MEDIANTE LA SANGRE DE SU CRUZ
Isaías 1:10-20; Colosenses 1:19-23.
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Predicado por el Presbítero: Diego Teh Reyes, el domingo 15 de septiembre 2019, a las 18:00 horas, en la iglesia “El Divino Salvador” de Mérida, Yucatán.
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INTRODUCCIÓN: Hoy es un día en el que con sentimiento patriótico recordamos el inicio de la guerra de independencia de nuestro país. Un proceso que duró 11 años, y 12 días. El resultado fue que desde el 27 de septiembre de 1821, tenemos patria y libertad. Pero aquella guerra no fue solo de palabras, sino fue de armas durante 11 años, en el que perdieron la vida no solamente los combatientes que lideraban el movimiento de independencia, sino también mujeres, niños, y civiles. En otras palabras, hubo derramamiento de sangre en nuestro suelo mexicano, antes que formal y legalmente tuviésemos patria propia y libertad. Hay causas que no pudiendo resolverse pacíficamente llegan a requerir derramamiento de sangre para la solución del asunto. En asuntos del pecado humano, también su única solución siempre requirió por determinación de Dios el derramamiento de la sangre del culpable de pecado, pero el cuerpo, sangre, y alma del pecador debería ser santos, pues de no serlo no habría perdón. No habiendo quien fuese santo, no habría sangre apta y válida de ningún ser humano que al ser derramada solucione el problema del pecado humano. Para ello, al principio se utilizaban bueyes, ovejas, y machos cabríos escogidos sin defecto alguno, cuya sangre era derramada en representación del pecador. Pero, es claro que no era el ser humano que pagaba su culpa, sino que otro representaba tomar su lugar, por lo cual el derramamiento de la sangre de aquellos animales no era suficiente ni definitivo. Lo bueno es que Dios había determinado que si tan solo un hombre fuese santo, y con su muerte con derramamiento de sangre fuese ofrecido a Dios, todos los seres humanos a quienes Dios quisiere salvar, queda garantizado que la salvación de estos, será una realidad.
En nuestra lectura de Colosenses 1:19-23, el apóstol Pablo enfatiza que desde la muerte de Jesús que implicó el derramamiento de su sangre inmaculada, sin culpa de pecado, ya no se necesita la sangre ni de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. El apóstol Pablo en el versículo 20 al hablar de la misión de Jesús dice que él estuvo ¿qué?: “haciendo la paz mediante la sangre de su cruz”. Fue necesario, que en este caso Jesús interviniera derramando su sangre, es decir, dando su vida en la cruz del calvario. Es acerca de este derramamiento de sangre que hoy les voy a predicar. Se trata de una sangre superior a toda la suma de sangre derramada durante nuestra guerra mexicana de independencia. Fue un derramamiento especial de sangre poderosa que nos proporciona beneficios.
Amados hermanos, basado en nuestra lectura bíblica de Colosenses 1:19-23, lo que específicamente en este momento les voy a predicar es que: La sangre derramada de Cristo en la cruz aporta BENEFICIOS redentores al ser humano. / ¿Cuáles son los beneficios redentores que la sangre derramada de Cristo en la cruz, aporta para nosotros lo pecadores? / Según el apóstol Pablo a los Colosenses, aporta los siguientes BENEFICIOS redentores.
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El primer BENEFICIO redentor que la sangre de Cristo derramada en la cruz, nos aporta, es:
I.- NUESTRA RECONCILIACIÓN CON DIOS.
En los versículos 21 y 22 el apóstol Pablo les dice a los Colosenses: “Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado / en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él;” (Colosenses 1:21-22). Haciendo un lado el concepto de que antes eran “extraños y enemigos”, lo que aplica a todos aquellos que no eran el pueblo israelita con quienes Dios hizo inicialmente un pacto encaminado a la salvación, ahora lo que importa es la acción de Dios mediante Jesucristo que en palabras del apóstol Pablo: “… ahora os ha reconciliado / en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, …”. La muerte de Jesús fue necesaria para que nuestra culpa fuese pagada. Él no merecía la muerte, no debía morir, pero murió para obtener beneficios a favor nuestro, entre ellos, el RECONCILIADOS CON DIOS, para no ser más “extraños y enemigos” ante él. Por eso, San Pablo les dice a los Colosenses que “ahora os ha reconciliado”.
Pero, esto se logró “por medio de la muerte” de Jesucristo, no mediante una muerte natural, sino en la que hubo de por medio, derramamiento de sangre, solamente que en este caso de la muerte de Jesús fue de sangre santa e inocente. Su muerte sangrienta fue en lugar de cada pecador a quien Dios se propuso salvar, y es tan efectiva que como primer logro, el pecador es RECONCILIADO con Dios. Esto era, lo que en tiempos antiguos tipificaba la realización de sacrificios en el que se degollaban bueyes, ovejas, y machos cabríos impecables sin defecto alguno, quien simbólicamente representaba la vida del pecador que con su propia sangre debía saldar su cuenta de culpabilidad de pecado con Dios; pero aunque era simbólico de la representación de una persona, Dios la aceptaba como válida aplicándole de antemano la efectividad del sacrificio de Jesús que en el futuro se realizaría “mediante la sangre de su cruz”. Pero, ahora que Cristo fue crucificado y murió a precio de sangre, el beneficio es que en él hay RECONCILIACIÓN no temporal sino eterna con Dios. El Dios que tiene el derecho de dejarnos permanecer para siempre en condenación eterna, ahora nos hace sus amigos, y nos otorga salvación eterna. Qué gloriosa decisión divina a nuestro favor.
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El segundo BENEFICIO redentor que la sangre de Cristo derramada en la cruz, nos aporta, es:
II.- NUESTRA SANTIFICACIÓN EN CRISTO.
El apóstol Pablo al explicarle a los Colosenses el porqué de haberlos Jesús reconciliado con Dios “en su cuerpo de carne, por medio de la muerte”, les explica también que el objetivo de todo ello es: “… para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él;” (Colosenses 1:22b). Presentarlos “santos y sin mancha e irreprensibles”, esto significa que Jesús tuvo el objetivo de dar su vida para poder santificar a quienes él ha de entregar a Dios en estado perfecto como cuando Adán y Eva acaban de ser creados. Pero, es el efecto del derramamiento de su sangre que hace real este objetivo. Si a algún ser humano le faltase este efecto de santificación por la muerte de Cristo, la biblia dice al respecto que tal persona quedará privada para siempre de encontrarse con Dios. Para tal persona no habrá cielo, no habrá eternidad con Dios. En una exhortación apostólica a los Hebreos cristianos, les fue escrito: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14).
Es por eso que Dios previó santificarnos por medio de la sangre derramada de su Hijo Jesucristo. Esta santificación inicia desde el primer momento que creemos en Jesús, y nuestros pecados cometidos son perdonados. Pero, el perdón que Dios hace de nuestros pecados, declarándonos justos como si no fuésemos pecadores, no nos quita la naturaleza de ser pecadores, por lo que todos los días, y en cada momento nuestros pensamientos, nuestras palabras y acciones por más esforzados que seamos en agradar a Dios, pecamos, aunque no de manera deliberada; sin embargo, pecamos. Pero, para ello, la sangre de Cristo es la solución cotidiana. El apóstol Juan explica esta realidad en su primera epístola dirigida a toda la cristiandad, en la que dice: “pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). Para los creyentes en Jesucristo, no solamente hay una reconciliación inicial con Dios en el que los pecados anteriores son perdonados, sino que previendo Dios perdonar también nuestros pecados futuros, en la misma sangre que nos reconcilia con él, también tenemos limpieza “de todo pecado”, para ser presentados “santos y sin mancha e irreprensibles”, y así ver al Señor. ¡Qué glorioso beneficio de ser santificado todos los días por el poder de la sangre derramada de Cristo!
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El tercer BENEFICIO redentor que la sangre de Cristo derramada en la cruz, nos aporta, es:
III.- NUESTRA PERMANENCIA EN LA GRACIA.
Acerca del proyecto de Jesús de presentar: “santos y sin mancha e irreprensibles delante de él” (Colosenses 1:22b), el apóstol Pablo les ha explicado a los Colosenses que esto será una realidad si los que son creyentes son santificados. Pero, ¿quiénes son los que serán santificados para ser “santos y sin mancha e irreprensibles delante de él”? San Pablo dirigiéndose primeramente a los Colosenses les dice que serán santificados, desde luego por el alcance del poder la sangre de Cristo, “si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído” (Colosenses 1:23a). La explicación del apóstol es clara, se necesita tener la decisión de permanecer: 1) en la fe, y 2) en la esperanza del evangelio. Esta permanencia, en cuanto a la fe, es descrita por Pablo como el estar “fundados y firmes en la fe”; y en cuanto a la esperanza del evangelio, es descrita por él también como el quedar: “sin moveros”, o sea, sin moverse “de la esperanza del evangelio”.
Amados oyentes, nadie tiene la capacidad natural de querer permanecer en la fe y en la esperanza del evangelio. A todo ser humano, no es más fácil que aun siendo cristianos, nos querramos inclinar hacia la incredulidad en vez de la fe, y al olvido de que hay una esperanza eterna que vale la pena. Sin embargo, quienes creen en Jesucristo, no están abandonados para nuevamente perderse en la condenación eterna. Aunque su débil naturaleza les haga trastabillar, Dios siempre los rescatará poniéndoles en lugar firme y seguro, porque finalmente la obra que está ocurriendo en la vida de los creyentes no es obra de cada persona, sino de Dios mismo, de quien dice el mismo Pablo pero a los Filipenses, que: “… Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13). Este es el beneficio que la sangre de Cristo ganó para que los que crean en él, reciban el poder de perseverar o permanecer en la fe y en la esperanza del evangelio. ¡Qué gran bendición que nada nos pueda arrebatar de las manos divinas de Jesús y su Padre celestial! (cf. Juan 10:28-29).
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CONCLUSIÓN: Amados hermanos, en esta noche cívica en el que reconocemos y damos crédito a los héroes que lideraron la independencia de nuestro país, sabemos que todos ellos finalmente también perdieron la vida bajo el derramamiento de su sangre, con el fin de ganar para las siguientes generaciones el derecho de tener una patria y la libertad necesaria y digna para nuestra gente. Sin embargo, no hay mejor libertad, ni mejor sangre para nuestra vida espiritual, que la libertad y la sangre de Jesucristo que fue derramada al pie de la cruz, con la cual recibimos el perdón de nuestros pecados, la santificación para la salvación y la vida eterna con Dios, y la gracia de poder perseverar en este conocimiento y experiencia con Dios y con la sangre de su Hijo Jesucristo que vale la pena. Esto, vale mucho más que la sangre de todos nuestros héroes mexicano, porque la sangre de Cristo, nos aporta BENEFICIOS redentores.
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