QUÉ TENGO QUE PERDER PARA GANAR UN ALMA
Juan 4:1-10.
.
Elaborado por el Pbro. Diego Teh, para ser predicado el domingo 30 de septiembre 2018, en diversas congregaciones de la iglesia “El Divino Salvador” de Mérida, Yucatán.
.
Este sermón es el # 10 de la serie: EVANGELIZACIÓN.
.
.
INTRODUCCIÓN: Acabamos de leer un pasaje bíblico muy distinguido acerca de los primeros resultados del ministerio de Jesús. Se trata de su encuentro y su conversación con aquella célebre mujer samaritana de Sicar, en el que momentos después se desató la conversión masiva e inmediata de muchos samaritanos más, además de esta samaritana. De manera magistral, lleno de sabiduría, Jesús usó la circunstancia en la que él mismo y aquella mujer samaritana providencialmente coincidieron en aquel lugar, donde ambos tenían necesidad de agua, Jesús para beber en aquel momento, y ella para llevarse a casa para su uso doméstico seguramente. Lo que Jesús tenía para ofrecer en aquel momento, era su predicación acerca de la necesidad de arrepentimiento, y todo lo relacionado con el reino de Dios que en él estaba presente y disponible para el corazón humano. A ese mensaje, él le llamó “agua viva” (Juan 4:10), un agua muy especial, distinto al agua que procedía del pozo. Por fin, la samaritana haciendo las preguntas necesarias, superando sus dudas, aceptó aquella “agua viva” de Jesús, e igualmente ella lo compartió inmediatamente a la gente de su pueblo que vino al encuentro de Jesús y luego creyeron en su “agua viva”. Pero, en esta divina y fascinante historia que hemos leído, podemos descubrir que habían impedimentos que si Jesús se hubiese dejado influenciar por estos impedimentos, no hubiese alcanzado para el reino de Dios, ni siquiera a la mujer samaritana.
En este mensaje no voy a presentar un análisis propiamente acerca de la mujer samaritana, ni acerca de la gran multitud de samaritanos que creyeron en el mensaje de las buenas noticias del reino de Dios que Jesús les predicó, sino que les voy a exponer en este momento acerca de lo que muchas veces se tiene que enfrentar para poder alcanzar para el reino de Dios por lo menos a una sola persona. Por eso, ahora les voy a predicar que el evangelizador debe estar dispuesto a perder impedimentos con tal de ganar un alma para el reino de Dios. / ¿Qué impedimentos debe un evangelizador estar dispuesto a perder con tal de ganar un alma para el reino de Dios? / Basado en la experiencia de nuestro Señor Jesucristo, y otros textos apostólicos, voy a presentarles algunos de estos impedimentos que un evangelizador debe estar dispuesto a perder con tal de ganar un alma para el reino de Dios.
El primer impedimento que un evangelizador debe estar dispuesto a perder con tal de ganar un alma para el reino de Dios, es:
I.- LAS COMODIDADES.
Nada más observen al Gran y Supremo evangelista, Jesús, el Hijo de Dios. Según el versículo 3, junto con sus discípulos “salió de Judea” (Juan 1:3). Judea, era una provincia (o sea, como un estado con municipios). Si salió de Jerusalén, o de algún lugar cercano de Jerusalén, salió del centro de la provincia de Judea, que estaba a unos 40 kilómetros de Sicar, el lugar donde se encontró con la samaritana. Entonces suponiendo que caminaron un kilómetro cada 15 minutos, 4 kilómetros por hora, los 40 kilómetros lo debieron caminar en un promedio de 10 horas, entonces debieron salir de esa zona de Judea como desde las 2 de la mañana, porque dice el versículo 7 que llegaron a Sicar “como a la hora sexta” (Juan 14:7). Pero, si salieron desde la parte norte de Judá, quizá solo caminaron ese día solo unos 20 kilómetros, que si llegó ”como a la hora sexta”, debió salir más o menos a las 6 de la mañana. De todas maneras, si salió desde las 2 de la mañana, o s salió a las 6 de la mañana. ¿No estaría más cómodo descansando y durmiendo toda la madrugada hasta que amaneciese? ¿No estaría más cómodo desayunando a las 6 o 7 de la mañana en una casa o en la plaza pública de alguna comunidad, sin estar caminando a un destino de más de doce horas de destino (porque iba, no a Sicar, de la provincia de Samaria, sino más al norte hasta la provincia de Galilea)? Pero, hubo necesidad de que Jesús pasase por la provincia de Samaria porque allí necesitaba ofrecer su “agua viva” (v. 10) a aquella mujer, y luego a muchísima gente de Sicar. Lo que quiero que observen es que para hacer la labor que “le era necesario” hacer allí (cf. v. 4), y que igual tendría que hacer en Galilea en una zona como a 60 kilómetros más al norte de Sicar, Jesús estuvo dispuesto a perder sus comodidades de descanso, de hidratación corporal, de tonalidad de la piel, y hasta de comer en su tiempo. Lean con atención los versículos 6 al 8, y notarán cómo Jesús por ganar un alma, primero el de la samaritana, estuvo él dispuesto a perder todas estas cosas. Dice San Juan: “Y estaba allí el pozo de Jacob. Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la hora sexta. / Vino una mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: Dame de beber. / Pues sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar de comer” (Juan 4:6-8). A cambio de comodidades, estaba experimentando cansancio, sed o deshidratación, calor a medio día, y hambre por falta de una cocina económica en el camino.
Amados hermanos, en nuestra labor de ser evangelizadores en pos de ganar por lo menos un alma, en muchas ocasiones será necesario que perdamos nuestras propias comodidades cuando surgen circunstancias y oportunidades de ir expresamente a compartir el evangelio a alguien. Las distancias consumirán el tiempo que uno pudiera aprovechar o quizá desperdiciar descansando o durmiendo o haciendo otra cosa de interés personal, pero vale la pena si perdemos esa comodidad para ganar a alguien para la causa de Cristo. ¿NO es así? Una salida de casa para ir en busca o al encuentro de esa persona quizá conocida, o quizá desconocida, podría añadirnos cansancio, podría causar que nuestro cuerpo sienta sed, y tengamos que gastar dinero para comprar agua u otra sana bebida refrescante y rehidratante. Quizá en ese esfuerzo y dedicación, el hambre le va a sorprender, y no regresaremos a la comodidad de la casa para comer, sino hasta horas después de la hora habitual de comer. Es algo incómodo para nuestro sistema digestivo, pero como evangelizadores debemos estar dispuestos a perder esos momentos de incomodidad, todo por la importante misión de ganar un alma para el reino de Dios.
El segundo impedimento que un evangelizador debe estar dispuesto a perder con tal de ganar un alma para el reino de Dios, es:
II.- LOS PREJUICIOS.
Durante el diálogo que Jesús tuvo con la mujer samaritana, observe usted que después de que Jesús le pide a ella de beber del agua del pozo, ella inmediatamente se percata de que Jesús no era un samaritano, sino que algo le identificaba como un judío, aunque también había crecido desde su infancia y juventud como un Galileo. Por eso que ella descubrió en él, la conversación al principio no fue nada simpatizante, sino con un prejuicio en la mente de ella. La pregunta de ella lo dice todo. San Juan en el versículo 9 lo describe así: “La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí” (Juan 4:9). El detalle es que no solamente ella sabía acerca de este problema histórico que había entre los habitantes de estas dos provincias, sino también Jesús lo sabía.
Pero, el problema principal no era de los samaritanos, sino de los judíos, que veían a los samaritanos como personas que perdieron la pureza de su raza por haberse mesclado con habitantes de otras naciones por circunstancias que las conquistas imperiales del pasado les impusieron. Por ello, los judíos que se consideraban más puros, y de esta manera más fieles a Dios, incluso preferían evitar pasar en las ciudades y aldeas de la provincia de Samaria, para ir al norte hacia Galilea. Los judíos preferían rodear toda la provincia (o estado), pasando por otras provincias, aunque eso represente más tiempo y distancia, con tal de no estar en contacto con los samaritanos. Pero, lo primero que observamos en la historia bíblica, y que sorprende a la misma mujer samaritana, es que Jesús no tuvo problema con acercarse a pedirle un poco de agua para beber. Otro judío prejuicioso, solo por orgullo se hubiese aguantado su sed, y menos serviría como evangelista para aquella mujer, y para todos los habitantes de Sicar que ese mismo día escucharon el evangelio, y creyeron en Jesús.
Amados hermanos, Jesús, es nuestro ejemplo acerca de la necesidad de estar dispuestos a perder los prejuicios que afectan nuestro desempeño especialmente en la responsabilidad de compartir el evangelio con el fin de ganar aunque sea a una sola persona para el reino de Dios.
El tercer impedimento que un evangelizador debe estar dispuesto a perder con tal de ganar un alma para el reino de Dios, es:
III.- LA VERGÜENZA.
Con respecto a esto, voy a citar primeramente al apóstol Pablo, quien para hacer labor evangelizadora, les dijo en su epístola a los romanos: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; …” (Romanos 1:16a). Un evangelizador si al principio de su fe en Cristo no se sentía seguro ni con la frente en alto por su nueva experiencia de salvación, no debe dejar de pasar tiempo para que en vez de sentir vergüenza por pertenecer a Cristo y su evangelio, sienta pasión, entrega, deuda, compromiso, y vocación por la proclamación de ese evangelio.
En el caso de los samaritanos, ellos no tenían problema por ser lo que eran. Muchos de ellos, a pesar de ser menospreciados por los judíos, eran más piadosos con temor de Dios que los mismos judíos. ¿Recuerdan que el leproso sanado que entre los diez sanados regresó a Jesús glorificando a Dios? Era samaritano. ¿Observaron que la samaritana sabía más del Mesías, que lo que muchos judíos sabían? De hecho, eso fue lo que le motivó a compartir a sus conciudadanos acerca de la persona de Jesús con quien se había encontrado junto al histórico pozo de Jacob que no satisfacía la sed del alma. En el relato de Jesús acerca del herido evadido por un sacerdote, y por un levita, el que le socorrió fue uno de esos menospreciados samaritanos. Solo hacía falta que un evangelizador se acercara a ellos sin prejuicios para ofrecerles el evangelio ilustrado como el “agua viva” (v. 10).
Amados hermanos, es probable que también exista en nosotros algún prejuicio en contra de personas por las que no decidimos acercarnos a ellas. Si realmente las personas están mal, mucho más mal estamos nosotros si no vamos a ellos con el evangelio que también les puede transformar la vida que actualmente llevan sin esperanza en Dios. Tenemos que perder nuestros prejuicios para ser ganadores de almas para el reino de Dios.
El cuarto impedimento que un evangelizador debe estar dispuesto a perder con tal de ganar un alma para el reino de Dios, es:
IV.- LAS DISCUSIONES.
Una de las actitudes de algunos cristianos en su celo, afán y pasión por el que otras personas entiendan bien el evangelio, tienen como mal hábito el discutir pleitistamente con las personas a quienes deberían con todo amor exponerles la verdad del evangelio. Estas personas suelen no ser respetuosas con la fe errada que otros profesan. El evangelio no discute, no ataca. Es verdad que confronta, pero nunca con palabras amenazantes, burlescas, sino llenas de sabiduría y de gracia de Dios. El apóstol Pablo, aconsejando al joven Timoteo a quien por un buen tiempo él personalmente discipuló para formarlo como pastor del rebaño de Cristo, le escribió en su primera epístola dirigida a él: “Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia, / la cual profesando algunos, se desviaron de la fe” (1 Timoteo 6:20,21a). Lo mismo le aconsejó a otro pastor y compañero del ministerio, llamado Tito, a quien le escribió: “Pero evita las cuestiones necias, y genealogías, y contenciones, y discusiones acerca de la ley; porque son vanas y sin provecho” (Tito 1:9). Discutir con tonos profanos, aun usando la misma palabra de Dios para respaldar lo que decimos, causándoles sentirse mal o atacando y hasta ofendiendo a los que nos oyen, solo porque profesan una fe distinta a la nuestra, no es una buena actitud de parte de los que somos cristianos que evangelizamos, es una falta de respeto.
En el caso de Jesús en su diálogo con la mujer samaritana, si él hubiese seguido los prejuicios de los judíos, ni siquiera hubiese caminado en los suelos, ciudades, y aldeas samaritanas. Es más cuando los samaritanos de Sicar le pidieron que se quedara con ellos, “él se quedó allí dos días” (v. 40). Pero, quiero que observen que Jesús, cuando escuchó la pregunta de ella: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí” (Juan 4:9), él no centró su conversación en la cuestión de las diferencias que había entre ellos. Él pudo haberse puesto inmediatamente de lado de los judíos, pero antes que discutir ese punto, San Juan nos dice que: “Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva” (Juan 4:10). Si hubo alguna otra diferencia también iniciada por la samaritana, que no era esta cuestión social, sino religiosa con respecto al verdadero lugar sagrado donde se debe adorar, Jesús tampoco discutió, sino tranquilamente explicó lo que es y sabe, y explicó que todas esas vanas diferencias se deben terminar para ambas culturas. Jesús mismo estuvo dispuesto a perder discusiones con la finalidad de ganar un alma para el reino de los cielos.
Amados hermanos, tengamos cuidado en no agredir a las personas con nuestras palabras bíblicas o teológicas. Recuerden que nuestro Señor Jesucristo nos envió no a ganar discusiones, sino a ganar almas para hacerlos discípulos de Cristo. Hagamos nuestro otro consejo del apóstol Pablo a Timoteo cuando le dijo: “el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; / que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad, / y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él” (2 Timoteo 2:24-26).
CONCLUSIÓN: Amados hermanos, tenemos que ganar almas para el reino de Dios, o lo que es lo mismo tenemos que ir a hacer discípulos. Tengan siempre presente que no se gana almas de manera automática ni de manera negativa. Las almas se ganan cuando los evangelizadores estamos dispuestos a ser los primeros en perder nuestros propios problemas que pudiesen ser obstáculos para ganar personas para el evangelio de Cristo. Tenemos que perder las comodidades a las que estamos acostumbrados, así como Jesús primero dejó su trono de gloria que bien se lo merece por lo que Él es, su lugar celestial que sin duda era grandemente confortable, pero decidió venir a vivir, caminar, y sufrir entre nosotros para traernos el plan de salvación de Dios. Tenemos que perder los prejuicios que tanta obstaculización hacen para llevar a cabo nuestro deber de ganar almas. Tenemos que perder la vergüenza de hablar del evangelio, porque no es cualquier cosa que deba avergonzarnos, sino que es el poder de Dios. Y por último, si surge en una conversación, tenemos que perder cualquier discusión. Jesús no nos envió a ganar discusiones sino a ganar almas para Él y su reino eterno y celestial.
Seamos ganadores de almas al estilo de Jesús.
Muy edificante predicación ,para cumplir el mandato de Jesús