NO AMEIS LAS COSAS DEL MUNDO
1 Juan 2:15-17.
Predicado por primera vez por el Pbro. Diego Teh Reyes, en la congregación “Roca de la Eternidad” de la col. Díaz Ordaz, de Mérida, Yucatán; el día domingo 17 de Mayo del 2015, a las 18:00 horas.
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INTRODUCCIÓN: Hay una tendencia popular en personas tanto cristianas como no cristianas que consiste en utilizar y mal interpretar el significado bíblico y cristiano de la palabra “mundo” y de la frase “las cosas del mundo”, que ha causado que cristianos que han expresado su convicción usando esta terminología bíblica, sean burlados y hasta ofendidos en su fe diciéndoles que si acaso ellos no viven en este mundo. Lo vergonzoso del caso no es que las personas no creyentes ofendan a los creyentes por usar estos términos bíblicos, sino que los mismos dicen profesar la fe cristiana a través de alguna denominación, se burlan por ignorancia de los significados de las palabras y términos de las Sagradas Escrituras. El texto bíblico que hemos leído en este momento y que usaré como fundamento de esta predicación utiliza estos dos términos, con los que San Juan exhorta a los creyentes destinatarios de su epístola, diciéndoles: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo” (1 Juan 2:15a).
Basado no solamente en el versículo 15a, sino en los versículos 15 al 17, que incluyen un total de seis menciones de la palabra “mundo”, enfatizaré la exhortación expresada por el apóstol Juan de que el cristiano no debe amar “al mundo, ni las cosas que están en el mundo”. / Pero, como debemos saber la razón o las razones por las que no se debe amar al mundo ni las cosas que están en el mundo, preguntemos al mismo apóstol Juan ¿por qué el cristiano no debe amar al mundo, ni las cosas que están en el mundo? / A través de los versículos en el que he fundamentado este mensaje, dejaremos entonces que el mismo apóstol Juan nos presente las razones por las que el cristiano no debe amar al mundo, ni las cosas que están en el mundo.
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La primera razón por la que el cristiano no debe amar al mundo es:
I.- PORQUE EL MUNDO ES EL ORIGEN DE TODO LO QUE ES CONTRARIO A LA VOLUNTAD DE DIOS.
El apóstol Juan, con respecto al origen de lo que es pecaminoso, dice: “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Juan 2:16). Con toda precisión nos dice que el origen de lo pecaminoso (creo que sin descartar la responsabilidad de Satanás), dice obviamente que “no proviene del Padre, sino del mundo”; y cuando dice que proviene “del mundo” está afirmando que se trata de las invenciones y ocurrencias pecaminosas del mismo ser humano, para tratar de vivir una vida feliz pero sin tomar en cuenta a Dios. Todas estas invenciones y ocurrencias pecaminosas comenzaron desde que Adán y Eva pecaron, queriendo vivir a escondidas de Dios (Cf. Génesis 3:8). Luego podemos observar que desde que la humanidad comenzó a multiplicarse, comenzando con Caín quien se alejó de la presencia de Dios manifestada en el Edén (Cf. Génesis 4:16), luego fundó una ciudad poniéndole por orgullo el nombre de su hijo Enoc (Cf. Génesis 4:17), luego a tan solo 4 generaciones después de Caín, Lamec se enorgullece y se autojustifica como bígamo o hasta quizá polígamo (teniendo dos o más esposas), al mismo tiempo que justifica el crimen de Caín contra su hermano Abel, queriendo Lamec mismo matar a alguien que no esté de acuerdo con su manera de ser (Cf. Génesis 4:19-24). Este Lamec tuvo por lo menos tres hijos varones que sabemos sus nombres, Jabal y Jubal hijos de su mujer Ada; Jabal fue ganadero, y Jubal fue músico y quizá hasta cantautor; Tubal-Caín hijo de su mujer Zila, fue herrero. De estos tres, es probable que Jubal el músico haya promovido por medio del canto los pecados del adulterio y el asesinato (cf. Génesis 4:23,24, en el que quien escribió y cantó, se refiere a Lamec en tercera persona). Desde aquellos tiempos primitivos, los primeros descendientes de Adán y Eva crearon su propio sistema de vida de lo que bien se puede decir que crearon su propio “mundo” que ha sido acrecentado por la humanidad de cada generación en todos los lugares del planeta. Por eso dice el apóstol Juan que los pecados que la humanidad practica, “no proviene del Padre, sino del mundo”, por lo que si proviene “del mundo”, o sea, del corazón humano, en consecuencia tiene que ser engañoso para el mismo ser humano. Entonces, lo que tenemos que entender de estas palabras, es que cuando la palabra de Dios habla del mundo, no se está refiriendo al universo, ni al planeta tierra sino a todo lo que el mismo ser humano ha establecido como su sistema de vida opuesto a lo que Dios desea que viva el ser humano. Así que el mundo, es una total oposición a la voluntad de Dios, por lo que con eso el pecador que por la gracia de Dios ha conocido el evangelio de salvación, tiene suficiente razón para no amar el mundo.
Amados hermanos, los creyentes no hemos sido llamados para andar en busca de lo que proviene del mundo, sino que debemos anhelar todo lo que proviene del Padre. Y, ¿qué proviene del Padre? Me gusta la explicación que da el apóstol Santiago cuando dice que: “Todo don perfecto y toda buena dádiva desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17). Del Padre, y solamente de Él, proviene todo lo que es realmente bueno. No tenemos por qué amar “al mundo, ni las que están en el mundo” que no son nada bueno sino solamente placeres pecaminosos que no concuerdan con la voluntad de Dios. Los creyentes en Jesucristo no estamos para seguir lo que el mundo ha diseñado como su sistema de vida, ni estamos para generar nuestras propias ocurrencias de vivir cometiendo acciones contrarias a la voluntad de Dios.
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La segunda razón por la que el cristiano no debe amar al mundo es:
II.- PORQUE EL MUNDO SOLAMENTE OFRECE TODO AQUELLO QUE APARTA DE DIOS AL SER HUMANO.
En nuestro texto joánico se mencionan tres categorías de todo aquello que “no proviene del Padre, sino del mundo”, y se nos dice que son: “los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida”. Estas cosas son fáciles de encontrar en el mundo, pero según confirmaremos en la misma palabra de Dios, no complacen sino ofenden al Dios que los creyentes deseamos amar porque Él nos ha amado primero habiéndonos desde la eternidad elegido para salvarnos de la condenación sin que hubiese algo en nosotros que nos haga merecer dicha elección; luego envió a su propio Hijo Jesucristo para pagar con su propia vida el precio de nuestra salvación que nosotros debimos haber pagado. Todos aquellos que nos damos cuenta de que Dios nos ama, deseamos no amar estos ofrecimientos del mundo sino a Dios el autor de nuestra salvación.
Con respecto a “los deseos de la carne”, San Pablo nos ayuda en su epístola a los Gálatas a identificar algunos de los pecados que se encuentran en esta categoría, pues les dice: “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, / idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, / envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gálatas 5:19-21). Algunos de los pecados mencionados por Pablo a los Gálatas, no entran en la categoría de “los deseos de la carne”, pero tanto a lo que no entran en esa categoría como los que sí entran, concluye diciendo “que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”. De esto tenemos que distinguir que los creyentes somos llamados para heredar el reino de Dios, por lo que somos amonestados a no amar estas cosas que son propias de los que no serán salvos, y que no son apropiadas para nosotros los creyentes que hemos sido integrados por la fe en Jesucristo a “el reino de Dios”.
Con respecto a los “los deseos de los ojos” el apóstol Juan se refiere a todas aquellas cosas que tras mirarlas dejamos que se produzca en nosotros un deseo ilegítimo de obtenerlo aunque sea a la fuerza. Es cuando surge en el corazón el pecado de codiciar lo que es ilegal o ilegítimo que no nos pertenece ni debe pertenecernos. Es así cuando nos convertimos en materialistas, centrando nuestros ojos y anhelos no en las cosas espirituales sino solamente en las cosas que podemos mirar y palpar, procurando con esto nuestra satisfacción personal. Esto se llama avaricia. Con respecto a la avaricia (o sea, un deseo de los ojos), San Pablo dice a los Efesios que: “ningún […], avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios” (Efesios 5:5). Para los que tenemos “herencia en el reino de Cristo y de Dios” no es apropiado desear lo que vemos como si fuera lo más importante que necesitamos. Y con respecto a lo mismo, dice a los Colosenses que entre las cosas terrenales que el creyente tiene que hacer morir en él, están los “malos deseos y avaricia, que es idolatría; / cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, / en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas” (Colosenses 3:5-7). Recalca que eso fue parte de nuestra historia pecaminosa, pero no lo debe ser más ahora que hemos sido alcanzados por la gracia de Cristo.
Con respecto a “la vanagloria de la vida”, el apóstol Juan se refiere a todo orgullo que las personas llegan a cultivar basado en cosas tales como en su edad, en su experiencia, en su ascendencia a la que pertenece, en las cosas que ha logrado durante su vida, en la cantidad de dinero que tiene, en el cargo que ocupa en alguna institución social, en el grado de poder que ha llegado a tener, etc… los cuales a la vista de Dios son cosas que no tienen importancia que valga la pena para la eternidad. Al respecto, el apóstol Pablo, dirigido a los Corintios, les dice: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; / sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; / y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, / a fin de que nadie se jacte en su presencia. / Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; / para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor” (1 Corintios 1:26-31). Con estas palabras se nos explica que Dios no nos ha llamado ni por nuestra edad, ni por nuestra experiencia, ni por nuestra familia, ni por nuestro dinero, ni por nuestros logros, ni por poder alguno que tengamos, pues Dios no quiere “que nadie se jacte en su presencia”, sino que si hay algo por el que deberíamos gloriarnos no es nuestra historia o antecedentes, sino en que Dios por su gracia nos ha redimido por medio de Cristo el Señor.
Amados hermanos, el mundo tiene sus propios ofrecimientos que solamente alejan al ser humano de Dios y de su salvación, pero afortunadamente Jesucristo nos trajo el ofrecimiento para salvación que retóricamente dice: “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6:35); y también a los creyentes comprometidos con la proclamación de su evangelio no trajo el ofrecimiento para capacitación, que literalmente dice: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre” (Juan 14:12). Comparado con los ofrecimientos del mundo, son mucho mejores los ofrecimientos de Jesús que traen paz a la vida presente, y salvación para la eternidad.
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La tercera razón por la que el cristiano no debe amar al mundo es:
III.- PORQUE EL MUNDO TENDRÁ UN FINAL QUE NO CORRESPONDE AL PLAN DE DIOS PARA EL CREYENTE.
El apóstol Juan afirma que “…el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:17). Lo primero que resalta en su afirmación es que cualquier cosa que se haga aquí en esta tierra que haya sido malo, finalmente solo será una cosa pasajera, que no tendrá relevancia para la salvación eterna, pues “…el mundo pasa, y sus deseos “, por lo que este pasajerismo al que se refiere el apóstol Juan implica que el sistema de “el mundo” solamente tendrá efecto para la perdición eterna, porque “pasa” y porque NO permanece para siempre, como si uno no hubiera existido; y por esta razón no vale la pena ser parte del sistema de pecado y deseos de este mundo, pues finalmente no quedará absolutamente nada de ello que sirva para la salvación de alguna persona. Lo segundo, que se destaca con estas palabras es que hay un contraste entre el final o destino de “el que hace la voluntad de Dios”, y el que solamente ama al mundo. El primero “permanece para siempre”; pero el que solamente ama al mundo, en consecuencia, NO permanece para siempre. Con estas palabras el apóstol Juan está comunicando que “las cosas que están en el mundo” no contribuyen para la salvación sino que la estorban, por lo que la persona que no hizo la voluntad de Dios sino que vivió amando al mundo y las cosas de este mundo, no tendrá parte en la vida eterna en las mansiones celestiales con Dios.
Hace casi cuatro años, el 28 de Septiembre del 2011, se publicó la noticia de que: Arnold Schwarzenegger, ex gobernador de California, actor y siete veces ganador del título Mr. Olympia, se ve a sí mismo como un verdadero héroe y como tal ha encargado una serie de estatuas de sí mismo para que el mundo recuerde para siempre su musculosa figura. El actor (en ese entonces) de 64 años, solicitó la creación de al menos tres estatuas de bronce de 2,5 metros de altura y con cerca 263kg. Las estatuas están basadas en otra escultura más pequeña creada en 1980, año en el que Schwarzenegger ganó su séptimo título de Mr Olympia, y tienen un precio aproximado de 115.000 euros cada una[1]. ¿De qué sirve ser recordado por las siguientes generaciones si para con Dios una persona que no hace la voluntad de Dios no podrá permanecer para siempre para salvación? Quizá culturalmente sea impactante, pero para la eternidad será decepcionante, a menos que una persona crea salvadoramente en Jesucristo.
Amados hermanos, no vale la pena centrar la atención en las cosas pecaminosas que el mundo ofrece porque están enemistadas con la voluntad de Dios. Los deseos, los placeres, y las sensaciones pecaminosas solamente son experiencias engañosas que solo dejan como resultado el quedarnos separados de Dios. Después de que “el mundo pasa”, el que se dejó arrastrar por este mundo pecaminoso, solamente quedará en el olvido eterno de su merecida condenación.
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CONCLUSIÓN: Amados hermanos, nuestro Salvador y Señor Jesucristo con sus palabras y ejemplo personal, animó a sus discípulos a que se dieran cuenta de que sí es posible vencer todo lo que el mundo es y a todo lo que ofrece, pues les afirmó diciéndoles: “he vencido al mundo” (Juan 16:33). El apóstol Juan fue uno de los que entendieron bien esta declaración, pues años más tarde, además del texto en el que he basado este mensaje, él mismo escribió: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Juan 5:4). Nosotros quienes por la gracia de Dios hemos recibido la fe con la que hemos creído en Jesús, y que hemos nacido de Dios, podemos también con su ayuda, vencer todo el mundo. Qué ninguno de nosotros se entregue a amar las cosas que están en este mundo, sino solamente debemos amar a Dios quien nos amó primero, concediéndonos la gracia de conocer el evangelio que nos ha librado de la condenación eterna.
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[1] http://www.abc.es/20110927/estilo-gente/abci-arnold-schwarzenegger-201109272121.html
buenisimos mensajes
gracias por compartirlos