SOLO JESÚS SE DESPOJÓ A SÍ MISMO POR NOSOTROS, Por: Diego Teh.

SOLO JESÚS SE DESPOJÓ A SÍ MISMO POR NOSOTROS

Isaías 53:1-12; y Filipenses 2:5-11.

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Predicado por el Presbítero: Diego Teh Reyes, el lunes 15 de abril 2019, a las 19:30 horas, en la iglesia “El Divino Salvador” de Mérida, Yucatán.

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Este sermón corresponde al número 03 de la serie: SOLO JESÚS.

   INTRODUCCIÓN: En el mensaje de este momento usaré esencialmente la frase del versículo 7 de nuestra lectura, en el que San Pablo, hablando de Jesús, dice que: “se despojó a sí mismo” (Filipenses 2:7).  Esta sola frase tiene mucho significado relevante para entender la gracia y el amor de Dios por los pecadores. En el idioma griego el apóstol Pablo utilizó las palabras: ?????? ???????? (evtón ekénosen), del cual se ha derivado la palabra Kenosis que se usa en la teología cristiana para hablar de este fenómeno divino. ¿Qué es esta Kenosis? Primeramente, voy a aclarar que esta decisión en el que Jesús “se despojó a sí mismo”, no significa que él haya determinado dejar de ser Dios para ser solamente un hombre, pues si fuese solamente un hombre nacido de mujer no cubriría los requisitos para pagar por nuestro pecado porque sería igual de pecador que nosotros.  Tenía que ser igual a nosotros en naturaleza, pero al mismo tiempo diferente de nosotros, no teniendo pecado como nosotros; y esto solamente podría ser si como hombre era Dios al mismo tiempo. No era necesario que sea un hombre que no sea descendiente de nuestra raza, pues Dios pudo haber creado a otro hombre ajeno a la naturaleza de pecado que ya tenía nuestra raza, pero no fue así porque entonces ese hombre de otra naturaleza no podría representarnos para morir por nosotros, porque se requería que quien pague nuestras culpas tenía que ser de nuestra misma naturaleza, no de otra.  Por eso Jesús, era y es Dios hecho humano de nuestra misma naturaleza, que, en el proceso de hacerse de nuestra misma naturaleza, “se despojó a sí mismo”.  ¿Qué es lo que ocurrió en este auto despojamiento, o sea en esta Kenosis divina?

   En esta predicación les voy a exponer que Jesús, para ser verdadero hombre sin dejar de ser verdadero Dios, se despojó a sí mismo, o sea que renunció a derechos divinos que uniéndose a nuestra naturaleza humana se limitó a no usar durante su vida y ministerio terrenal, para así cumplir su función como Salvador. / ¿Cuáles son los derechos divinos, de los cuáles Jesús al despojarse a sí mismo, renunció, para ser verdadero hombre sin dejar de ser Dios, limitándose a no usarlos durante su vida y ministerio terrenal, para así cumplir su función como Salvador? / Hoy les voy a compartir algunos de los derechos divinos que, para ser verdadero hombre de nuestra misma naturaleza, sin dejar de ser Dios, Jesús los renunció, limitándose a no usarlos durante su vida y ministerio terrenal, para así cumplir su misión como Salvador.

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   El primer derecho divino del cual Jesús “se despojó a sí mismo”, limitándose a no usarlo durante su vida y ministerio terrenal, es:

I.- SU GLORIA CELESTIAL.

   Tiene razón el apóstol Juan cuando escribió que: A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1:18).  Desde la antigüedad, cuando Dios manifestaba que estaba presente, a Él no se le podía ver sino solamente se podía ver algo que manifestaba su presencia.  Por ejemplo, cuando se le apareció a Moisés, lo que él vio fue solamente un fuego que suave e inofensivamente envolvía una zarza que no se consumía, pues Dios permanecía invisible. Cuando Dios se les aparecía a los israelitas en el tabernáculo o en el templo, lo que realmente veían era una nube espesa del cual salía una poderosa luz que no podía soportarse por el ojo humano y tenían que alejarse del lugar.  Aquella luz junto con su nube, fue conocida como Shekiná, nube de la gloria de Dios, la cual ocultaba a Dios.

   Jesús, aun siendo Dios, no vino con aquella poderosa gloria que potente y impactantemente hacía evidente que Él estaba presente. En una ocasión casi cerca del final del ministerio de Jesús, que ocurrió en él, el divino fenómeno de su transfiguración que consistió en una breve manifestación y experiencia gloriosa que San Mateo lo describió escribiendo: “resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz; […] una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mateo 17:2b, 5).  San Marcos, lo describe diciendo: “sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos. […] Entonces vino una nube que les hizo sombra, y desde la nube una voz que decía: Este es mi Hijo amado; a él oíd” (Marcos 9:3, 7).  San Lucas lo describe también diciendo: entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente. / Y he aquí dos varones que hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías; / quienes aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén. / […] / …vino una nube que los cubrió; y tuvieron temor al entrar en la nube.  / Y vino una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado; a él oíd” (Lucas 9:29-31, 34, 35).  San Juan no relata este episodio, pero se refiere a ello cuando dice de Jesús que: “vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre” (Juan 1:14b, lo que está entre paréntesis).  Solamente en aquella transfiguración Jesús usó, pero limitadamente su gloria divina en un encuentro especial con su Padre celestial.  Pero, durante toda su vida se despojó a sí mismo de toda aquella gloria divina que era su derecho, para ser como uno de nosotros.

   En el huerto Getsemaní, poco antes que lo arrestaran para juzgar y condenar a la muerte, mientras él oraba a su Padre celestial le dijo: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:5). Y sí lo recuperó porque es su derecho divino, pues en el apocalipsis San Juan nos relata que, en su visión acerca de Jesús en el cielo, vio que: “su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza. /  Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; / y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén” (Apocalipsis 1:16-18).  Y en la actualidad, nosotros nos encontramos esperando que él vuelva con poder y gloria (cf. Mateo 24:30; Marcos 13:26; Lucas 21:27). Pero mientras estuvo aquí en la tierra se privó de este derecho con tal de identificarse plenamente con nuestra condición humana, y tomar nuestro lugar para pagar nuestras culpas.

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   El segundo derecho divino del cual Jesús “se despojó a sí mismo”, limitándose a no usarlo durante su vida y ministerio terrenal, es:

II.- SU AUTORIDAD ABSOLUTA.

   Alguien que tiene autoridad absoluta, libremente hace todo lo que quiere, mas no tiene ninguna obligación de hacer lo que otro quiere.  Por eso, cuando Jesús llevaba a cabo su ministerio, casi al principio, cuando compartió su evangelio como agua de vida, habiendo tardado en hablar con aquella mujer samaritana, sus discípulos que habían comprado comida y querían comer junto con su Maestro, le rogaban que él comiera junto con ellos, pero él les respondió: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Juan 4:34).  Jesús siendo Dios, tenía el derecho de no ocuparse en hablar de cosas divinas a aquella mujer, sin embargo, como se limitó a no usar su derecho de autoridad absoluta, antes se sometió a todo lo que su Padre celestial decidiera para él, estando bajo obediencia cuando no tenía por qué someterse a obediencia pues él mismo era Dios.

   Quizá su siguiente milagro de Jesús después de su conversación con aquella mujer samaritana, fue la sanidad de un paralítico en el estanque de Betesda cerca de Jerusalén, en un día de reposo.  Desde aquella ocasión los judíos encabezados por sus líderes religiosos comenzaron a querer matarle.  Defendiendo ante ellos su responsabilidad de hacer la voluntad de su Padre celestial, una de las cosas que les explicó fue: “No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre” (Juan 5:30).  ¿No es esto, que el Dios de toda autoridad, ahora en su condición de Dios encarnado, no hacía y quería lo que como Dios tenía el derecho de decidir hacer o no hacer, sino que estaba sujeto a obedecer la voluntad del Padre?  Aquí también es evidente que él se había despojado de su autoridad absoluta.

   En la ocasión que Jesús alimentó a más de cinco mil personas, algunas pensaron que le sacarían más provecho a Jesús, siguiéndole a donde sea que él vaya, por lo que al día siguiente muchos le buscaron, siguieron, y persiguieron, obviamente no para escuchar su evangelio, sino para que les dieran más comida.  Jesús, entonces, les dijo que no busquen solo el pan que perece sino el pan que permanece para vida, identificándose él como el Pan de vida que descendió del cielo.  Y luego dijo de él mismo: “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Juan 6:38).  Este era Jesús, quien, aun siendo Dios, no estaba usando su propio derecho divino de autoridad absoluta, pues nuevamente indica que estaba sometido a voluntad del Padre celestial.

   Y quiero agregar un detalle más.  La noche que Jesús fue arrestado, tres veces hizo la misma oración donde le expresaba a su Padre celestial, que Jesús se sentía angustiado por su muerte necesaria que conscientemente sabía que estaba por ocurrir en menos de las siguientes 24 horas.  Especialmente en la segunda de estas tres oraciones similares, él dice: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad” (Mateo 26:42b).  Hacer la voluntad de su Padre, es evidencia de que él siendo Dios no estaba usando de su derecho divino de autoridad absoluta de la cual “se despojó a sí mismo”, poniéndose voluntariamente bajo total autoridad de la voluntad del Padre.

   Amados hermanos, todo esto fue necesario para que él además de su naturaleza divina, estando en condición de hombre, pueda cumplir de manera perfecta la obediencia que ningún ser humano puede cumplir, y así entonces ser la única persona calificada para tomar nuestro lugar para el pago de nuestras culpas.

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   El tercer derecho divino del cual Jesús “se despojó a sí mismo”, limitándose a no usarlo durante su vida y ministerio terrenal, es:

III.- SU RIQUEZA UNIVERSAL.

   San Mateo en la ocasión que nos narra acerca de tres personas que, tras conocer los requisitos y condiciones para ser un discípulo de Jesús, uno de los tres casos ocurre de la siguiente manera.  Un escriba, muy aventurado pero sin pensar las responsabilidades y dificultades de su discipulado que él pensó hacer con Jesús, se acerca a Jesús y le dice: Maestro, te seguiré adondequiera que vayas” (Mateo 8:19b).  Pero, la respuesta que recibió de Jesús, y que era muy cierta para Jesús y que aplicaba también para todo aquel que quería ser su discípulo, es que: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del hombre no tiene donde recostar su cabeza” (Mateo 8:20).  Jesús, el co-Creador junto con el Padre, el Dios por quien todas las cosas fueron hechas, ahora, aquí en la tierra no tenía absolutamente ningún bien terrenal.  Todo esto, como consecuencia de haberse “despojado a sí mismo” de su derecho divino de hacer uso de toda riqueza universal.  Ni siquiera, por derecho de herencia de sus propios padres terrenales, había recibido un tanto de bienes como una casa, o por lo menos una tumba para el final de su vida. Todos sus haberes, fueron en la mayoría aportaciones de otros que apreciaron su ministerio.

   Cuando el apóstol Pablo hablaba de la importancia de ser generosos ante las necesidades de nuestros semejantes, explicó a los Corintios acerca del despojamiento voluntario de Jesús, quien siendo dueño de todo caudal de riqueza, San Pablo dice de él: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8:9).  Nadie le obligó, sino que “se despojó a sí mismo”, o lo que es lo mismo: “se hizo pobre, siendo rico”.  Si él no hubiese hecho esto, los seres humanos estaríamos sumidos en la pobreza de las miserables consecuencias del pecado; pero ahora por su decisión de experimentar “su pobreza”, nosotros somos “enriquecidos” con muchos beneficios de la gracia salvadora.

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   CONCLUSIÓN: Amados hermanos, los creyentes somos invitados a ser como Jesús, cuando San Pablo dice: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5); es decir, debemos interesarnos en procurar el bien de otros que en este momento no tienen solución para los problemas de sus vidas, llevándoles el bendito evangelio de Jesús.  Estoy seguro que una de las razones por el que muchos tienen dificultad de llevar y compartir a otros el evangelio de salvación y solución, es porque hay algún legítimo derecho del cual no hay disposición de despojarse de ello.  Y mientras no nos despojemos de ello, no podremos hacer ningún bien espiritual o material a nadie.  Gracias a quienes hace unos 132 años se despojaron de algo para traernos la palabra de Dios en esta ciudad, hoy tenemos esta iglesia El Divino Salvador.  Y gracias a los primeros evangélicos presbiterianos de esta ciudad que se despojaron de muchas cosas, fueron a fundar otras iglesias en todo nuestro estado y hasta en toda la península de Yucatán.  Los apóstoles se despojaron de sus barcas, de sus familias, de sus propiedades, para ser discípulos y mensajeros del evangelio de Jesús; y solo así lograron evangelizar al mundo de su tiempo.  Hoy, también nosotros debemos hacer lo mismo, pues nuestro Salvador Jesús, así lo hizo. Se despojó de su gloria celestial, se despojó de su autoridad absoluta, y se despojó de su riqueza universal.

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