SALVARÁ A SU PUEBLO DE SUS PECADOS, Por: Diego Teh.

SALVARÁ A SU PUEBLO DE SUS PECADOS

Mateo 1:18-24.

Predicado por primera vez por el Pbro. Diego Teh Reyes, en la misión “Getsemaní” del Fracc. Paseos de Itzincab, de Umán, Yucatán; el domingo 17 de diciembre 2017, a las 19:00 horas; como sermón del cuarto domingo de adviento.

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   INTRODUCCIÓN: Según una rama de la filosofía, conocida como la epistemología, hay una teoría conocida como el relativismo que propone que la validez de un conocimiento nunca es universal, sino que depende del lugar, tiempo u época históricas, ciclo de una cultura, u otras condiciones o factores externos, por lo que en otro lugar es cierto aquí donde vivimos podría no ser cierto[1]; y esto ha llevado a la negación de las verdades de Dios reveladas originalmente a los israelitas y judíos. En la Biblia, palabra de Dios, aprendemos que la verdad absoluta de todas las cosas es la verdad de Dios; sin embargo, en la actualidad, en la sociedad en general, pero también en personas que están en la iglesia de Dios, hay un fuerte rechazo acerca de la existencia y presencia de Dios, así como acerca de su palabra revelada en la Santa Biblia como su verdad absoluta.  Esto ha llevado a la gente a un relativismo moral y espiritual al mismo tiempo, pues lo que antes era considerado pecado como la homosexualidad, la pornografía en la televisión, y la fornicación, etc… ahora la sociedad en general y hasta algunos cristianos piensan contrario a la Biblia que esas perversiones no son pecado.  Esta manera de pensar hace que la gente nunca se sienta con pecado, y por lo tanto cualquier predicación para salvarse del pecado y de su condenación no tiene ninguna importancia para ellos.  En consecuencia, el Jesucristo de la Biblia, no es nada para ellos, y hasta consideran que solamente es un mito.  Es por eso que el adviento, así como la navidad, para ellos no representa ninguna gracia de Dios, pues a su entendimiento no aporta nada favorable ni para la vida presente, ni para la eternidad, si acaso hubiese vida en la eternidad. Y esa filosofía relativista ha engañado incluso a los mismos cristianos que no ven en la navidad cristiana más que una mera oportunidad de tener un día de descanso del trabajo o de la escuela, y una ocasión para hacer fiestas que no reflejan ni representan el amor o la gracia de Dios.  Pero de nada sirve su filosofía relativista porque precisamente al considerar y llamar bueno a lo que es malo, lo único que logran es hacer más evidente que igual que todos nosotros, ellos son pecadores necesitados de la salvación de Dios.

   Sin embargo, a pesar del relativismo moral de la actualidad, la verdad de Dios es inmutable, no cambia, nosotros los cristianos estamos de acuerdo en hacerle caso a Dios y no a la filosofía epistemológica del relativismo, por lo que prestemos atención al mensaje que Dios por medio de un ángel mandó a decirle a José acerca del nombre y ministerio del niño que María su futura esposa tendría, engendrado por el Espíritu de Dios.  El ángel instruyó a José que cuando el niño prometido naciera: “…llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21). Esto no significa nada para una mente relativista, pero hoy quiero invitarle a usted que se deshaga de la influencia del relativismo que quizá ni siquiera usted se ha dado cuenta de que está en su mente.  Una vez que haga a un lado el pensamiento relativista, el mensaje de Dios tendrá relevancia y poder sobre su vida.

   Hoy cuarto domingo de adviento, estamos a solamente una semana de esperar el día en el que litúrgicamente celebramos el nacimiento de Jesús, y voy a predicarles, basado en las palabras pronunciadas por el ángel del Señor con respecto a Jesús, que: Dios estableció los deberes del ministerio de su Hijo Jesús. / ¿Cuáles son los deberes que Dios estableció para el ministerio de su Hijo Jesús? / En este mensaje, les voy a compartir cuatro deberes de Jesús que fueron previamente establecidos por Dios su Padre celestial.

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   El primer deber del ministerio de Jesús, establecido por su Padre celestial, es:

I.- SU DEBER DE SALVAR DE LOS PECADOS.

   La declaración del ángel es clara cuando explicándole a José el motivo del nacimiento del niño que extraordinariamente nacería de María, le dijo: “salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21).  Lo primero que observamos aquí es la indicación de que “salvará”, y si a alguien le surge la pregunta: ¿Salvar, de qué? La respuesta está incluida: “de sus pecados”.  Del pecado de las personas.

   En una de las muchas explicaciones que el apóstol Pablo hace con respecto a las consecuencias del pecado, dice: “Porque la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23a).  El pecado no solamente es la causa de que un día dejemos de vivir aquí en la tierra, lo cual conocemos como muerte; sino también muerte en nuestra relación con Dios.  La palabra muerte significa simplemente: Separación.  Cuando morimos, lo que ocurre es que se separa nuestra alma de nuestro cuerpo.  Pero también se dice que hay muerte espiritual cuando uno está separado de Dios, cuando una persona viva aquí en la tierra no quiere nada con Dios.  Pero también hay muerte eterna, cuando uno que muere en esta vida, pero por su rechazo a Dios no puede entrar al cielo eterno de Dios, sino que se va para siempre al infierno, tal persona al quedar eternamente separado de Dios está en muerte eterna. Sin embargo, por todo ello, Jesús nació, vivió, y murió para salvar a personas “de sus pecados” que les causan silenciosamente terribles y horribles consecuencias presentes y eternas.

   Amados hermanos, Jesús vino a nacer para salvar a las personas “de sus pecados”.  Quizá no te parezca grave un pecado, pero recuerda que un solo pecado, y el primerito de los pecados de Eva y el primerito de los pecados de Adán, fue suficiente para que Dios los separara de su presencia.  El pecado rompe nuestra relación presente, pero también nuestra relación eterna con Dios.  Así que, por eso el Espíritu Santo de Dios engendró a Jesús para que, por su ministerio de muerte en la cruz, él sea nuestro Salvador.  Aunque ahora estamos en temporada litúrgica de adviento, y aunque la temporada que se aproxima es navidad, no nos centramos solamente en la memoria y ternura del nacimiento de Jesús, sino también en su muerte, pues de nada hubiese servido que Jesús hubiese nacido sino no hubiese muerto como murió, y a la vez resucitado, pues no hubiese sido salvador, y seguiríamos sumidos en la condenación eterna; pero gracias a Dios que ahora, nos ha salvado de nuestros pecados y sus consecuencias.  Si usted no se reconoce pecador, entonces Jesús no podrá hacer nada por usted, pero si usted se reconoce pecador, Jesús le salvará de sus pecados.

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   El segundo deber del ministerio de Jesús, establecido por su Padre celestial, es:

II.- SU DEBER DE SALVAR A SU PUEBLO.

   En palabras del ángel a José en cuanto al alcance de la misión del niño que nacería, dijo que: “salvará a su pueblo” (Mateo 1:21).  Esto es claro, aunque no es motivo para que usted se alarme pensando que usted no sería de su pueblo.  Muchos israelitas y especialmente los judíos llegaron a pensar que solamente ellos tenían derecho a todo tipo de salvación, incluyendo la salvación eterna de los pecados y de la condenación.  Pensaban que Dios sería solamente Dios de ellos y de nadie más.  Es verdad que Dios les dijo a su patriarca Abraham, y lo confirmaba eventualmente a sus descendientes, qué Él quería ser el Dios de ellos por todas sus generaciones por pacto perpetuo, pero nunca les dijo que solo sería Dios para ellos.  Es verdad que fue el pueblo base o núcleo con el que Dios formó a su pueblo en la antigüedad, sin embargo, Dios fue claro con Abraham al decirle desde el principio de su trato con él, que: “haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. / Bendeciré a los que te bendijeren” (Génesis 12:2,3a).

   En el Nuevo Testamento, tenemos otra evidencia de que el pueblo de Dios no era solamente los israelitas y judíos, pues cuando Jesús recién había nacido, Dios guió a un grupo de magos que desde lejos, siendo ellos de otras nacionalidades, habían desarrollado fe en Dios, al grado que comprendieron que quien había nacido era el Rey de los judíos que había sido enviado desde el cielo mismo, y desde la misma esencia del Ser del Dios de Israel.  Así que estuvieron prestos para venir a adorar al niño Jesús.  El pueblo de Dios siempre ha estado disperso por todas partes del mundo, pues no se limita a una sola dinastía, sino que su único límite es para los que tienen la misma fe.

   Cuando por el ministerio de Jesús, y posteriormente por el ministerio de los apóstoles se formó la iglesia de Jesucristo, por ejemplo, en el día de Pentecostés, por la predicación del apóstol Pedro, Dios trajo a la conversión a la fe en Jesucristo a personas de otras nacionalidades (cf. Hechos 2:9-11), habiendo entre estas personas “prosélitos” (v. 10), o sea convertidos que no eran descendientes de judíos o israelitas.

   Cuando el evangelio se hubo extendido a muchas ciudades y países, el apóstol Pablo les escribió a los Efesios que: “En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. / Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. / Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación” (Efesios 2:12-14).  El pueblo de Dios, no eran solamente aquellos israelitas, sino que los creyentes en Jesucristo que ahora conformamos su iglesia, al igual que los israelitas de todos los tiempos y lugares, somos el pueblo de Dios.

   Amados hermanos, Jesús vino a nacer para ser salvador de su pueblo. Si usted no está seguro de ser del pueblo de Dios, es porque le falta creer que Jesucristo es el Hijo Unigénito del único Dios vivo y verdadero y que siendo nosotros los humanos pecadores sin esperanza basada en nuestro propio esfuerzo, él nos salva de los pecados y sus consecuencias temporales y eternas y nos hace ser parte de su pueblo.  O si usted ha creído en él como su salvador, solamente fortalezca su seguridad de que usted es parte del pueblo de Dios. No lo dude, porque Dios así lo dice en su palabra.

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   El tercer deber del ministerio de Jesús, establecido por su Padre celestial, es:

III.- SU DEBER ES SALVAR EN NOMBRE DE DIOS.

   Este niño cuyo nacimiento estaba siendo anunciado como la persona que “salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21), tiene nombre. Su nombre fue también indicado por el ángel, encomendándole a José lo siguiente: “llamarás su nombre JESÚS” (Mateo 1:21).  El nombre “Jesús” significa sencillamente “Jehová salva”. Según un antiguo historiador, era un nombre común entre los judíos. En la historia del Antiguo Testamento, dos personas notables compartieron el equivalente hebreo de Jesús: Josué, el sucesor de Moisés que condujo a las tribus de Israel a la Tierra Prometida, y Josué, el sumo sacerdote que, con Zorobabel, trajo a los judíos de regreso a su propia tierra tras su tiempo de cautividad (Zacarías 3); pero ninguno de ellos fueron salvadores como Jesús lo fue.  Josué y Zorobabel, y otra lista de personajes que hicieron funciones de salvadores solo fueron salvadores de circunstancias difíciles entre los israelitas, aun así, no fue su propia fuerza la que sirvió de salvación sino siempre la fuerza de Dios.  Por otra parte, ellos ni en su calidad humana, y ni a pesar de ser investidos del poder de Dios, no podrían ser salvadores como Jesús, cuya misión especial fue y sigue siendo: Salvar a su pueblo de sus pecados.

   Por otra parte, observemos que aquel ángel con toda claridad y precisión anunció que el salvador de los pecados su nombre sería: JESÚS (fue tan enfático que San Mateo en su redacción escribió tan sublime nombre todo con letras mayúsculas: JESÚS). Juan el Bautista así lo presentó como Salvador cuando dijo a la gente acerca de Jesús: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29b).  Y en las primeras predicaciones del apóstol Pedro, las multitudes escucharon tan precisa verdad acerca de Jesús, que: “en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).

   Amados hermanos, esta es la responsabilidad de Jesús, de ser tu salvador. Su salvación procede totalmente de Dios, no del judaísmo, no del fariseísmo y saduceísmo del judaísmo.  No de una iglesia de la actualidad, ni de la autoridad de algún pastor por más genuino y auténtico que este sea, sino que Jesús es el único salvador de parte de Dios.  Fue enviado del cielo para nacer como uno de nosotros, para que representándonos él como Dios y hombre, nuestros pecados humanos sean totalmente perdonados.

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   CONCLUSIÓN: Amados hermanos, glorifiquemos al Cristo de la Biblia, al Cristo de Dios que nació en Belén, para darnos salvación de la antes segura condenación que teníamos por causa de nuestros pecados.  Gloria a Dios que ahora somos parte de su pueblo, por medio del cual él está pendiente de preservarnos para la gloriosa eternidad preparada para los creyentes en Jesucristo.  Gracias a Jesús que, no habiendo la posibilidad de otro salvador, él no renunció a su ministerio, sino que fue responsable en su deber hasta el último momento, y por él y solamente por él somos verdaderamente salvos.

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[1] Otra teoría similar, también de la epistemología filosófica, es el subjetivismo que consiste en que la validez del conocimiento depende de la experiencia de cada persona, por lo que un conocimiento puede ser verdad para una persona, pero no para otra.

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