue crucificado. Ella no le dio la espalda a Jesús, sino que junto con otras de las mujeres que siempre sirvieron a Jesús en Galilea, estuvo presente en la escena de la crucifixión (cf. Marcos 14:40,41). También siguió muy de cerca el sepultamiento de su divino médico Jesús (cf. Mateo 27:61; Marcos 8:47). Sin saber si Jesús ya había resucitado, ella y las otras mujeres estaban allí para ver qué podían hacer por Jesús, pero afortunadamente Jesús estaba vivo, no había que ungirlo con ninguna especia aromática. Así que no dudo que ella fue la primera o hasta la que más se aferró a Jesús, pues Jesús tenía razón cuando dijo que: “a quien se le perdona poco, poco ama” (Lucas 7:47); y no hay duda que quien recibe mucho perdón u otros beneficios, mucho ama o agradece, por lo que tanto María Magdalena y aquellas mujeres que habían ido a verle en los sepulcros, tenían mucha gratitud hacia Jesús.
Amados hermanos, esta acción no solo de María Magdalena, sino también de las demás mujeres que a Jesús le “abrazaron sus pies”, es un simbolismo de que una persona que comprende la magnitud del amor de Jesús por él por haber pagado nuestros pecados, uno va a querer aferrarse a Jesús no solo por un momento sino para toda la vida. Es la acción de vivir siempre unidos y apegados a Jesús, como cuando él comparó a los pámpanos con los verdaderos discípulos diciendo que: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. / Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. / El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden. / Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Juan 15:4-7). Aférrese usted a Jesús no solo por un tiempo sin permanentemente.
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La tercera acción con la que debemos manifestar a Jesús resucitado que aceptamos que él murió por nosotros es:
III.- ADORAR A ÉL VERDADERAMENTE.
San Mateo, después de decir que ellas se acercaron o más bien que corrieron hacia Jesús, y que “abrazaron sus pies”; finalmente nos dice de estas mujeres que: “le adoraron” (Mateo 28:9). Hay adoración falsa, pero hay también adoración verdadera. Una adoración para que sea aceptada por Dios tiene que ser verdadera. Por alguna razón de Jesús, luego de resucitar no se quedó en Jerusalén ni en otra ciudad o aldea dentro de la misma provincia de Judea que no era tan pequeña, ni tampoco estuvo en alguna de las otras provincias más cercanas a Judea como Samaría y Perea, sino que desde un principio le dijo a las mujeres que le vieron primero, que ellas le avisaran a sus hermanos (en realidad, a sus discípulos a quienes sin duda consideraba su familia, y sus hermanos) que le vayan a ver hasta la provincia de Galilea que estaba a unos 140 kilómetros al norte. En fin, allí se dio el encuentro con los once apóstoles quienes según Mateo: “cuando le vieron, le adoraron; pero algunos dudaban” (Mateo 28:17). Jesús no espera una adoración bajo reserva de dudas, sino una adoración llena de fe.
Por otra parte, debe entenderse que adorar no es hacer un culto presidido por un pastor, un anciano de iglesia, etc… Adorar no es una liturgia elaborada, sino un espontáneo reconocimiento a Dios de lo que él es o lo que él hace en la vida de una persona. Adoración es como hizo Tomás cuando le dijo a Jesús: “¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20:28). Esto es adorar verdaderamente.
Amado hermanos, no necesita usted una música de órgano, piano, o guitarra en un culto cristiano. No necesita usted una música instrumental que ambiente sus palabras, ni tampoco necesita usted una pista musical para cantar. Una oración, aunque corta con pocas palabras, puede ser una adoración al que vive por siempre luego de haber muerto para que usted pueda disfrutar salvación y vida eterna. Adore usted convencido de que Jesús es su salvador.
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CONCLUSIÓN: Amado hermano, si usted cree que Jesús murió por usted, y que ahora vive para siempre para asegurar que usted llegue a su gloriosa eternidad, ponga en práctica estas tres acciones que hicieron aquellas mujeres con respecto a Jesús resucitado: 1) Acérquese a él inmediatamente; 2) Aférrese a él permanentemente; y 3) Adore a él verdaderamente.
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