NUESTRO “AMÉN” DESPUÉS DE OÍR LA PALABRA, Por: Diego Teh.

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NUESTRO “AMÉN”, DESPUÉS DE OÍR LA PALABRA

 Nehemías 10.

 Predicado por primera vez por el Pbro. Diego Teh Reyes, en la congregación “Siervos de Jesús” de Celestún, Yuc; el día sábado 17 de Enero del 2015, a las 18:30 horas.

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   INTRODUCCIÓN: A los judíos que nacieron y crecieron en el exilio en Babilonia, a quienes se les permitió regresar a la tierra de sus padres y abuelos, la provincia de Judá y a Jerusalén su capital, por primera vez se les leyó y conocieron las Sagradas Escrituras que era para ellos también como descendientes del pueblo de Dios.  Como respuesta a este divino conocimiento, dice la historia: Y todo el pueblo respondió: ¡Amén!, ¡Amén! alzando sus manos; y se humillaron y adoraron a Jehová inclinados a tierra” (Nehemías 8:6b).  ¿Qué significó para estos judíos, la palabra “Amén” que pronunciaron después de oír la ley de la palabra de Dios?  Contrario a la práctica emocionalista de algunos grupos de creyentes, debemos entender el significado histórico y bíblico de esta palabra, debido a que en la actualidad también es una de las palabras que utilizamos durante los cultos, después de las oraciones, después de las lecturas bíblicas, después de la predicación de la palabra, después de las bendiciones pastorales, y después de algunos himnos y doxologías.

    En este mensaje me propongo explicarles algunos significados por los cuales se pronuncia un “Amén” o varios “Amén”, después de la lectura de la palabra de Dios o incluso después de la predicación de dicha palabra.  /  ¿Qué significados debe entender un miembro del pueblo de Dios cada vez que pronuncie la palabra “Amén” especialmente después del término de una lectura bíblica o de una predicación?  /  Haciendo un breve análisis de Nehemías 10, acerca de las decisiones que los judíos tomaron como resultado de haber pronunciado: “Amén, Amén”, encontraremos los significados que se implican en esta palabra.

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   El primer significado que implica el uso de la palabra “Amén”, después de la lectura o predicación de la palabra de Dios, es:

I.- UN COMPROMISO DE SOMETIMIENTO A LA PALABRA DE DIOS.

   Los primeros veintisiete versículos de este capítulo presenta una lista de los representantes de este pueblo que escuchó la lectura e interpretación de la ley de Dios, y que se comprometieron a obedecer dicha ley, pronunciando “Amén, Amén”, y firmando un documento que los obligaba a cumplir este compromiso (Nehemías 9:38).  Lo más relevante de todo esto es que “Y el resto del pueblo” (Nehemías 10:28), o sea, los que no tuvieron que firmar, se reunieron con sus hermanos y sus principales, para protestar y jurar que andarían en la ley de Dios, que fue dada por Moisés siervo de Dios, y que guardarían y cumplirían todos los mandamientos, decretos y estatutos de Jehová nuestro Señor” (Nehemías 10:29).  Esto indica que estos judíos entendieron la voluntad de Dios, y con solo un “Amén” se comprometieron a someterse a los “mandamientos, decretos, y estatutos” de la palabra de Dios; sometimiento que también debería ser una actitud de los creyentes de la actualidad ante la lectura y sana predicación de la palabra de Dios.

    Amados hermanos, someterse a la palabra de Dios, significa primeramente reconocer que Dios, nuestro Creador, Salvador, y Señor, tiene la autoridad de imponernos a los seres humanos, todas las cosas que debemos creer con respecto a Él así como todas los deberes que debemos cumplir para con él como para con nuestros semejantes.   Luego, someterse a la palabra de Dios, significa también que no necesitamos hacer compromisos rituales o externos para que los demás vean y crean que estamos sometidos a la palabra de Dios, pues el verdadero sometimiento comienza con la actitud del corazón que voluntariamente se pone a hacer lo que Dios quiere, aborreciendo todo aquello que antes hacía en su ignorancia o rebeldía.  En la actualidad, tenemos la oportunidad de escuchar una y otra vez no solamente las palabras de la ley de Dios que existía en la época de Nehemías, sino que tenemos la palabra más completa que incluye a los evangelios, los hechos de los apóstoles, las epístolas paulinas y universales, y el apocalipsis de Juan, los cuales nos revelan de una manera más completa tanto la gracia de Dios como nuestras obligaciones para con Él, por lo que tras cada lectura o predicación de esta palabra divina, debemos pronunciar siempre un claro y fuerte “Amén”, que indique que estamos dispuestos a someternos a la palabra de Dios.

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   El segundo significado que implica el uso de la palabra “Amén”, después de la lectura o predicación de la palabra de Dios, es:

II.- UN COMPROMISO DE SANTIDAD EN OBEDIENCIA A DIOS.

   Es importante también observar lo que se dice con respecto a “el resto del pueblo”.  Lo que la historia está enfatizando es la actitud y compromiso que estaban ratificando en el momento en el que se reunieron “para protestar y jurar que andarían en la ley de Dios” (Cf. v. 29), pero observemos que menciona a: “…todos los que se habían apartado de los pueblos de las tierras a la ley de Dios, con sus mujeres, sus hijos e hijas, todo el que tenía comprensión y discernimiento” (Nehemías 10:28), lo cual también nos indica que no solamente dijeron “Amén” cuando oyeron la lectura de la ley de Dios, sino que se apartaron de todo trato pecaminoso que habían hecho con gente de otras naciones con las cuales no debían entrar ni siquiera en negocios ni mucho menos en contraer con ellos matrimonio.  Su “Amén” significó una comprensión y discernimiento de que debían santificarse, primeramente apartándose de todo lo que era desobediencia y pecaminoso delante de Dios, y luego consagrándose a cumplir obedientemente la ley de Dios; y así lo hicieron.  Tuvieron que corregir su vida matrimonial (v. 30), y la práctica de la santificación del día de reposo (v. 31).

    Amados hermanos, los discípulos de Jesús de todas las épocas, somos exhortados como a los Corintios, a vivir la santidad de nuestra fe en todos los aspectos, procurando alejarnos espiritualmente de todo aquello que nos estorba para tener una buena comunión con Dios.  Por ejemplo, la palabra de Dios nos dice: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?  /  ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?  /  ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.  /  Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré,  /  Y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso (2 Corintios 6:14-18).  Con estas palabras apostólicas no se nos está ordenando que no tengamos ni un mínimo de convivencia con los que no son creyentes en Cristo, sino que se nos está ordenando que dentro de nuestra máxima convivencia con los que no son creyentes en Cristo, no dejemos que ellos nos arrastren a vivir indignamente nuestra fe, sino que aprendamos a vivir entre ellos, siendo nosotros quienes dignamente representemos ante ellos al Dios y Cristo que creemos y profesamos.   Esta enseñanza de separarnos de las cosas y personas que nos inducen al pecado, la encontramos en todas las Sagradas Escrituras, tal como en la historia de los judíos en la que he basado este mensaje, y aunque nos llegue a parecer difícil de cumplirlo, debemos comprometernos a obedecerlo. Una manera de manifestar que nos comprometemos a dejar el pecado y vivir en santidad es diciendo un “Amén” después de la lectura o predicación de la palabra de Dios, pero un “Amén” no pronunciado de manera meramente emocional sino de manera comprendida espiritualmente según su verdadero significado, pues al decir “Amén” nos estamos comprometiendo a vivir en santidad separándonos de todo aquello que no conviene a una vida digna de nuestra fe.

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   El tercer significado que implica el uso de la palabra “Amén”, después de la lectura o predicación de la palabra de Dios, es:

III.- UN COMPROMISO DE SERVICIO EN LA CASA DE DIOS.

   Un último detalle que quiero que observemos es que después de haber escuchado lo que la ley de Dios dice acerca del servicio del templo, a lo cual dijeron “Amén”, Nehemías incluyéndose entre ellos dice: Nos impusimos además por ley, el cargo de contribuir cada año con la tercera parte de un siclo para la obra de la casa de nuestro Dios” (Nehemías 10:32).  Además de corregir la santidad de su vida práctica en cuanto al matrimonio y en cuanto al día de reposo, su “Amén” también significó comprometerse con la casa de Dios según lo que se requería en la ley de Dios.  Por lo menos son cuatro áreas de servicio en la casa de Dios en las que se comprometieron: El impuesto del templo (vv. 32-33), la ofrenda de leña (v. 34), las primicias (vv. 35-37), y los diezmos (vv. 37-39).   Todo esto era lo básico para echar a andar de nuevo todo el servicio de adoración y sacrificios en el santuario de Jerusalén.  Como se ve en la historia de estos judíos que entendieron el significado que implica pronunciar un “Amén”, no solo se comprometieron con el servicio de la casa de Dios, sino que se organizaron para que todo funcionara de manera excelente, y así lo hicieron, pues su compromiso real fue: “y no abandonaremos la casa de nuestro Dios” (Nehemias 10:39).  Así, bajo compromiso y responsabilidad restauraron responsablemente el culto a Dios.

    Amados hermanos, en la actualidad, la naturaleza del ministerio de la iglesia de nuestro Salvador y Señor Jesucristo, también tiene sus propias necesidades administrativas, económicas, educativas, pastorales, etc… y también requiere de gente comprometida con todo lo que el ministerio requiere para lograr sus objetivos de evangelizar, discipular, y adorar.  Si hay una iglesia (creyentes salvos en Cristo) también hay un templo o lugar destinado donde se reúnen, aunque con un ministerio diferente al que tuvieron los judíos, sin embargo, también se requiere de su mantenimiento, su adecuación, sus bancas, su audio, sus instrumentos musicales, su iluminación, su ornato, su limpieza, sus ministerios que evangelizan y discipulan, su resguardo, sus servicios públicos, su personal administrativo, su ministerio pastoral, etc…, lo cual significa un reto económico que debe ser cubierto por cada uno de los creyentes y miembros que la conformamos.   En las iglesias donde los hermanos están comprometidos con Dios y su adoración, y contribuyen para esta causa, siempre se observa un sano y excelente crecimiento en todos los aspectos, pero donde no hay compromiso ni responsabilidad para con el ministerio presente de la iglesia de Dios, se puede apreciar solamente descuido, desorden, y estancamiento.  Por eso cuando usted pronuncia un “Amén” después de una lectura o predicación, o en ambas ocasiones, debe proponerse cumplir responsable y puntualmente su aportación para el servicio del ministerio de la casa de Dios en la que usted se reúne.

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   CONCLUSIÓN: Amados hermanos, con todo lo que les he compartido en este mensaje, debe quedarnos claro que después de pronunciar un “Amén” en cualquier momento del culto, aunque parezca tan simple y sencillo, implica que aceptamos los compromisos que nos impone la voluntad de Dios, y debemos ser responsables en cumplirlo para Su gloria.  Escuchar o hacer uno mismo la lectura de la palabra de Dios, así como escuchar la predicación de la misma palabra, son ocasiones en las que Dios espera de los creyentes una decisión de comprometerse a cumplir lo que en Su voluntad desea que sea hecho por quienes escuchamos su voz.

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