AGUARDANDO LA ESPERANZA BIENAVENTURADA
Tito 2:11-14
Predicado por 1era vez por el Pbro. Diego Teh Reyes, en la iglesia “El Divino Salvador” de Mérida, Yucatán; el día dom. 30 de Nov. del 2014, a las 11:00 horas, durante el culto del primer domingo de Adviento.
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(Explicación presentada acerca del color de las tres velas color púrpura, de las cuales en este día fue encendida la primera. En la antigüedad, el colorante púrpura, se obtenía de un marisco del Mediterráneo mediante un proceso muy laborioso, y era muy costoso; sólo podían costearlo la realeza y los ricos; por eso el púrpura llegó a significar riqueza, poder y realeza. En el tiempo de Jesús era un color muy estimado y costos. Es el antiguo color real y por eso es usado como símbolo de la soberanía de Cristo, Jesús, el Rey de Reyes, quien llevó puesta una vestidura púrpura una sola vez, cuando los soldados se mofaron de él y lo atormentaron. Las Escrituras narran que le pusieron una vestidura púrpura para ridiculizarlos y desvirtuar la afirmación de que él era un rey. Este color se utiliza en las decoraciones de muchos templos y en las vestiduras de algunos ministros, especialmente en las temporadas de Adviento, cuando litúrgicamente se espera el nacimiento del Rey, y en Cuaresma cuando se espera la entrada triunfal del Rey a Jerusalén).
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INTRODUCCIÓN: En Jerusalén hubo un hombre de Dios llamado Simeón (Lucas 2:25-32) quien fue asistido durante toda su vida por el mismo Espíritu Santo de Dios. Este hombre “justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel” (2:25). ¡Qué buena esperanza tenía este hombre! Un día el Espíritu Santo le movió a ir al templo, para nada menos que conocer y tomar en sus brazos a Jesús a quienes sus padres llevaron para presentarlo a Dios conforme a la ley. Mientras tuvo en sus brazos al niño Jesús hizo una oración de bendición en el que expresaba su satisfacción a Dios por haber tenido el privilegio de ver cumplido en Jesús la esperanza que él tenía. Parte de su oración decía “Porque han visto mis ojos tu salvación, / la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; / Luz para revelación de los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel” (Lucas 2:30-32). La esperanza de salvación se estaba manifestando al mundo en Jesús la luz no solo para los ciudadanos de “Israel” sino que ahora también para los “gentiles” tal como se había estado profetizando desde muchos siglos atrás. La esperanza de aquel hombre que se estaba cumpliendo fue “preparado” (v. 32) por Dios, tanto para los israelitas como para los gentiles. Su misma esperanza de “salvación” y de “luz” es también nuestra esperanza, que se ha cumplido con y desde el nacimiento de Jesús, y que ya es una realidad en nuestras vidas desde el día que creímos en él.
Según el calendario litúrgico cristiano, hoy es el primero de los cuatro domingos en los cuales nos preparamos para celebrar con gratitud el nacimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Hoy es el primer domingo de Adviento. Adviento es el tiempo de una representación de la espera que tuvo el mundo desde Adán hasta el nacimiento de Jesús, desde cuando fue prometida la simiente de la mujer que derrotaría a la serpiente antigua (Satanás) hasta la venida al mundo de aquel que posteriormente dio su vida para nuestra esperanza de salvación, y resucitó para vencer los obstáculos que nos tenían sin esperanza. Cada uno de estos domingos de adviento es como un período para recordar proféticamente que se acercaba la primera venida de Jesús, pero como su primera venida ya se cumplió y como nos recuerda San Pablo que “la gracia de Dios se ha manifestado para salvación” (Tito 2:11), ahora aprovechamos estos cuatro domingos (y realmente también en otras ocasiones) fortalecer nuestra esperanza en su segunda venida que se dará de una manera gloriosa para traernos la también gloriosa realidad eterna.
Nuestro pasaje bíblico en palabras del apóstol Pablo a Tito 2:11-14, nos presenta la enseñanza de que dado que “la gracia de Dios se ha manifestado para salvación”, los creyentes debemos vivir “aguardando la esperanza bienaventurada”, pero mientras aguardamos debemos demostrar actitudes apropiadas como resultado de la gracia de Dios manifestada en nuestras vidas. / ¿Cuáles son las actitudes apropiadas que debemos demostrar como resultado de la gracia de Dios manifestada en nuestras vidas mientras aguardamos la esperanza bienaventurada? / El texto correspondiente a este mensaje nos informa que básicamente debemos demostrar tres actitudes, los cuales me propongo exponerles en esta ocasión.
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La primera actitud que debemos demostrar mientras aguardamos la esperanza bienaventurada, es la de:
I.- VALORAR LO QUE ES RESULTADO DE LA GRACIA.
“Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres” (Tito 2:11), y al hablar de Jesús el autor de tal gracia, lo describe como “quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:14). De estos dos textos bíblicos encontramos por lo menos tres resultados de la gracia de Dios que está operando en la vida de nosotros los que hemos creído en el glorioso mensaje de Jesucristo. El primer resultado es la “salvación” (v. 11), el segundo resultado es “redimirnos de toda iniquidad” (v. 14), y el tercer resultado es “purificar para sí un pueblo propio” (v. 14). Los creyentes somos receptores de estos tres resultados de la gracia de Dios. Usted ha sido salvado, ha sido redimido o sea comprado para poder ser rescatado, y actualmente está siendo purificado o santificado. Estos tres resultados de la gracia no son cualquier cosa barata que se pueda conseguir en cualquier establecimiento, ni tampoco son cualquier cosa disponible para cualquier persona, sino que son beneficios con valor incalculable que solamente pueden proceder de Dios, y si es que usted los está disfrutando es solamente por privilegio de parte de Dios porque aunque San Pablo nos recuerda que se ha manifestado “a todos los hombres” (v. 11), también en otro lugar de las Escrituras nos dice que realmente “no es de todos la fe” (2 Tesalonicenses 3:2), y eso es demasiado evidente. Entonces, ¿No es para valorar todo esto que los creyentes hemos recibido solamente por privilegio de parte de Dios?
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La segunda actitud que debemos demostrar mientras aguardamos la esperanza bienaventurada, es la de:
II.- RENUNCIAR LO QUE ES PROPIO DE LA MALDAD.
San Pablo nos recuerda que la gracia de Dios con todos sus beneficios, tiene un objetivo didáctico o educativo, pues nos dice que la gracia funciona “enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos,…” (Tito 2:11,12ª). Es claro que para corresponder a la gracia de Dios es necesario renunciar especialmente “a la impiedad y a los deseos mundanos”. No se debe recibir la gracia de Dios “en vano” (2 Corintios 6:1) y seguir viviendo como antes sin valorar el costo divino de esa gracia, sino que todo aquel que valore la gracia de Dios debe renunciar “a la impiedad y a los deseo mundanos”.
Desde el Antiguo Testamento nos damos cuenta que toda persona que valora la gracia de Dios renuncia a todo aquello que no corresponde a la gracia sino a la maldad de este mundo. Cuando recordamos a Abraham, llamado por Dios para ir a la tierra de Canaán, y entendió que era una manifestación de la gracia de Dios para él y su familia, lo primero que nos informa la Escritura es que salió de su tierra y su parentela (Cf. Génesis 12:1-5); eso es renuncia. Cuando recordamos a Moisés, también llamado por Dios, quien entendió y valoró la gracia de Dios para él, nos dice la Escritura que rehusó por lo menos cuatro cosas: “llamarse hijo de la hija de Faraón”, […] gozar de los deleites temporales del pecado, […] los tesoros de los egipcios, y […] dejó a Egipto” (Hebreos 11:24-27); eso es renuncia.
Y en el Nuevo Testamento encontramos también la misma enseñanza que cuando entendemos la gracia de Dios, debe haber renuncia de aquello que nos es obstáculo para responder a la gracia de Dios. Por ejemplo, Mateo tuvo que renunciar al banco de los tributos, o sea, su trabajo; los pescadores Simón y Andrés, Jacobo y Juan, dejaron sus redes, o sea sus trabajos; por valorar la gracia de Dios que les era extendido en el momento de su llamamiento, y consagraron su vida al discipulado y apostolado con Jesús. Pero sobre todas las cosas, lo que hay que renunciar, es la práctica de todo aquello que es pecaminoso y que ofende a la gracia de Dios que sin merecerlo nos da salvación, redención, y santificación.
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La tercera actitud que debemos demostrar mientras aguardamos la esperanza bienaventurada, es la de:
III.- PRACTICAR LO QUE ES DIGNO DE LA ESPERANZA.
Pero el apóstol Pablo nos dice que no se trata solamente de valorar la gracia, ni solamente de renunciar por renunciar lo pecaminoso, sino que el objetivo de todo es que “…vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, / aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:12,13). Esta es la conducta que los creyentes debemos manifestar mientras aguardamos la esperanza bienaventurada. Nos indica que debemos vivir “sobria, justa y piadosamente”. Son conductas que requieren primeramente un cambio de actitud desde nuestro corazón, y no solamente en actitud externa. Un comportamiento de esta manera, es digno de una persona que está en espera del regreso de nuestro Salvador y Señor Jesucristo.
Por lo general cuando sabemos que alguien por cortesía nos va a visitar en nuestro domicilio, hacemos todo lo posible de hacer todos los preparativos para honrar su presencia en nuestro hogar. Con anticipación compramos las botanas, la comida, los embotellados, el cafecito, etc… De la misma manera, los que esperamos en el regreso de nuestro Señor Jesucristo, debemos prepararnos para recibir al rey que viene a este mundo por los que hemos sido redimidos con la sangre de Jesucristo. Al respecto exhorta San Pablo que “vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente”. Hacer esto en todas nuestras acciones es la mejor actitud que podemos demostrar mientras esperamos “la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”.
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CONCLUSIÓN: Amados hermanos, se acerca el día y la temporada de navidad, un tiempo gloriosamente festivo, que con toda la algarabía que genera, más de uno puede tender a olvidarse de que está en espera del regreso de nuestro Salvador. Por eso en este adviento nos prepararemos una vez más con esperanza, con paz, gozo, y amor en nuestros corazones, para vivir una navidad centrada en Dios y no en nuestros “deseos mundanos”, sino una navidad que nos recuerde que Jesucristo el Rey vino una vez para nuestra salvación, y que pronto volverá para dar cumplimiento pleno a nuestra esperanza bienaventurada.
Vivamos estas tres actitudes mientras aguardamos nuestra esperanza bienaventurada: 1) Valoremos lo que es el resultado de la gracia de Dios en nuestras vidas, 2) renunciemos a todo lo que es propio de la maldad, y 3) practiquemos todo lo que es digno de nuestra esperanza.
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