TRES FUENTES PARA CONOCER A DIOS
Varios textos.
Predicado por primera vez por el Pbro. Diego Teh Reyes, en la congregación “Cristo es el Camino” de la col. Chuminópolis, de Mérida, Yucatán; el día domingo 21 de Diciembre del 2014 (4to. domingo de adviento), a las 10:30 horas; como una ampliación acerca del material “Hacia una experiencia trinitaria de Dios”, que forma parte del curso “Desarrollo Natural de la Iglesia” (DNI)
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INTRODUCCIÓN: Para mí, Diciembre es el mes que más prefiero de todo el año. Anhelo tanto su llegada, y no deseo que acabe, en parte porque es el mes de mi nacimiento. Y usted, ¿tiene algún mes preferido? En cuanto a los números, hay dos números que ahora me gustan mucho, (pero no para cuestiones de lotería, gallito, bolita, tris, quiniela, etc…) y por cierto no es el número dos que es la fecha también de mi nacimiento (2 de Diciembre), sino el número seis porque me recuerda las fechas en las que cumplen año mi esposa y mi hija, en febrero y octubre respectivamente. El otro número es el doce, porque me recuerda la fecha del cumpleaño de mi hijo, en el mes de noviembre. Además el número doce son las últimas dos de tres cifras con las que termina la numeración de mi casa, y ¿cuál número creen que es la primera cifra de la numeración de mi casa? Obviamente lo que faltaba, el número seis: 612. El seis y el doce siempre me han perseguido. En el año 1989 tuve una matrícula como estudiante para detective privado que fue DP-85612 (terminaba igual en 6-12). Y recientemente, me di cuenta que mi último teléfono móvil es modelo E612. Por eso ya me gustan esos números.
A nuestro Dios trino, revelado como Padre, Hijo, y Espíritu Santo, tres personas distintas que conforman una sola divinidad, al parecer como que también tiene números preferidos como el número tres, pues además de sus tres personas, tiene una marcada preferencia de actuar mediante estructuras de tres elementos. Por ejemplo, entre sus obras hablamos de la creación relevantemente por el Padre, de la salvación relevantemente por el Hijo, y de la santificación relevantemente por el Espíritu Santo. Entre sus maneras de ser, distinguimos que Dios como soberano actúa por ‘encima de nosotros’, como salvador se encarnó para vivir ‘entre nosotros’, y como santificador, su presencia es real ‘dentro de nosotros’. Y para quienes conocemos a Dios trinitariamente, no solamente estamos obligados a obedecer los mandatos del Padre, sino que también recibimos privilegios por medio de Jesucristo Su Hijo, y somos también capacitados para poder servir mediante el poder del Espíritu Santo. En la historia del antiguo pueblo de Israel vemos también que Dios se les revelaba como Dios del pueblo, pero también en otras dos esferas, como Dios de todas las naciones, y también como un Dios de cada persona en particular.
Hoy, me enfocaré en presentarles otro aspecto de las implicaciones de tener a un Dios trino, que tiene que ver con las fuentes de las cuáles se puede tener un conocimiento acerca de Dios. / ¿Cuáles son esas fuentes de las cuáles se puede tener conocimiento acerca de Dios? / Como es de esperarse también se trata de tres fuentes que a continuación me propongo explicarles.
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La primera fuente donde el ser humano puede obtener conocimiento acerca de Dios es:
I.- LA EXISTENCIA DE LA CREACIÓN
Una clarísima confirmación de la realidad de que se puede conocer a Dios por su obra de creación, lo leemos en las palabras del salmista que se dio cuenta que “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmo 19:1). Cualquier ser humano que mire la creación, toda la naturaleza, y pueda hasta por medio de la ciencia, conocer y explorar un poco de nuestro vasto universo, al preguntarse quién lo hizo de la manera tan compleja pero inteligente como es evidente, la respuesta obviamente descarta toda intervención humana, pues no hay poder humano que haya podido producirla, por lo que naturalmente se tiene que concluir que tuvo que haber sido Dios.
En la doctrina que el apóstol Pablo enseñó a los romanos, les explica: “porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. / Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1:19,20). Varias observaciones hace el apóstol Pablo con estas palabras, pero solamente voy a resaltar dos. Primero, que toda la creación que existe es la evidencia de su poder y deidad, y que por lo tanto Él existe. Segundo, que la existencia de la creación es suficiente para entender que Dios verdaderamente sí existe aunque su ser no pueda ser visto. Y tercero, que nadie puede excusarse para negar la existencia de Dios porque en verdad es visible que Dios sí existe pues sus obras de creación revelan su existencia, su poder, y su deidad.
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La segunda fuente donde el ser humano puede obtener conocimiento acerca de Dios es:
II.- LA REVELACIÓN DE LA PALABRA DE DIOS
La creación de Dios aunque es suficiente para revelar la existencia de Dios, no es suficiente para revelar la comunión que Él desea tener con el ser humano, ni tampoco revela nada acerca de la condición pecaminosa en la que se encuentra, ni revela nada acerca de la salvación que el ser humano necesita, por lo que se hace necesaria otra fuente de revelación para poder entrar a una relación de salvación originada en el mismo corazón de Dios.
En el inicio de la existencia del ser humano, el conocimiento de Dios se dio por medio de la misma presencia de Dios tan personal y cercanísima al grado que en el Edén, Él hablaba y trataba directamente con Adán y Eva. Ellos, le conocieron directamente por su presencia y palabra en persona, pero, por causa de la desobediencia de Adán, Dios siendo santo no aceptó convivir con la presencia del pecado en el Edén, por lo que retiró al hombre de la manifestación de su presencia que se localizaba en aquel huerto.
Lo que Dios hizo tiempo después de aquel incidente de desobediencia de nuestros primeros padres, lo resume el escritor de la epístola a los Hebreos, cuando dice que: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, / en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo” (Hebreos 1:1,2). Dios se siguió dando a conocer a las generaciones posteriores, hablando por medio de profetas y luego por medio de su propio Hijo Jesucristo quien también es la manifestación de su presencia en este mundo, y finalmente por medio de los apóstoles. Esta palabra revelada es la fuente por excelencia de todo el conocimiento que los seres humanos necesitamos, no solamente para entender que Dios existe, sino para hacernos saber que somos pecadores ante su presencia, y que necesitamos de su intervención para nuestra salvación de la condenación eterna que nos debería estar esperando. Hoy, esa palabra de Dios revelada, la tenemos consignada en las Sagradas Escrituras que contienen principalmente todo lo que debemos conocer acerca de Dios y creerlo.
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La tercera fuente donde el ser humano puede obtener conocimiento acerca de Dios es:
III.- LA EXPERIENCIA DEL CORAZÓN.
En cuanto a esta tercera fuente de conocimiento acerca de Dios, el apóstol Pablo, les explica a los romanos lo siguiente: “Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, / mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, / en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio” (Romanos 2:14-16). En estas palabras, San Pablo observa que “los gentiles”, o sea aquellos a quienes Dios nunca les hizo una revelación de su palabra por ningún medio, ellos tienen algo que es una “ley escrita en sus corazones”, y que en sus acciones estas personas terminan “mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones”. Gracias a esa “ley escrita”, que no es ley muerta sino viva, el corazón humano a pesar de estar contaminado por el pecado, recibe la “obra”, o fuerza de esa ley para entender por lo menos que Dios existe, aunque no tenga por sí solo la capacidad de poder conocerlo salvadoramente. Esa “ley escrita” como también la creación, deja sin excusa a los seres humanos, de tal manera que, en el juicio que un día hará Jesucristo, dice San Pablo que será “conforme a mi evangelio”, por lo que si alguien no conoció o no quiso conocer el evangelio de Jesucristo enseñado por los apóstoles, no tiene más excusa porque hay una “ley escrita” en su corazón que siempre obró en su conciencia y razonamiento para saber que debe obedecer a Dios.
Es antropológicamente sabido que todas las culturas del pasado, e incluso actuales donde jamás ningún profeta fue a ellos, o donde jamás ni un cristiano ni misionero cristiano ha ido a ellos, sus habitantes siempre han tenido creencias acerca de la existencia de un poder superior o más poderes superiores a quien o quienes terminan ellos mismos constituyéndolos en sus dioses, creando ellos mismos de manera mitológica la existencia y modo de actuación de tales supuestos e inventados dioses, a quienes de manera voluntaria deciden adorar según sus propias concepciones de cómo y porque deben ser adorados, relacionándolo por lo general con las necesidades humanas y terrenales como el cultivo, la fertilidad, la guerra, etc… Como ejemplo tenemos en la misma cultura de nuestros antepasados mayas quienes tuvieron hasta trece dioses celestiales, y otros nueve dioses del inframundo a quienes ya sea por voluntad o por temor los adoraban. Esto, deja en evidencia de que el corazón humano entiende la noción de que Dios existe y debe ser adorado, pero el hombre necesita que ese Dios verdadero le sea revelado, pues de lo contrario, siempre adorará cualquier cosa que no sea el Dios verdadero. Es por eso que la sola experiencia, conciencia, y razonamientos humanos no son suficientes para conocer a Dios, porque el evangelio es la revelación que complementa y perfecciona el conocimiento salvador de Dios en nuestra vida.
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CONCLUSIÓN: Amados hermanos, en una ocasión uno de los discípulos de Jesús llamado “Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. / Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? / ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. / Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras” (Juan 14:8-11). Hoy la palabra de Dios nos recuerda que Jesús es la persona por medio de quien se puede conocer a Dios, pues nos confirma por medio del apóstol Pablo que “Él (Jesús) es la imagen del Dios invisible,…” (Colosenses 1:15). Él es la persona en quien debemos creer para tener un conocimiento fiel y seguro acerca de Dios. Estoy seguro que cada uno de ustedes ya ha comenzado a conocer a Dios por medio de Cristo, pero siempre necesitamos conocerle más. Las Sagradas Escrituras nos exhortan diciendo: “Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.” (2 Pedro 3:18); pero este crecimiento de experiencia y conocimiento acerca de Dios por medio de Cristo, solamente puede ser posible si cada día de nuestra vida dedicamos un tiempo adecuado y suficiente para leer y escudriñar su bendita palabra, la fuente especial y poderosa de su bendito conocimiento.
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