EL DESAFÍO DE CONSAGRAR EL CUERPO PARA EL SEÑOR.
Salmo 139:1-16;
1 Corintios 6:12-20.
Predicado por el Presbítero: Diego Teh Reyes, el domingo 24 de febrero 2019, a las 11:00 horas, en la iglesia “El Divino Salvador” de Mérida, Yucatán.
Este sermón corresponde al número 8 de la serie: DESAFÍOS PARA LA IGLESIA, basado en la Primera epístola de San Pablo a los Corintios.
INTRODUCCIÓN: Seguimos en la primera epístola de Pablo a los Corintios. Seguimos con la misma serie: DESAFÍOS PARA LA IGLESIA. Nuestra lectura bíblica de hoy, en el capítulo 6 versículos 12 al 20, el apóstol Pablo presenta para la iglesia el desafío de consagrar nuestro cuerpo para el Señor, en vez de entregarlo al pecado. El contexto en el que san Pablo presenta este desafío, es que en la ciudad de Corinto había un culto pagano en el templo de la diosa Afrodita, en el que habían más de 1000 prostitutas conocidas como hieródulas, o prostitutas sagradas, diferentes a las prostitutas tradicionales, en las que los hombres de la ciudad, aun teniendo esposa, para tener sexo preferían tenerlo no con su esposa sino con alguna de las hieródulas o devotas de Afrodita[1]. Y esta situación se daba, entre los hombres que profesaban la fe cristiana, pero recurrían al templo pagano de Afrodita para tener sexo con las hieródulas. Esto es lo que el apóstol Pablo combate en la lectura que hoy hemos tenido en la epístola, y que él correctamente le llama: Fornicación, y hace un exhorto a los cristianos que huyan de la “fornicación”. Y el resultado, de huir de la fornicación, es tener el cuerpo consagrado “para el Señor” Jesucristo, de quien recibimos los beneficios presentes y recibiremos los beneficios eternos de la salvación, específicamente para nuestros cuerpos.
Pero, ¿qué es “fornicación”[2]? Según el Libro de Disciplina de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México, consiste en: “la acción de tener relaciones sexuales con mutuo consentimiento entre un hombre y una mujer no casados, por tanto es un acto de inmoralidad sexual”; pero explica que también implica: “la relación marital entre un hombre y una mujer que viven en unión libre, es decir, que no están casados de acuerdo con la ley civil y menos con la iglesia”[3]. En Wikipedia, en el internet también se define como: “tener relacione sexuales con una prostituta”[4]. En realidad, en la Biblia, la palabra “fornicación”, considerado como pecado, implica la comisión de cualquier desorden de tipo sexual. ¿No es cierto que, en las iglesias, y quizá hasta algunos de los presentes en esta iglesia están viviendo bajo la práctica de alguna modalidad de fornicación, ya sea con alguien que no es parte de esta iglesia, o incluso con alguien que se congrega en esta iglesia? Quisiera pensar que no.
En vez de ser un fornicador, el apóstol Pablo hace una exhortación a quienes han tenido o todavía tienen problema con este pecado, que huyan de ello, con el fin de que el cuerpo de quien es cristiano, ya sea hombre o mujer, esté consagrado “para el Señor”, y para poder recibir los beneficios de la salvación Por eso, basado en nuestra lectura bíblica, hoy les voy a predicar que: el cuerpo de un creyente en Jesucristo, no es para la fornicación ni para otros pecados, sino para consagrarlo para los BENEFICIOS de la salvación. / ¿Cuáles son los BENEFICIOS de la salvación para los cuales un creyente en Jesucristo debe consagrar su cuerpo? / En nuestra lectura el apóstol Pablo nos presenta cuáles son algunos de los BENEFICIOS de la salvación para los cuales un creyente debe consagrar su cuerpo.
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El primer BENEFICIO de la salvación para el cual un creyente en Jesucristo, debe consagrar su cuerpo, es:
I.- PARA ESTAR UNIDO A CRISTO.
Este primer beneficio de la salvación para el cual el creyente en Jesucristo debe consagrar su cuerpo para estar unido a Cristo, es explicado por el apóstol Pablo en los versículos 13 al 17, especialmente a partir de la segunda mitad del versículo 13 donde dice: “Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo. / [y de aquí pasamos a la primera pregunta del versículo 15, que dice:] / ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?” (1 Corintios 6:13b, 15a). En las iglesias, siguiendo palabras de nuestros libros de gobierno, estamos acostumbrados a hablar de ser “miembros de la iglesia”; y la gran mayoría de los que estamos aquí, somos miembros de la iglesia, solamente que, en esta membresía, lo único que queda registrado en el libro de registro de miembros es nuestro nombre, domicilio, número de teléfono, y por si acaso, un par de fotografías; sin embargo, en esta primera pregunta del versículo 15 el apóstol Pablo hace mención de una membresía especial de la cual muchos no tienen presente que gozan de este privilegio. Se trata de ser: “miembros”, ¿de quién? La respuesta que está al final de la primera pregunta dice: “de Cristo”; pero ¿qué parte de nosotros queda registrado y perteneciente a Cristo, al ser “miembros de Cristo”? Según las palabras que están en la mitad de la misma primera pregunta del versículo 15, dice: “vuestros cuerpos”. Es decir, más que solo nuestra alma, más que solo el registro de nuestro nombre en el libro de la vida, nuestra membresía se trata de una pertenencia de nuestros cuerpos a Cristo. Esto aplica tanto para hombres como para mujeres. El cuerpo del cristiano está unido a Cristo.
Ahora, continuemos analizando la segunda pregunta del versículo 15 que dice: “¿Quitaré, pues, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? De ningún modo. / ¿O no sabéis que el que se une con una ramera, es un cuerpo con ella? …” (1 Corintios 6:15b-16). Esto lo dice el apóstol en el contexto del paganismo de la ciudad en el que, en el templo pagano de Afrodita, los hombres iban para fornicar con las hieródulas o rameras sagradas, lo cual explica el apóstol que no puede ser que uno que es miembro de Cristo, se separe de su unión con Cristo, y se una a una de aquellas hieródulas, porque lo que ocurre en ese acto, es que uno también se hace uno con aquella ramera. Entonces surge la pregunta: ¿Eres miembro de Cristo, o de una ramera? Pues no se puede ser de Cristo y al mismo tiempo ser de una ramera con quien se practica la fornicación. Aunque en realidad, es lo mismo si usted es casado(a) y tiene relaciones sexuales con otra persona; e igualmente es lo mismo si usted es soltero y tiene relaciones sexuales ya sea con otra persona soltera o casada; y también es fornicación si usted vive en unión libre aunque sea de manera estable con su pareja, porque usted no está tomando en cuenta el vínculo principal del compromiso integral con su pareja. Bajo esta irregularidad, usted en realidad no puede pertenecer a la membresía de Cristo, ni de la iglesia, porque no se puede ser de Cristo y al mismo tiempo vivir en fornicación.
Lo que san Pablo explica aquí, es que tal como ocurre con los que se casan que ya no son más dos, sino que se vuelven uno, unidad que no debe ser disuelto por nada ni por nadie sino solamente por la muerte, así es también como ocurre con el que está de acuerdo en ser cristiano. El que cree en Cristo, similar al matrimonio, se vuelve uno con Cristo, unidad que no debe ser disuelto por nada ni por nadie, menos por una ramera, ni por una relación adúltera, o por una sexualidad sin compromiso entre solteros. El cuerpo físico del creyente pasa a pertenecer a la membresía del cuerpo glorioso de Cristo, tal como dice San Pablo: “Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él” (1 Corintios 6:17). Por eso, es que nuestros cuerpos no deben ser instrumentos de pecado bajo ninguna modalidad, sino que deben ser de santidad y de justicia, permaneciendo así unidos y consagrados a él.
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El segundo BENEFICIO de la salvación para el cual un creyente en Jesucristo, debe consagrar su cuerpo, es:
II.- PARA LA RESURRECCIÓN DE LOS CREYENTES.
A partir de la segunda mitad del versículo 13, pero ahora tomando en cuenta su conexión con el versículo 14, San Pablo explica lo siguiente: “Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo. [y añade en el versículo 14:] / Y Dios, que levantó al Señor, también a nosotros nos levantará con su poder” (1 Corintios 6:13b, 14). Introduce la idea de quien, por no ser un fornicario, y por ser alguien cuyo cuerpo está consagrado “para el Señor”, recibirá por ello el beneficio de la resurrección del final de los tiempos. Obviamente, un cuerpo que no está consagrado a Jesucristo, sino entregado al pecado, no pertenece a Cristo, y entonces debe no tratarse de un verdadero creyente. Esa persona cuando muera, aunque sea resucitada no tendrá la dicha de recibir la esperanza gloriosa de estar con Dios para toda la eternidad, sino que cuerpo y alma irá a la condenación eterna conforme lo merecieron sus hechos. Por eso el apóstol Pablo, previene a los cristianos de no entregar sus cuerpos (más bien nuestros cuerpos) al pecado, sino a Cristo. Por lo que, si alguien se encuentra en esta situación de estar entregado al pecado de la “fornicación”, debe inmediatamente cortar con su entrega a este pecado, y a cambio debe entregar y consagrar su vida, cuerpo y alma para el Señor, para recibir los beneficios de la salvación.
Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, no murió y resucitó solamente para el bien eterno de nuestras almas, sino que al decir el apóstol que Jesús es “Señor para el cuerpo”, (v. 13b), incluye en primer lugar, el bien presente de nuestros cuerpos, por lo cual Dios se encarga de regular con todo derecho el buen uso de nuestro cuerpo, con el fin de librarnos de cometer pecados que por naturaleza son suficientes para la condenación de quien rechazando a Cristo se dedica deliberada e intencionalmente a cometer cualquier pecado (no necesariamente de “fornicación”. Y, en segundo lugar, al ser Jesucristo “Señor para el cuerpo”, garantiza también que él resucitó no solamente para que esté presente en nuestros cuerpos mediante una unión espiritual, sino que incluye también por los méritos de él, el beneficio de que cuando él vuelva al final de los tiempos, sea levantado nuestro cuerpo ya sea de la sepultura, o del polvo, o de las cenizas, o de cualquier otra forma de descomposición al que haya sido sometido nuestro cuerpo. Todo esto con el fin de recibir una vida gloriosa en alma y cuerpo para la eternidad.
Amados hermanos, es un honor para nuestros propios cuerpos que Dios el Padre con su Espíritu Santo haya resucitado el cuerpo de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, pues el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo representó tanto en su muerte como en su resurrección los cuerpos de todos sus elegidos, o sea, de los cuerpos de quienes en todos los tiempos son auténticos creyentes. Y, al tener nosotros en Cristo este honor presente, y garantía para cuando él vuelva, tenemos tan solo por ello motivo suficiente para no deshonrar nuestros cuerpos con deseos carnales de cualquier tipo. Consagremos nuestro cuerpo para el beneficio de la resurrección gloriosa que nos espera a los que somos creyentes.
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El tercer BENEFICIO de la salvación para el cual un creyente en Jesucristo, debe consagrar su cuerpo, es:
III.- PARA SER TEMPLO DEL ESPÍRITU SANTO.
San Pablo insistiendo en lo que había dicho antes en el versículo 13b de que “el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor”, dice nuevamente en la primera parte del versículo 18: “Huid de la fornicación. [y la razón que luego da para esta necesidad de huida, es según el versículo 19:] ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Corintios 6:18a, 19). La palabra “templo” usada por el apóstol para referirse al cuerpo del creyente es un recurso del lenguaje para dar a entender la realidad de la presencia de Dios con el creyente. Durante muchos siglos, los israelitas desde que se construyó el Tabernáculo en el desierto, y luego cuando se construyó el templo en la época de Salomón, y por muchos siglos más, Dios manifestaba una y otra vez que estaba presente en el templo. Él, aunque no puede ser visto como Dios, por lo menos dejaba ver la manifestación de la presencia de su gloria; entonces, el pueblo de Dios entendía que Dios estaba con ellos, que Dios estaba en medio de su pueblo, lo cual daba confianza a la gente de su pueblo de que Él estaría a favor de ellos para bendecirles y para defenderles de todo enemigo.
Ahora, cuando el apóstol Pablo dice que el cuerpo de un creyente “es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros”, está afirmado que quien está con uno, y a favor de uno, es nada menos que Dios, restringiendo en nuestros cuerpos el poder del pecado. Por eso, también el apóstol enseñaba a los creyentes que: “el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Romanos 6:14). La presencia de Dios en la vida de nosotros los indignos pecadores, hace que su poder en nosotros, nos haga por su gracia ser capaces de rechazar la caída y práctica, en realidad de cualquier pecado ya sea cometido con el cuerpo, o con la mente. Por eso, también en su epístola a los romanos, también les escribió: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; / ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia” (Romanos 6:12-13). Nuestro cuerpo no es para la fornicación ni para cometer cualquier otro pecado, sino para ser instrumentos de justicia en las manos de Dios.
Amados hermanos, consagremos, o mantengamos en consagración nuestro cuerpo para que el Espíritu Santo de Dios use nuestro cuerpo como el templo de la manifestación de su presencia, y entonces, la gente pueda ver en nosotros la presencia de Dios, lo cual no se puede ver en una persona cuyo cuerpo está entregado a la iniquidad. ¿Cómo un cuerpo entregado a la iniquidad “de la fornicación”, o de cualquier otro pecado podría ser “templo del Espíritu Santo”? En realidad, no se puede, por lo que para recibir el beneficio de ser templo del Espíritu Santo, tenemos que consagrar mediante la oración, nuestro cuerpo a Dios.
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CONCLUSIÓN: Amados hermanos, si alguno se encuentra practicando cualquier desorden sexual, la palabra de Dios le invita a huir “de la fornicación” (v. 18a). Este huir comienza con el arrepentimiento, es decir, decidiendo no continuar en esos malos pasos; luego continúa con la confesión, siendo necesario que usted le diga a Dios que usted se encuentra arrepentido específicamente de ese pecado; e inmediatamente usted dígale a Dios que usted consagra su cuerpo para los beneficios de la salvación que él nos ha regalado. Todos los que hoy estamos en este culto, debemos tomar la decisión de consagrar nuestros cuerpos para Dios y los beneficios de su salvación. Especialmente, si alguien fuera del pacto de su matrimonio, o en unión libre sin matrimonio, mantiene relaciones sexuales con alguien que no es su esposo o esposa; lo mismo que quien practica cualquier otro desorden sexual, debe saber que está practicando el pecado de “fornicación”, y debe arrepentirse, y debe consagrar su cuerpo inmediatamente, y corregirse del pecado en el que está viviendo. Hoy, dígale usted a Dios junto con la hermana Frances R. Havergal, autora del himno # 539: “Que mi vida entera esté consagrada a ti, Señor” (Himno # 539). Si alguien considera que necesita orientación para corregir su vida, y consagrarse al Señor, por favor acérquese con su servidor para orientarle más.
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[1] https://www.guioteca.com/mitos-y-enigmas/las-hierodulas-como-eran-las-prostitutas-sagradas-de-la-antiguedad/
[2] En cuanto al origen de uso de la palabra fornicar, leer: https://www.muyhistoria.es/curiosidades/preguntas-respuestas/de-donde-viene-la-palabra-fornicar-181413204397
[3] Publicaciones El Faro, S.A. de C.V; Libro de Disciplina de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México; 9a edición abril 2005; Capítulo 3, Articulo 3º, Apartado A, numeral 1, inciso a; pág. 154.
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