ESPERAR DE LOS CIELOS… A JESÚS
Salmo 130:1-8;
1 Tesalonicenses 1:8-10.
Predicado por el Presbítero: Diego Teh Reyes, el domingo 01 de diciembre 2019, a las 11:00 horas, en la iglesia “El Divino Salvador” de Mérida, Yucatán.
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Este sermón corresponde al sermón # 1, de la serie: JESÚS MOTIVO DEL ADVIENTO.
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INTRODUCCIÓN: “Esperar de los cielos …, a Jesús”, ha sido la esperanza más noble y bendita del ser humano, porque vale la pena. Antes del nacimiento de Jesús también había verdaderos creyentes que esperaban a Jesús igualmente desde los cielos. En la historia presentada por San Lucas al principio de su investigación acerca de las cosas ocurridas en torno al nacimiento de Jesús, dice que: “Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. / Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor” (Lucas 2:25-26). Y según el contexto de su tiempo, su esperanza se cumplió de la siguiente manera: “Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley, / él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo: / Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; / Porque han visto mis ojos tu salvación, / La cual has preparado en presencia de todos los pueblos; / Luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel” (Lucas 2:27-32). Se cumplió en aquel momento una parte de su esperanza de ver que ha nacido el Mesías prometido por Dios desde el principio de la existencia humana. ¡Qué hermoso cuadro de la historia!
Pero, no se queda atrás una mujer llamada Ana de quien San Lucas narra lo siguiente: “… profetisa, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad muy avanzada, pues había vivido con su marido siete años desde su virginidad, / y era viuda hacía ochenta y cuatro años; y no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones. / Esta, presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén” (Lucas 2:36-38). En estas solemnes historias notamos la anhelada esperanza que personas llenas de fe en Dios, tuvieron centrada su esperanza en la espera de Jesús, no algunos días de reposo cuando no estaban tan saturados de quehaceres, sino toda una vida como el caso de esta ancianita que sus 84 años de viudez sirvió en el templo con sus valiosas e importantes oraciones. Su dedicación indica la expresión de su viva y gloriosa esperanza de la que nadie como estaba lista para hablar “del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén”.
En cuanto a los creyentes en Jesucristo de Tesalónica, se percibe que tenían muy buena fama por su buen testimonio y por su entusiasmo en la proclamación del evangelio. Los Macedonios y Acayos reconocían el buen testimonio de los Tesalonicenses; por eso cuando el apóstol Pablo escribe a los Tesalonicenses, les dice que los Macedonios y Acayos “… cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis, y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, / y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera” (1 Tesalonicenses 1:9-10). Encuentro en este relato del apóstol Pablo en los versículos 9 y 10, tres experiencias de los Tesalonicenses que les hacía ser creyentes ejemplares, y al mismo tiempo les hacía ser una iglesia ejemplar. Primero, su conversión muy relevante: “de los ídolos a Dios” (v. 9b); esto similar a la experiencia de algunos de ustedes. Segundo, su servicio bien enfocado: “al Dios vivo y verdadero” (v. 9c). Y tercero, su esperanza en Dios muy bien definida: “esperar de los cielos a su Hijo” (v. 10a), y queda claro que se trata de “Jesús” (cf. v.10c).
Basado en esta esperanza de los Tesalonicenses, y en realidad de todas los creyentes en todos los tiempos antes y después del nacimiento y ahora antes del regreso de Jesucristo, lo que específicamente les voy a predicar es que: Esperar de los cielos a Jesús vale la pena por MOTIVOS verdaderamente sublimes. / ¿Cuáles son los MOTIVOS verdaderamente sublimes por los que vale pena “esperar de los cielos… a Jesús”? / Descubramos juntos estos MOTIVOS verdaderamente sublimes.
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El primer MOTIVO verdaderamente sublime por el que vale la pena “esperar de los cielos… a Jesús”, es:
I.- PORQUE ÉL NOS LIBRA DE LA IRA VENIDERA.
Observen la última frase del versículo 10, en la que el apóstol al mencionar que los Tesalonicenses centrados en Dios estaban conscientes en “esperar de los cielos a su Hijo”, les aclara que este Jesús esperado por ellos es “quien nos libra de la ira venidera” (v. 10d). ¿Notó usted que el apóstol menciona un acontecimiento futuro llamado: “la ira venidera” que afortunadamente los creyentes seremos librados de ello? ¿Sabe usted de que se trata esta “ira venidera”?
Nada más escuche usted las palabras con las que el profeta Sofonías describe el momento en que esto ocurrirá a la humanidad. Dice Sofonías: “Día de ira aquel día, día de angustia y de aprieto, día de alboroto y de asolamiento, día de tiniebla y de oscuridad, día de nublado y de entenebrecimiento, / día de trompeta y de algazara sobre las ciudades fortificadas, y sobre las altas torres. /… / Ni su plata ni su oro podrá librarlos en el día de la ira de Jehová, pues toda la tierra será consumida con el fuego de su celo; porque ciertamente destrucción apresurada hará de todos los habitantes de la tierra” (Sofonías 1:15-18). Se trata nada menos que de “la ira de Jehová”, o sea, de Dios. Creo que nadie esperaría pasar bajo esa angustiosa experiencia, de la cual cuando llegue su momento no habrá librador disponible, sino solamente los que desde ahora se preparen para no tener que enfrentar ese justo derecho de Dios.
Amados hermanos, vale la pena esperar el regreso de Jesús, porque su venida no solamente nos librará de pasar por la furia de la ira de Dios, porque para los que creemos en él “el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. / Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:5-6). La ira de Dios que merecemos por nuestros pecados, en su momento fue todo cargado bajo la cuenta de Jesús, la cual le fue cobrada cuando fue crucificado hasta morir. Ahora, no esperamos la ira venidera, sino que con gozo esperamos a Jesús, porque por él seremos librados de las manos furiosas de su padre celestial en el día de su gran y poderoso juicio sobre la humanidad. Esta es ahora nuestra esperanza. A los mismos Tesalonicenses, pero en el capítulo 5, hablándoles acerca de diversos temas, incluyendo entre ellos el tema de la esperanza, les recuerda que la noche o las tinieblas representa la vida entregada al mal; y de manera general con respecto a los que son creyentes en Jesucristo, les dice: “Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo” (1 Tesalonicenses 5:8). Les explica que, por ser creyentes en Jesucristo, están vestidos de 3 cosas: Fe, amor, y esperanza. En cuanto a la esperanza, claramente la describe como “esperanza de salvación”. Es entonces, Jesús el que nos salva o libra de “la ira venidera”.
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El segundo MOTIVO verdaderamente sublime por el que vale la pena “esperar de los cielos… a Jesús”, es:
II.- PORQUE PARA NOSOTROS SIGNIFICA VIDA ETERNA.
La buena noticia para nosotros es que la ira de Dios no la sufriremos los hijos de Dios. Escuche usted estas palabras del apóstol Pablo dichas a los creyentes romanos, pero retóricamente dirigidas a una persona que tiene un corazón sin arrepentimiento, a quien particularmente le dice: “Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, / el cual pagará a cada uno conforme a sus obras:/ vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, / pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia; / tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, / pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego; / porque no hay acepción de personas para con Dios” (Romanos 2:5-11).
Amados hermanos, en estas palabras, lo que el apóstol Pablo resalta que quienes se enfocan en Dios y en las cosas eternas que valen la pena, lo que estos van a disfrutar, primeramente dice que será: “vida eterna” (v. 7), y luego “gloria y honra y paz”. Esta es la recompensa de los que esperan de los cielos a Jesús. Aunque Jesús dijo que quienes desde ahora conocen por medio de él al Padre celestial, la vida eterna que no es solamente la continuidad de la vida sino una verdadera comunión con Dios que comienza desde ahora con la fe, y que se recibe a plenitud irrevocable el día que Jesús vuelva a este mundo para llevarse a sus creyentes a las mansiones celestiales. Vale la pena ser creyente en Jesucristo y estar en espera de su regreso. Esta espera, significa seguridad de esperanza de vida eterna.
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El tercer MOTIVO verdaderamente sublime por el que vale la pena “esperar de los cielos… a Jesús”, es:
III.- PORQUE SERÁ PARA ENTONCES VIVIR CON ÉL.
En 1 Tesalonicenses 5:8 observamos que los creyentes estamos vestidos de fe, amor, y esperanza. Y ampliando la explicación les dice que la razón, el motivo, el medio, y el objetivo de estar vestido de esperanza es: “Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, / quien murió por nosotros para que ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con él” (1 Tesalonicenses 5:9-10). Desde el momento que Dios nos escogió desde la eternidad ya se hizo disponible y segura tal esperanza de salvación y vida eterna. Pero, observen que en la última frase del versículo 10 dice que la finalidad de ser librados o salvados de la ira de Dios, es para que: “vivamos juntamente con él”.
El apóstol Pablo a los creyentes de otra ciudad llamada Filipos, cuando les escribe les dice: “si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger. / Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; / pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros” (Filipenses 1:22-24). Ciertamente que habrá vida eterna para los que creen en Jesús y permanecen en espera de su regreso, pero esa vida o comunión no será a distancia como la vivimos ahora, sino que tras el regreso de Jesús a quien debemos estar esperando, seremos trasladados de esta tierra a vivir no en otro lugar lejos de él, ni más cercano a él, sino “juntamente con él”.
Amados hermanos, esto es lo que anhelamos cuando cantamos el coro del himno acerca de Jesús, que dice: “Cara a cara espero verle más allá del cielo azul”. Los cristianos debemos anhelar estar con él, porque “estar con Cristo”, estar “juntamente con él”, es también parte de nuestra esperanza.
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CONCLUSIÓN: Estimado oyente, usted, ¿está esperando de los cielos a Jesús? ¿Es Jesús su esperanza para ser librado de la cruel y horrible realidad y derecho divino de la ira de Dios que está cada vez más próximo que ocurra? ¿Representa Jesús, para usted la vida eterna en la actualidad, y espera en él disfrutarla plenamente en la eternidad? ¿Está usted esperando que Jesús regrese para que entonces, él le lleve a su morada celestial y eterna para vivir “juntamente con él”?
Escuche usted esto. Solamente los que creen en Jesús tienen esperanza. El profeta Juan el Bautista, con respecto a las personas que serán objeto de “la ira venidera”, la ira final de Dios contra el pecado y el pecador, explicó a un grupo de judíos, que: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36). Sus palabras no son solamente una exposición de lo terrible del futuro pero cercano acontecimiento de la ira de Dios. Las palabras de Juan el Bautista, son una invitación de no negarse a creer en Jesucristo, pues quien no cree en él, no tiene esperanza, pero quien cree en él sí tiene esperanza.
Crea usted en Jesucristo, y espere que regrese desde los cielos. Vale la pena.
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